Trelew, 2012. Un crimen macabro, una confesión dudosa y muchos secretos
Brian Muñoz, a finales de marzo de este año, se presentó en una comisaría de Trelew y confesó haber “matado” a Rodrigo Colihuinca.
El caso, que después de doce años parecía archivado, se reactivó sin que la Justicia haga nada.
En los tribunales el sospechoso negó haberlo matado y adujo que alucinó todo estando bajo el efecto de las drogas.
Nunca se supo por qué mataron a Colihuinca, un chico de 17 años, cuyo cuerpo apareció mutilado y decapitado en un baldío.
¿Puede un criminal atormentado confesar haber matado a alguien doce años después? ¿A dónde conduce la dudosa confesión de Muñoz?
UNA CONFESIÓN INESPERADA
El martes 29 de Mayo Brian Muñoz, de 29 años, apareció en la Comisaría Segunda de Trelew, desbordado, y confesó haber matado a Rodrigo Colihuinca el 15 de marzo de 2012, doce años atrás.
Muñoz pasó un par de semanas internado recuperándose de los excesos de drogas. Entre tantas palabras sin sentido que dijo, reveló datos que daban a entender que sabía algo.
La condición de border de Muñoz lo benefició: nadie tomó en serio que ese chico que era un adolescente, hubiera descuartizado a Rodrigo Colihuinca, un pibe al que conocía del barrio INTA.
Muñoz hace poco consiguió la libertad condicional y lo encerraron con tobillera en la casa de la madre. El abogado aclaró que lo que Muñoz sabía lo leyó en los diarios.
UN LABERINTO SIN SALIDA
Los hermanos Muñoz estuvieron sospechados desde el día en que aparecieron el cuerpo y la cabeza tirados, separados por un paredón, al día siguiente, en un baldío del barrio Malvinas.
La Justicia pensaba que era un crimen más, un cuerpo mutilado al que los perros se lo habían devorado. Nunca se imaginaron que el caso Colihuinca los iba a llevar a un callejón sin salida.
La fiscal Mirta Moreno (hoy jueza) ni siquiera fue al lugar. Los investigadores trabajaron hasta la noche y tampoco preservaron la escena.
Las diligencias apuntaban desde el vamos al entorno de los Muñoz, conocidos en el ámbito por supuestos robos a repartidores y otros vehículos que los conductores dejan en marcha.
Nunca habían estado involucrados en homicidios. Eran tildados de lo que en el ámbito policial se conoce como “ladrones de oportunidad”.
El celular de Rodrigo apareció en una vivienda en el barrio Amaya junto con otros teléfonos. Los “dueños” adujeron que lo habían comprado en la “Saladita” de la calle Canal.
Nunca nadie se preocupó por ir a fondo en la investigación Lo que no hace en los primeros los días, es muy difícil que pueda recuperarse 12 años después.
RODRIGO NO CONTESTA
Rodrigo Colihuinca, de 17 años, habría sido emboscado cuando regresaba de la Escuela 712 en el centro de Trelew.
Ese mediodía llegó de la escuela, almorzó y volvió a salir para el centro porque tenía deberes que hacer.
Rodrigo estaba cruzando el último año del secundario, era querido por sus compañeros y se llevaba bien con todos.
La hermana lo vio salir de su casa, a las 14 horas, con una mochila al hombro. Nadie lo siguió para comprobar si iba para el centro o se desvió en el camino. No imaginaban que nunca más lo iban a ver con vida.
Cuando no tomaba el colectivo, Rodrigo solía caminar por 25 de Mayo desde el INTA hasta el centro.
Estaba oscureciendo y Juan Colihuinca, el padre, comenzó a preocuparse: el teléfono seguía sonando pero Rodrigo no atendía las llamadas.
Días después el hombre, que se terminó yendo a vivir a Las Plumas, tuvo que enfrentar el dolor de tener que reconocer el cuerpo de su hijo.
A Rodrigo le robaron la mochila, una campera, el celular y unos pocos pesos que llevaba encima.
Nada de esto cerraba.
TODA LA VERDAD
Nadie habla del motivo que llevó al asesino a matar a Rodrigo Colihuinca, un pibe bueno, humilde, un estudiante ejemplar al que sus excompañeros le dedicaron un mural.
El enigma de Rodrigo Colihuinca es tan inabarcable como las razones -o las sin razones- que llevaron a Muñoz a confesar el crimen macabro para luego desdecirse.
En la superficie de las cosas, todo parece indicar que a Rodrigo lo entregaron y lo mataron por un celular como a Darío Haro.
La otra línea de investigación lleva por un camino oscuro a un submundo que todos saben que existe en Trelew, muchos callan y pocos se atreven a hablar.
La Justicia tendrá ahora la posibilidad de revindicarse y resolver un crimen impune de hace 12 años.
Juan Colihuinca, el padre de Rodrigo, procurará volver a visitar la tumba de su hijo, cuyos restos descansan en Paso de Indios, sabiendo toda la verdad.