lunes, 7 de octubre de 2024

Hemos llegado a un estadio tal que el poder ya no necesita quemar libros para manipular a las personas, como vaticinaba la novela de Ray Bradbury Fahrenheit 451 . Alcanzó con poner en la mano de cada humano un celular.

 

Se conmemoró el 125 aniversario del nacimiento de Jorge Luis Borges. Pero no vamos a hablar de él sino de uno de sus escritores favoritos: Ray Bradbury (del que también el pasado jueves se festejó el 104 aniversario de su nacimiento). Ray Bradbury fue uno de los escritores más populares del siglo XX. Logró algo que parece imposible: escribir ficciones complejas, con una trama sofisticada, en un lenguaje accesible. Esa mezcla de complejidad, sofisticación y accesibilidad hizo que Bradbury sea uno de los muy pocos escritores que gozaba de la admiración de sus pares, de artistas de otras disciplinas -por ejemplo, los cineastas Alfred Hitchcock y Steven Spielberg- y, a la vez, haya logrado ser leído por millones de personas.

Bradbury detestaba que se lo encasillara como “escritor de ciencia-ficción”. Quizás el malentendido se deba a que en todos sus libros se reflexione sobre el futuro. “No trato de describir el futuro; trato de prevenirlo” es una frase suya que da cuenta de su proyecto intelectual: un espíritu que desconfía de las promesas de la tecnología. En sus libros se propone reescribir la gran tradición letrada de Occidente situándola en un futuro negativo; un futuro en el que todos nuestros miedos se hicieron realidad.

En Fahrenheit 451, su novela más reconocida, Bradbury imagina una sociedad que es estupidizada masivamente por los que detentan el poder. En esa novela se oponen dos tecnologías de la comunicación: el libro y la televisión. El gobierno manda quemar todos los libros. Considera que la lectura es peligrosa porque siembra dudas y hace que las personas cuestionen los mandatos. Así como destruye libros, el régimen que gobierna esa sociedad futura incentiva ver televisión.

Fahrenheit 451: libros quemado por el poder
En Fahrenheit 451 los que queman libros son los bomberos. En ese futuro todo se ha vuelto absurdo. El mundo está literalmente patas para arriba. Aquellos que tenían que combatir el fuego son ahora los llamados a iniciar los incendios. La única resistencia posible que les queda a los pocos que tienen interés en leer es aprenderse los libros de memoria y guardarlos en sus cerebros. De esa forma cada maestro memoriza un libro y elige un discípulo para que lo vaya memorizando y pueda hablarles con las palabras quemadas de Shakespeare o de Cervantes a las futuras generaciones. Esa comunidad de hombres letrados que quieren mantener viva la gran tradición literaria es el último vestigio de una cultura que colapsó cuando santificó la tecnología.

El título de la novela, Fahrenheit 451, hace alusión a la temperatura -medida en grados Fahrenheit- que debe alcanzar el fuego para poder quemar el papel de los libros. Como en todas las distopías del siglo XX (de Franz Kafka a George Orwell) también en esta novela de Bradbury el poder tiránico pretende influir sobre el lenguaje y la memoria.

La tecnología anula la memoria colectiva
El método que imaginaron los poderosos para destruir la memoria es quemar todos los libros. Los habitantes de ese mundo que imagina Bradbury están todo el tiempo viendo algún programa de TV. Sin libros no hay memoria. Sin memoria no hay pasado.

No solo desaparece el pasado en la sociedad en la que transcurre Fahrenheit 451, también se obnubila el presente. Al estar pasivamente sometidos a ver televisión durante todo el tiempo, los habitantes de esta novela distópica no tienen noción del mundo en el que viven. Todo lo que tienen son imágenes y sonidos que se desvanecen sin dejar huella. Por eso mismo tampoco tienen futuro: para ellos todo es un continuo titilar de luces en la pantalla catódica.

“No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee”, declaró Bradbury en los años 60, cuando su novela se hizo totalmente popular y anunciando nuestro presente en el que cada vez es más difícil tener la concentración mental necesaria para leer un libro, más si es intelectualmente complejo.

Bradbury, un escritor en defensa de la lectura
Bradbury provenía de una familia pobre en la cual ningún miembro pudo llegar a la universidad. Fue un autodidacta. Luego de terminar el Secundario se educó a sí mismo, leyendo incansablemente todo tipo de libros en la Biblioteca Pública de Waukegan, Illinois. A esa institución cultural le legó su biblioteca personal en agradecimiento por las maravillosas horas de lectura que había pasado en sus salas.

Bradbury pensaba que su alarma por un futuro dominado por la tecnología no solo era una posibilidad cierta sino que ya veía rasgos de Fahrenheit 451 en la sociedad norteamericana de fines del siglo XX. Hay algo de profético en esa novela: hoy en las escuelas de todo el mundo los alumnos se pasan más tiempo enganchados en las redes sociales e intercomunicándose virtualmente que escuchando las lecciones o leyendo libros.

Hemos llegado a un estadio tal que ya no es necesario quemar libros. Alcanzó con poner en la mano de cada humano un celular.

Por Daniel Molina para Diario de Río Negro

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