lunes, 7 de octubre de 2024
Los restos de la escuela de Paso Moreno

Nos internamos en la ruta de tierra que corre paralela al valle, siempre bordeando el curso del río Senguer, y setenta kilómetros después arribamos a Paso Moreno, una población extinta. La ruta se interna en lo que fue el pueblo, ahora solo visible en hileras de álamos, bases de viviendas y las ruinas de ranchos de adobe. En un extremo del pueblo nos detuvimos en un caso de la estancia que décadas atrás era el comercio ramos generales. Al centro de un playón descansaba una vieja carreta, de las que se utilizaba para transportar lana a la costa. Recordé que Trudy Bohme me había mostrado una foto en la que el carro descansaba su existencia dispuesto en esa explanada desde los años ’40. La abundante vegetación del entorno y la presencia de algunos ñires, evidenciaban que el río corría a escasos metros.

Un auto estaba estacionado junto al cerco de tablas de madera, que separaba el casco de la estancia del camino. Me acerqué a un portón de madera, desvencijado. Golpee las manos y tuve que reiterar varias veces el llamado hasta que me atendieron, se acercó una mujer algo mayor, flaca y de anteojos. Aunque no la noté del todo convencida con la explicación, me indicó que la siga. Dimos un rodeo por un costado de la casa través de un cuidado jardín con flores y árboles frutales. Ingresamos a una cocina amplia y luminosa.

Una de sus hermanas atendía a una vendedora de ropa. Me senté en la silla que indicaron, dispuesta junto a unos amplios ventanales. Permanecí en silencio observar la tratativa comercial. Finalmente compraron varios pares de medias de lana, y la vendedora se retiró.

Recién entonces centraron su atención en mí. Permanecieron de pie, con los brazos cruzados, de espaldas contra una mesada. Eran físicamente similares: altas, flacas, de mirada temerosa; y vestían igual: pantalones y pulóveres de lana. El tema de mis preguntas parecía confundirlas, como si hablar del pasado les resultara una tarea extraña. Sus respuestas eran tajantes, secas. Parecían no creer que las estuvieran entrevistando. Supongo que además de ser un desconocido, les resultaba joven para tal tarea.

El código no escrito de hospitalidad rural establece que a un visitante bienvenido se le invita a tomar mate. Pero como aquí el mate brilló por su ausencia, entendí que les estaba perturbando su rutina. Así que ni bien obtuve la información que necesitaba, les agradecí su atención y me retiré. Permanecieron ensimismadas, retiradas en sí mismas, tan desconcertadas como cuando me vieron aparecer.

Poco tiempo después, a conocedores de la gente de la zona les extrañó que me hayan recibido. Según me dijeron, las hermanas eran tres, extremadamente hurañas y solitarias. No solían atender a los visitantes. Quién sabe dónde estaría la que no conocí. Supongo que poniendo distancia con el extraño que era yo.

En concreto, supe que su padre fue uno de los primeros pobladores del pueblo, el dueño del boliche y uno de los pocos colonos, ya que todos los habitantes fueron indígenas.

A unos trescientos metros de la vivienda, me desconcertaron las ruinas de una inmensa escuela perdida entre tanta soledad. Al frente del edificio se destacaban un mástil y un gran arco de concreto. La presencia de un edificio de tal magnitud solo se justificaba con muchos alumnos. Las ruinas eran la evidencia de que Paso Moreno había sido un gran pueblo. Me entristeció tomar conciencia que cada población muerta en un territorio tan despoblado es un despropósito, casi un fracaso. Deambulé entre las ruinas, tomé unas fotos y volví a la camioneta.

El primer habitante del vado Paso Moreno fue un indígena llamado Llanca (del mapuche, “piedra preciosa”) el que se estableció en 1890. Sin embargo el poblado debe su nombre a Mateo Moreno, un blanco que habilitó un comercio de ramos generales a mediados de 1910. En 1914 Moreno le vendió su comercio a un tal Mayo y se alejó de la región. En el vado, que era uno de los dos principales por donde las tropas de carros cruzaban el río Senguer en curso superior, pronto se formó un pueblo en el que se establecieron muchos de los indígenas que deambulaban por la región. Llegó a contar con casi 100 habitantes y por ello en la década el ’40 el Gobierno Nacional dispuso la creación de la escuela. Paso Moreno se extinguió  cuando se tendió la ruta que conduce a la población Alto Rio Senguer por la margen opuesta río.

Libro “El valle de los ancestros”, de Alejandro Aguado

 

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