Cuenta Antonia Aramburu:
“En el año 82 hubo una nevazón terrible; estuvimos dos meses aislados sin que pasara nadie; por ahí venían de El Escorial a caballo”.
“Por el tiempo que pasó, la gente de Pampa del Castillo se comenzó a preocupar por nosotros, por “Los Vascos”, como nos conocía todo el mundo”.
“Un día vemos unas luces, eran dos máquinas, se acercaron y se bajaron sus conductores; era gente de Pampa del Castillo. Cuando llegaron nosotros estábamos almorzando pollo, así que los invitamos a comer; entonces se miraron sorprendidos y nos dicen: -‘Venimos a auxiliarlos y ustedes nos están cuidando’”.
“Ellos no tenían agua; en Pampa del Castillo tenían todo congelado y como nuestro aljibe estaba dentro de la casa y era profundo no teníamos problemas. Así que comieron, cargaron agua en unos tanques que traían y regresaron”.
“Cuando llegaron les preguntaron:
“¿Cómo están los Vascos?”
-“¡Ellos están mejor que nosotros! Fuimos a rescatarlos y terminaron auxiliándonos”
Los paisanos
Siguiendo con los relatos de doña Antonia Aramburu del Hotel Los Vascos, relata que “pasaban más de 100 arreos por año, de 5.000 a 10.000 animales por vez”.
“Después de tantos días de arreo llegaban al boliche con una aspecto terrible y se armaba la ¡batalla campal!”
“A veces se peleaban entre ellos por la hacienda que se les juntaba y luego tenían que separarla. Se pelaban cuando estaban borrachos, había que tener cuidado”.
“Una vuelta un muchacho –fogoso como buen joven- tomó mucho y se armó lio entre ellos; sacaron los cuchillos y mi esposo los calmó. Lo respetaban mucho porque con la gente de campo no hay que hacerse el “gallito”, hablando bien, con educación, ellos se entienden”.
“Les dijo que iban a hacer una macana, que después iba a venir la policía y tendrían que abandonar el arreo, él era diplomático; vivir en un lugar de esos en el campo no era para cualquiera, había que tener pasta”.
Texto del libro “Aventuras sobre rieles patagónicos”, de Alejandro Aguado