Un horizonte de pantallas traerá más conflictos políticos y problemas de salud mental. Nuestras ansiedades y miedos, con cierta tecnología, se potencian para peor.
1. De las infancias de pantallas a gobernar por Whatsapp. La ludopatía en niños y adolescentes genera un daño de corto plazo pero anuncia desafíos de largo plazo. Nuestro futuro entre pantallas traerá más problemas sociales como ese y nuevos desafíos políticos.
Es el psicólogo social Jonathan Haidt, de la Universidad de Nueva York, quien acaba de publicar un esperado libro titulado “La generación ansiosa” luego de casi quince años de estudio sobre el impacto del uso de redes sociales en la política y en los espacios educativos. Asesor histórico de sectores del Partido Demócrata hoy impulsa en Estados Unidos una coalición bipartidaria -con fuerte presencia republicana- para limitar el uso de los celulares en escuelas públicas preocupado por la salud mental de niñas/os y adolescentes.
Sus estudios demuestran que redes sociales como Instagram afectan la salud mental y la tendencia a la depresión y autolesión de niñas y adolescentes mujeres. Lo mismo sucede con los problemas de soledad y agresión física en varones. Estas dos tendencias afectan tanto aspectos personales como institucionales de la política democrática en todo el mundo.
La aparición del celular inteligente -smartphone- afectó a todas las generaciones pero no a todas por igual. Los que recordamos nuestras infancias sin pantallas, somos muchos pero hacemos muy poco. Las y los adultos que nos criamos entre la escuela, la familia y el barrio, en la calle, en la plaza, jugando con vecinos, entre ríos y canales de chacras, sabemos que esos hechos irrepetibles nadie los filmó y por eso los recordamos vivamente.
La generación ansiosa es la que fue retirada de las calles y espacios de juego común y colectivo como plazas para pasar a estar “segura” frente a una pantalla. La adicción a plataformas como TikTok está en discusión en el mundo. Obviamente el debate acaba de comenzar pero los efectos en la política y en lo social ya están entre nosotros.
El impacto de esa educación de pantallas tiene mucho más que ver con las redes que con los muros de una institución como el hogar, la escuela o la universidad. Los niños están en su cuarto o sentados ante nosotros pero realmente están en otro lado. Nosotros vemos el niño 3D pero realmente ellos están en la vida 2D que exploran con el portal que es la pantalla. Esa desconexión se ve día a día, en mesas familiares o en aulas, con padres, hijos y docentes adictos a pantallas.
Al impacto en la salud mental, en la práctica educativa, no podemos dejar de resaltar el que tiene en la polarización de la vida política. La destrucción de la verdad y la realidad compartida socava la autoridad. Las noticias falsas terminan afectando la economía y la democracia. Controlarlas es evitar autolesiones sociales y daños irreparables.
2. Una generación y un sistema político atrapado por pantallas. El problema con la ludopatía infantil no son los niños, son los adultos. Los adultos están “fingiendo demencia”. Hay que reconstruir la autoridad democrática de tal forma que se pueda dar respuestas concretas a problemas reales. En caso contrario, el caos que se está alimentando hará que las pasiones se vuelvan más autodestructivas.
La clase política no puede proteger a los niños porque ella también es adicta a las pantallas que la llevaron a la crisis que vivimos. Piensa que pueden gobernar entre focus groups y grupos de whatsapp, negando la realidad con buenas producción de fotos y unos drones para un video de youtube que nadie quiere ver. Esos videos son un autoengaño de marketing político que no pudo frenar nada en el pasado y no podrá con una realidad cada vez más indócil.
Con cierta tecnología, nuestras emociones paleolíticas y nuestras ansiedades sociales se potencian para peor. La adicción a las pantallas es un obstáculo para la vida misma. Padres, docentes, autoridades están obligados a cooperar. Seguir confrontando es expandir el daño y guerras que empobrecen. Las autoridades políticas, a las que podemos exigir más, deben tener más sensibilidad y sobre todo imaginación para responder a una situación tan preocupante como innegable.
Por Lucas Arrimada para Diario Río Negro.
El autor es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.