miércoles, 4 de diciembre de 2024

La compra de la cadena no acabó con el apetito de la tribu de los seminolas, que ahora están en 70 países, con más de 170 restaurantes, 15 hoteles, una docena de casinos… Entre ellos el proyectado en Cataluña, que ha provocado una tormenta política.

Un grupo de seminolas a principios del siglo XX

«Nuestros antepasados vendieron Manhattan por baratijas. Ahora vamos a volver a comprar Manhattan, hamburguesa a hamburguesa». Max Osceola, uno de los líderes de los seminolas, celebraba en diciembre de 2006 la adquisición de la célebre cadena de restaurantes y hoteles Hard Rock por parte de esta tribu de indios de Florida. Lo hacía desde su conocido local en Nueva York, en Times Square, rodeado de otros miembros de su clan, ataviados con plumas, colgantes y ropajes tradicionales. La declaración era exagerada y confusa.

No fueron sus antepasados quienes vendieron la isla de Manhattan, sino los lenape, que se la entregaron a los colonos holandeses que fundaron Nueva Amsterdam, la antecesora de Nueva York. Ni está claro cómo se puede recuperar vendiendo bocadillos grasientos. Pero, sin duda, mostraba el espíritu de su gente: ambicioso e indomable.

La compra de la cadena Hard Rock, una operación de casi mil millones de dólares de los de entonces, no acabó con el apetito de la tribu. Entonces, la compañía controlaba 124 locales de inspiración rockera, repartidos por 45 países, además de siete hoteles, dos casinos y dos recintos de conciertos. Ahora están en más de setenta países, con más de 170 restaurantes, quince hoteles, una docena de casinos y mucho por venir. Entre ellos, el casino proyectado en Tarragona que ha provocado una tormenta política en Cataluña.

Persecución verdadera
La pelea a pellizcos entre socialistas, independentistas y comunes por un casino en la tierra del anfiteatro de Tarraco, del Arco de Bará o de la Torre de los Escipiones debe hacer pensar a la tribu de los seminolas aquello de ‘están locos estos romanos’. Ellos provienen de una historia verdadera de persecución –no como la que inventan algunos– y, en pocas décadas y con audacia en el negocio del juego, han convertido a unas reservas indias empobrecidas en una tribu multimillonaria.

Su imperio del juego y la restauración permite que cualquiera que demuestre tener un 25% de sangre seminola reciba 128.000 dólares al año

Los cerca de cuatro mil miembros de la tribu seminola de Florida nacen ricos: los ingresos de su imperio del juego y de la restauración permiten que cualquiera que demuestre tener un 25% de sangre seminola reciba 128.000 dólares al año. Para cuando los niños cumplen 18 años –no se les permite tocar ese dinero hasta entonces– ya son millonarios. Además, su fortuna les paga la sanidad, la atención a los mayores y los costes de educación privada y de universidad.

Varios siglos antes de que su suerte cambiara con las apuestas, los seminolas eran una gente en huida. En realidad, no eran una tribu como tal, sino poblaciones de indios que recalaron en la Florida bajo control español tras escapar desde Alabama y Georgia de los colonos anglos del norte. El éxodo hacia el sur de Florida ocurrió durante el siglo XVIII, y encontraron mucha más amabilidad por parte de los españoles, que encontraron en los seminolas un colchón frente al expansionismo de los colonos británicos desde el norte. Solo había asentamientos españoles consistentes en San Agustín –la ciudad más vieja de EE.UU.– y en Pensacola y su presencia era favorable para mantener el control del territorio. El nombre ‘seminola’ significa en el lenguaje de la tribu algo similar a ‘fugitivo’, ‘fronterizo’ o ‘marginado’ y podría ser una evolución del español ‘cimarrón’, el esclavo que se refugia en territorios inhóspitos para mantener su libertad.

Los seminolas tenían otro inconveniente para los británicos: acogían a los esclavos negros que se escapaban de sus plantaciones. Algunos de esos fugados acabaron formando una población propia –los seminolas negros– y otros fueron también acogidos por la Corona española, a cambio de comprometerse a pelear contra los británicos.

El desmoronamiento del imperio español en el siglo XIX dejó expuestos a los seminolas. Las incursiones de los anglos –para entonces, ya estadounidenses– en busca de esclavos fugados eran cada vez más frecuentes. EE.UU. emprendió varias guerras contra los seminolas durante todo ese siglo, que acabaron diezmando su población y ocupando la gran mayoría de su territorio. Apenas unos cientos sobrevivieron en la jungla, entre ciénagas de las Everglades, dedicados al comercio de piel de caimán y de ciervo, plumas de pájaros o harina de una planta local, el ‘coontie’. Y siempre insumisos a la expulsión de su territorio. Los seminolas siempre recuerdan que ellos son la única tribu que nunca firmó un tratado de paz con EE.UU. Se llaman así mismos los ‘no conquistados’.

RIQUEZA, ALCOHOLISMO Y AMBICIÓN Arriba, el CEO de Hard Rock, Jim Allen, junto a otros dos miembros de la tribu. Abajo a la izquierda, varios seminolas en un casino y, a la derecha, la vista aérea de Hard Rock hotel casino de Florida.

La creación de reservas indias en el siglo XX –el intento superficial de corregir el exterminio generalizado de la población nativa por parte de EE.UU.– afectó a los seminolas, que obtuvieron seis pequeños trozos de tierra. Los más viejos del lugar recuerdan cómo era la vida en las reservas hace unas décadas: pobreza, falta de oportunidades, con una población dedicada a la venta de ‘souvenirs’ o a pelearse con caimanes para disfrute del turista. Todo eso cambió desde finales de los años setenta hasta ahora, una transformación con dos figuras decisivas: James Billie y Jim Allen. El primero, un jefe seminola que, como otros, se ganaba la vida peleando con caimanes.

El segundo, un buscavidas de Nueva Jersey sin una gota de sangre india. Billie, que cumple 80 años esta semana, es una leyenda local. Creció en una granja de chimpancés y, además de dominar reptiles, peleó en Vietnam, logró éxito como cantante de ‘country’ y, como jefe de la tribu, fue acusado de innumerables desvaríos, desde quedarse dinero a acoso sexual. Pero fue, ante todo, un visionario que desencadenó la fortuna de los seminolas. Nada más convertirse en jefe de la tribu en 1979, montó una sala enorme de bingo en la reserva de Hollywood, entre Miami y Fort Lauderdale, una zona repleta de turistas que acudieron en masa. Las apuestas eran ilegales en Florida y las autoridades no tardaron en tratar de pararle los pies.

Billie reclamó que en su territorio, nunca conquistado, los seminolas tenían autonomía y podían hacer lo que les diera la gana. La justicia le dio la razón y el Congreso acabó por firmar en 1988 una ley que permitía el juego en los territorios indios a cambio de entregar una tasa a los estados por los beneficios. Aquello cambió la economía de las reservas: a día de hoy, 246 tribus ganan dinero con el juego en más de 500 casinos repartidos en 29 estados del país, con unos ingresos anuales de casi 50.000 millones de dólares en 2022.

Lluvia de dinero
Ninguno de esos casinos indios hace tanto dinero como los Hard Rock que tienen los seminolas en Florida: el de Tampa, que acaba de renovarse y expandirse, y el de Hollywood, conocido porque fue allí donde murió la modelo Anna Nicole Smith por sobredosis. En esta evolución de las salas de bingo a los grandes casinos y el imperio global de los restaurantes es donde entra Jim Allen. Nació hace 64 años en otro lugar de casinos: Atlantic City, en Nueva Jersey. En una familia sin dinero, empezó a trabajar con trece años, limpiando el Mercedes del propietario de una pizzería. Entró en los casinos como cocinero y, en una historia puramente americana, pocos años después ya gestionaba el negocio. Eso fue en parte porque Ivana, la mujer de Donald Trump, entonces propietario de casinos en Atlantic City, se fijó en su capacidad y el que fuera después presidente de EE.UU. le colocó al frente de la apertura de nuevos casinos.

Los seminolas le contrataron en 2001 y no pudieron tener mejor idea. Allen consiguió que los reguladores expandieron las apuestas a juegos como el ‘blackjack’ o las tragaperras –algo para lo que se necesitaba permiso estatal–, negoció las primeras licencias de los casinos de Hard Rock, lideró la diversificación del negocio de los seminolas con la adquisición de toda la cadena de restaurantes, apostó por hoteles ‘todo incluido’ y supervisó la expansión internacional que ahora le lleva, quizá, a Tarragona. El año pasado, Allen y sus jefes seminolas lograron una nueva victoria: la apertura del juego a opciones como la ruleta, los dados y las apuestas deportivas. Es decir, la misma oferta que tienen los grandes casinos de Las Vegas. Eso anticipa otra lluvia de dinero. La riqueza de los seminolas no evita –incluso, puede que alimente– otros problemas. Como el alto grado de alcoholismo –un cliché que sobrevive en las poblaciones nativas– o las tasas bajas de estudios universitarios entre sus miembros.

Esa fortuna apunta a seguir creciendo y sus líderes –Billie ya no está entre ellos– tendrán que aprender a gestionar el éxito. Lo único seguro es que la expansión internacional de su fortuna con Hard Rock no será la última palabra de los seminolas, los fugitivos que se hicieron ricos desde la ciénaga.

Fuente: ABC

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