La Voz de Chubut en esta entrega reconstruye el final de la historia de Ovando “El Rubio” Patiño y su banda de forajidos que asaltaron estancias, y mataron hombres y violaron mujeres en la meseta durante los años ‘30.
La historia de un joven chileno, uno más de once hermanos, que cruza la frontera, se radica primero en San Martín de Los Andes y luego llega a Trelew, donde se iniciará en el mundo del delito.
Nadie en las primeras décadas del siglo pasado, imaginaba que el joven de 26 años, se convertiría en una leyenda que dividió las aguas entre los pobladores que lo apoyaban a cambio de los botines que conseguía, y sus detractores que lo pintan como un criminal sanguinario.
EL FINAL SE ACERCA
Ovando “El Rubio” Patiño dejó ir a sus hombres. Estaba enfermo guarecido en una cueva del Cerro Tehuelches, acorralado por los policías: las balas volaban sobre sus cabezas.
Los hombres no tenían demasiadas opciones: podían entregarse, proteger al jefe o huir a la frontera con Chile. Era un 21 de noviembre de 1932 y hacía 48 horas que les venían pisando los talones.
En los códigos de bandoleros los que traicionan o dejan al jefe son fusilados. Era la segunda vez que Patiño los rompía.
La ´primera vez sido con Peregrino López quien se fue de la banda y luego volvió con Mercedes Rivas, de 15 años, a quien no tuvo mejor idea que secuestrarla porque la amaba.
Merceditas, “La Matrona” –digna heredera de “La Inglesa”-, no tuvo otra opción que acostumbrarse a llevar un vida de forajida y, al cabo de unos meses, ya mandaba.
Hay quienes sostienen que llegó a tener un amorío con Patiño. La verdad es que al “Rubio” sanguinario no se le conoció una mujer ni tampoco familia.
Los pocos bandoleros que intentaron escapar fueron abatidos; muchos corrieron zigzagueando para evitar ser blanco fácil pero cayeron igual. Uno de ellos -el más petiso – se tiró de cabeza a un zanjón y quedó rodeado por el agente Hughes: “Sí, soy Patiño, no me mate”.
Días más tarde, caería otro de ellos, Elías Espinosa, “El Busquita”, y los temibles forajidos que asaltaban estancias, mataban a los hombres y violaban a mujeres, pasarían a ser historia.
Hacía unos meses que ya habían caído muertos José Antorena, Aquilino Justiniano y Cecilio Troncoso, otros integrantes de la banda, en una redada con los policías.
EMPIEZA LA CACERÍA
La comisión Patiño, que había partido al Mirasol en 1931, en la Meseta de Chubut, al mando de Julio Torrent, un año después regresaba a Rawson con el jefe de la banda, Patiño, y Espinosa uno de sus secuaces.
El gobernador Baños, un estanciero que venía de Santa Cruz, al fin podía anotarse el logro. En septiembre 1932, el general Agustín Pedro Justo había impartido órdenes de terminar con las bandas que asolaban al territorio nacional de Chubut y Río Negro.
El gobierno anterior del general Félix Uriburu había descuidado los territorios del sur del país, asolados por bandas de forajidos. Patiño y los suyos se les habían ido de las manos.
DESERTORES Y ECUBRIDORES
“El Rubio”, un chileno de Valdivia emigrado a Trelew pronto se convertiría en un mito comparable con el de la wild bunch de Butch Cassidy, Ethel Place y Sundance Kid.
El destino quiso Patiñio y Justiniano coincidieran en la Meseta de Somuncurá, allá por noviembre del ’31, cuando cada uno de ellos andaba escapando de la ley.
Patiño llegó a Trelew en 1925, con 26 años; lo acusaron de haber herido a un hombre en un bar pero no pudieron probarlo. Más tarde, lo atraparon robando en la casa de un vecino, Tránsito Fuentes.
En 1931 Patiño, una vez liberado de la cárcel de Trelew, inció su historia como bandolero en Gastre robándole un Mauser a un agente de la ley. En poco tiempo conocería a Aquiliano Justiniano, uno de los tres policías que se unieron a la banda.
Justiniano trasladaba un detenido de Paso de Indios cuando hicieron noche en un rancho, se mamaron y en una discusión él lo lastimó.
Los superiores le iniciaron un proceso judicial y lo mandaron a la cárcel. Justiniano les avisó: “Si no me dejan en libertad y me reincorporan a la Policía, me hago bandolero”.
Para finales de ese año, la banda de Patiño hacía de las suyas y dividía las aguas entre los pobladores. Estaban los que los apoyaban y los detractores. Algunos puestero los encubrían a cambio de los botines de los golpes que daban.
EL RUBIO SANGUINARIO
Patiño y una veintena de forajidos, cabalgaban leguas en la meseta y cada tanto, se tiroteaban con policías o bien se guarecían en algún puesto.
En uno de los asaltos policías sorpendieron a tres bandoleros, y el que escapó fue identificado como “El Rubio” por el dueño de la estancia.
De ahí -dicen- empezaron a llamarlo “El Rubio” Patiño. Al parecer su orígen se remonta a los gallegos que se establecieron en Chile durante y después de la conquista y colonización de la Araucanía.
Una anécdota lo pinta al jefe de la banda, es cuando le corta los dedos a Isididro Busnadiego en marzo de 1932, en una estancia de El Caín, Río Negro. El ganadero había llegado de Viedma con su esposa y su hija, y pensaban quedarse a la noche.
Estaban por cenar cuando aparecieron Patiño y otros bandoleros, y le exigieron la plata para pagarle a los peones. Busnadiego le dio el dinero pero “El Rubio” antes de irse le pidió los anillos: uno salió fácil pero el otro estaba atascado.
Patiño en un arrebato de furia, lo ató a una silla y le rebanó un dedo; los huesos de las falanges estaban a descubierto y bortaba la sangre. La hija, llorando, ayudó a sacar el anillo y trató de curarle el dedo con un jabón,
Patiño tomó el anillo y se fue riéndose en su caballo.