viernes, 4 de octubre de 2024

El motorcito contaba con un sistema de encendido fabuloso, cada cilindro tenía una poderosa bobina con su propio platino a vibrador que producía 15.000 volts, durante un largo recorrido del pistón, esto hacía que queme la totalidad de la nafta que entraba en el cilindro y que mantenga por más tiempo a la bujía en buen estado porque no la dejaba empastar en aceite aunque el motor solo tenía aros lisos y de mucho contacto con el cilindro.

Se cuenta de un señor que mientras marchaba por un camino a muchos kilómetros de cualquier auxilio, sintió que el motor comenzó a hacer un ruido infernal a hierros que se golpeaban entre sí. Paró en un descampadito donde podía acostarse bajo el auto y con el abundante juego de herramientas con que venía provisto el auto, sacó una tapita abulonada que traía debajo del cárter y así comprobó que se le había fundido el metal antifricción de una biela. Pero al no tener esperanza de auxilio calculó que si colocaba un cojinete de cuero, tal vez sin exigir mucho al motor podría continuar viaje. Como el único cuero que disponía era el cinturón, cortó un pedazo de éste y una vez colocado de cojinete, armó nuevamente, la tapita abulonada, puso en marcha el motor que salió marchando regularmente, así hizo muchos kilómetros, pero al final el cuero no aguantó más y nuevamente comenzó el ruido. Nuevo desarme y nuevo pedazo de cinturón y a seguir viaje. Se dice que el viajero llegó sin cinturón, aguantando los pantalones con una mano, pero llegó. Otra anécdota interesante es la que se cuenta de un señor que en pleno camino de curvas, como eran entonces, paró a cambiar una rueda pinchada, en ese instante otro forcito que venía en la misma dirección y bastante ligero, no lo vio y lo chocó violentamente de atrás, vale decir que aunque no hubo daños personales que lamentar, los dos coches quedaron tan rotos que ninguno de los dos podía continuar viaje pero, agudizando el ingenio, continuaron viaje desarmando los dos forcitos y armando uno nuevo con la parte trasera de uno y la delantera del otro… maravilloso ¿no?

 

Conocí a un indio de apellido Peñí, que rompió el elástico delantero y lógico se le cayó el motor casi hasta el suelo. Como así no podía continuar viaje, cazó un guanaco y le sacó el cuero con lo que hizo una larga tira del mismo ancho que las hojas del elástico rodo, levantó bien arriba el coche de la parte delantera y en los lugares donde debía ir prendido el elástico colocó dos trozos de madera y comenzó a pasar el largo cinturón de cuero, primero debajo del eje delantero, de allí al trozo de madera, de allí directo al otro trozo de madera colocado del lado opuesto, nuevamente por debajo del eje a las maderas y así muchas pasadas, hasta que formó el espesor del elástico. Esperó a que el cuero se seque y tome consistencia, luego bajó el coche sobre este tensor y continuó viaje con su forcito.

Un señor que tenía coche de alquiler (digamos un taxi) marchaba con sus pasajeros rumbo al norte, cuando en determinado momento se le salieron los bulones una biela y el cigüeñal la golpeó y rompió el motor sacando la biela por un agujero que se hizo en el block. Cuando levantaron el capot y vieron tremendo boquete en el motor por donde asomaba un trozo de hierro torcido, humo y aceite, creyeron que se quedarían tirados en el camino hasta tanto pasara alguien que los pueda llevar al pueblo más cercano que estaba a unos ochenta kilómetros. La desesperación parecía aumentar por lo que se decidieron a bajar sus equipajes para improvisar un campamento, pero el chofer, ducho en estos motores, los tranquilizó con un, “no bajen nada que enseguida seguimos viaje” y sacando de su bien provisto cajón de herramientas un rollo de alambre, empezó a atar la biela salida para que no pueda introducirse nuevamente en el motor y hacer otra rotura que esta vez sí los dejaría varados. Cuando la biela quedó bien asegurada, preguntó “¿alguien de ustedes me puede prestar una alpargata?” Conseguida ésta la colocó sobre el boquete y también la aseguró con alambre, puso en marcha el motor y tre, tre, tre, tre, tre, en tres cilindros llegaron a destino.

Un domingo llegó a casa un italiano y le dijo a mi padre, “che Cuán mirrá lo que tengo allí en la calle,” claro salimos todos a ver y se trataba de un camioncito Ford modelo T casi nuevo. “Eh lo compré barato, nel remate de los que pusieron el acua coriente ma, no lo sé manecare, ¿menseñás?”.

Salimos todos en el forcito y claro mientras mi padre le indicaba el gringo despacito, andaba y así anduvimos un ratito y regresamos a casa a almorzar, pero el italiano entusiasmado salió a ver su reciente adquisición y se animó a probar solo, lo puso en marcha bien, apretó el pedal de primera bien, pero sola se le bajó la palanca de embriague y cuando largó el pedal,  el forcito salió ligero, esto lo asustó y solo atinó a apretar nuevamente ese  pedal y lógico consiguió mermar la velocidad pero no paraba y cada vez se adelantaba más, miró la llave de contacto que había puesto para un lado para arrancar y calculo que dándole atrás se pararía, pero la paso de largo del centro y la conecto en magneto y el forcito no se paraba, intentó largar el pedal y nuevamente salía en directa mucho más ligero, así que tuvo dar seguir apretando el pedal. Todas las calles solitarias de una somnolienta siesta de verano lo vieron pasar al nuevo chofer en primera. Por suerte  parece que no tenía mucha nafta, pues en determinado momento el autito se paró solo. Cuando no hubo ningún ruido, cuando todo quedó quietito, recién don Ángelo se animó a largar el pedal. Le dolía la pierna terriblemente por el esfuerzo. Lo único que dijo fue: “Santo Dío, suerte que no se cruzó nesuno” y no quiso saber más nada del camioncito. Le dijo a mi padre, “te lo llevás, me lo pagás cuando puedas y como puedas pero yo no lo quiero ni vedere piú.”

Un invierno, estando en la chacra de un colono galés vi que al atardecer cuando dejaba el forcito detenido hasta el día siguiente, lo enfilaba hasta un gran montón de estiércol de caballo y lo detenía cuando el motor quedaba casi cubierto del mismo. Me llamó la atención tal maniobra y le pregunté por qué lo hacía y en su graciosa forma de hablar me dijo: “mirá no sé che, pero seguramente que maniana da aranque más ligerito,” y esto tenía su lógica, pues el estiércol produce calor por fermentación así que a la mañana siguiente el motor no estaba tan frío como si hubiera estado expuesto a la helada de la noche.

A los forcitos se los podía reformar de cualquier manera de acuerdo a los deseos o ideas inventivas de cada individuo, los conocí con ruedas de alambre en lugar de las originales de madera. Vi camioncitos a los que se les aplicó una caja de cambios reductora y hasta con otro diferencial detrás del original, muchos campesinos le cortaban la mitad trasera de la carrocería y le aplicaban un pedazo de vagoneta y así hacían un camioncito que les resultaba más práctico que el faeton; los vi convertidos en soporte de una maquina esquiladora, recuerdo que el que tenía el alambrador de la estancia de Ferro, le había hecho una casita con techo a dos aguas pintado de rojo y paredes blancas con friso rojo y puertas verdes como es norma en la edificación de esa estancia, tenía sus canaletas y chimeneas con un sobrero, ventanas a dos hojas, en fin, toda una auténtica casa rodante en 1927 y si alguien se acercaba a ella aparecía en su puerta el dueño con el mate en la mano saludando con: “adelante que está en casa de criollos,” sin preguntar quién era ni qué buscaba”.

Fragmentos de “El Madryn olvidado”, de Juan Meisen

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