En la Estancia de Cunningham también vivió Guillermo Halliday, un malvinense hijo de escoceses nacido en Puerto Argentino, o Puerto Stanley, como lo llamaba él. Sus familiares, junto con Rudd y Scott, fueron los que, entre 1.885 y 1.887, introdujeron las primeras ovejas en el Territorio Argentino de Santa Cruz.
La mayor parte de su vida trabajó en la esquila en la zona de Río Gallegos, en Santa Cruz. Solía alternar su estancia residiendo por tiempos en las Islas Malvinas y en el Continente. Durante sus viajes en bergantines solía participar de concursos de cocina que consistían en ver quien elaboraba el pan más exquisito. El ganador era premiado con una botella de caña de la que finalmente bebían todos los embarcados. También se dedicó a cazar lobos marinos. Para 1.935 trabajaba en una estancia vecina a Mata Magallanes. Cuando supo que George hablaba inglés se mudó a su establecimiento. Allí, en general, auspició de cocinero.
Halliday sufría de osteoporosis, enfermedad por la que en 1.955 lo internaron en el desaparecido Hospital Vecinal de Comodoro Rivadavia. En coincidencia con la internación, Rubén tuvo que viajar a Comodoro, entonces Georges le encomendó que visitara a Halliday. Una vez allí, el médico del hospital le recomendó que lo llevara de regreso a Sierra del Carril, ya que estaba desahuciado y su muerte era un hecho inminente. Ese mismo día emprendieron el camino de regreso.
Al mediodía del día siguiente don Guillermo apareció en la cocina de la administración y almorzó con ellos, como si su enfermedad hubiese desaparecido por arte de magia. Finalmente, el que supuestamente estaba desahuciado vivió varios años más.
Mantenía a raya su enfermedad bañándose en un tanque australiano y untándose el cuerpo con un yuyo conocido como “paramela” que, según afirmaban, era muy buena para la enfermedad de los huesos. Pese a la enfermedad y su avanzada edad, siempre fue muy resistente al frío. En las mañanas de invierno rompía con hacha el hielo que se formaba en su tina para luego lavarse con esa misma agua.
A poco de cumplir 80 años, desde que los hacía desde que llegó a Sierra del Carril, con la primera luz del día, don Halliday se encaminó hacia un aljibe en busca de agua para cocinar, pero esta vez su persistente enfermedad lo derrumbó a mitad de camino. Por el simple esfuerzo de caminar los huesos de una de sus piernas se partieron. Lo llevaron al Hospital de Río Mayo y luego al de Comodoro donde finalmente falleció.
Texto del libro “El Viejo Oeste de la Patagonia” Alejandro Aguado