jueves, 10 de octubre de 2024
Lewis Jones y aborígenes. Foto: 1867

Un hecho que desearía dejar debidamente aclarado es el relacionado con el primer encuentro de los galeses con los indios, donde se dice que como prenda de paz, la nena María Humphreys, de sólo ocho meses de edad  ¡¡es puesta en manos de la esposa de Chiquichano!!

La leyenda no deja de ser agradable y hasta si se quiere romántica y sentimental, pero dista mucho de ser verídica, ya que tampoco se ajusta a la realidad del momento que se vivía. Téngase en cuenta que los galeses les tenían terror a los indígenas, ya que antes de embarcarse, los habían erróneamente alertado que se trataban de caníbales de la mayor ferocidad existente sobre la tierra, los que terminarían por matarlos; tal es así que cuando el 19 de abril de 1866, reunidos los colonos en plena ceremonia nupcial de los Sres. Edwin C. Roberts y Richard Jones (Glyn Du), con las Srtas. Anne Jones y Hannah Davies, respectivamente, se les alertó de su llegada al Valle, al grito de “¡Vienen los, indios!”, “¡Vienen los indios!”, todos corrieron asustados a sus casas

Como es de imaginarse, el matrimonio Chiquichano con sus dos hijas, fueron tratados con  mucho recelo y esa noche, se les hizo pieza cuya puerta fue bien cerrada, haciéndose además guardia armada a su frente.

Coincidiendo con este relato histórico, relataré a continuación una conversación que mantuviera, allá por el año 1935, con un anciano colono, quien sobre el particular me manifestó, palabra más, palabra menos, lo Siguiente: “A los varios meses de estar en el Valle y siendo el día del casamiento del Sr. Edwin C. Roberts con Anne Jones, cundió la alarma ente los galeses que una pareja de indígenas se estaba aproximando a la Colonia, viniendo desde el lado sud de río. De inmediato se pusieron en guardia y se organizó la defensa, enviando a las mujeres y los niños a los lugares de menor peligro y más seguros”.

“Al promediar la tarde llegaron los dos indígenas, montados a caballo. Eran el cacique Francisco y su señora, los que se pararon a prudente distancia y pese a querer comunicarse verbalmente, ello no se logró por hablar idiomas diferentes. Entre los galeses se les ocurrió consultar el diccionario Inglés-Castellano que habían traído consigo desde Gales, haciéndoles la siguiente pregunta: ¿Tener hambre?” En respuesta el indígena movió afirmativamente su cabeza y de inmediato se les trajo en un plato, dos rebanadas de pan casero, comieron con deleite. Previa consulta con el diccionario, se les preguntó: “Querer más” y al afirmar nuevamente con la cabeza, se les trajo nuevos trozos de pan, con una taza de té con azúcar, el que saborearon como el mejor de los manjares, después de lo cual, la conversación se fue animando y los recelos y las desconfianzas del primer momento fueron desapareciendo.

“Al llegar la noche, se les presentó el problema del alojamiento de los indígenas, resolviéndose destinarles una piecita para ellos solos, pero a pedido de varias mujeres, se montó una guardia de cuatro hombres armados, para que los vigilaran toda la noche, no fuese a ocurrir que, durante el sueño, fuesen atacados, matados y robados por los indígenas. Nada de esto ocurrió, ya que los indígenas durmieron tranquilamente toda la noche, y al amanecer, previo un buen desayuno que se les dio, ensillaron sus caballos y se fueron. Manifestó además que al despedirse, se les regaló un poco de fariña y de yerba mate”.

(Por mi parte dudo que existiese yerba mate en esos días en la naciente Colonia, y más bien pensaría, que podrían haberle dado hojas de té para que con ellas hiciesen una infusión, que al parecer tanto les había gustado).

“Terminó manifestando que, ante acogida tan cordial, el Cacique Francisco no tardó en regresar nuevamente a la Colonia, pero en esta ocasión vino con toda la familia, pues a más de su esposa, trajo a su hijo Cacahuel y a sus dos hijas: Agar (la mayor) y Mariana. Como se acostumbraba viajar en estos casos, también vino acompañado de su tropilla de caballos y gran cantidad de perros”. Lamentablemente esta leyenda, que ya fue llevada al mural de la Escuela Provincial Nº 21 “Lewis Jones”, sirvió también de argumento para representar comedias en los actos escolares, inculcando en mentes infantiles, conceptos que no se ajustan a la verdad y que todos tenemos la obligación de preservar.

Para felicidad de los galeses, los indios tehuelches, de naturaleza pacífica, no resultaron ser belicosos como los pieles rojas de América del Norte que eran precisamente los que conocían por referencias del Sr. Edwin C. Roberts, quien había estado viviendo muchos años en U.S.A., razón por la cual bien pronto llegaron a entenderse con los galeses, llegando a ser buenos amigos, a los que denominaron “galensos”, para distinguirlos de los “cristianos” que eran los italianos.

Fragmento del libro “El living de Trelew” de Diego Dante Gatica

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