Tras el asesinato del ingeniero galés Ap Iwan, los bandidos Evans y Willson se internaron en territorio del sur de Chubut. En enero de 1911 estaban en Valle Huemules, donde pasaron algunos días en el campamento de Osa Latt, un viejo minero de origen norteamericano. El minero utilizaba como vivienda una pequeña cueva junto a la que corría un arroyo. El viejo era un particular personaje, una especia de ermitaño nómade obsesionado con encontrar oro. Su patrimonio estaba formado por una tienda de lona, tres carros, caballos, ovejas y las herramientas necesarias para la extracción del oro. Sin embargo, la suerte siempre le fue esquiva.
El buscador de fortuna, que desconocía la identidad de los criminales, les brindó su hospitalidad. Unos 10 kilómetros al norte del campamento de Latt residían los primos George y Jorge Cunningham. Los bandoleros partieron en búsqueda de sus compatriotas. Evans y Willson se presentaron como colonos en busca de tierras. Los Cunningham los alojaron en una modesta vivienda de adobe. A la mañana siguiente los bandoleros les debelaron sus identidades y los invitaron a unirse a su banda. Los Cunningham rechazaron la propuesta y los expulsaron del lugar. Evans y Willson retornaron a su guarida situada en el noroeste del Chubut.
Varios meses después de la partida de Evans y Willson del rancho de los Cunningham, el sonido apagado de cascos de caballos anunció la llegada de visitantes. Era una partida de la policía fronteriza. Recién daba el amanecer sus primeros pasos y el hilo de humo que despedía el fogón donde preparaban el café todas las mañanas los había guiado hasta ellos. Grande fue la sorpresa de la policía al encontrarse con dos gringos.
Lo primero que hicieron fue averiguar la identidad de los que se habían convertido en sospechosos:
Policía: -Nombre y nacionalidad.
Jorge: -Jorge Cunningham, soy norteamericano.
Policía: -¿Qué hacen aquí?
Jorge: -Hace 7 meses que vivimos aquí, desde diciembre del año pasado; somos ganaderos.
Luego otro policía interrogó a George.
Policía: -¿Y usted como se llama?
Como George había adquirido un manejo más fluido del idioma del país, tuvo la mala idea de castellanizar la pronunciación de su apellido y le respondió:
George: Jorge Cunningham
Sorprendido por la respuesta, el uniformado retrocedió unos pasos y le apuntó con el fusil.
Policía: ¿Pero cómo, me va a decir que se llama igual que el otro?
George se dio cuenta del error que había cometido y se quedó un momento en silencio, dubitativa. Finalmente contestó:
-No, ocurre que somos parientes, tenemos el mismo apellido pero mi nombre se pronuncia George – pronunciándolo en inglés-.
Elevando el tono de voz y acercándose en actitud amenazante, el agente lo increpó:
Policía: ¿Así que es vivo la cagada? ¿Piensa que voy a creer esa mentira?
George: Mire, primero no me insulte, yo le estoy respondiendo con la verdad -respondió ofuscado.
El policía se abalanzó hacia George y lo derribó golpeándolo en la cabeza con la culata del fusil, George cayó al suelo inconsciente con el rostro bañado en sangre. Jorge intentó acudir en su ayuda pero fue rápidamente reducido por los otros integrantes de la partida.
Los policías creyeron que esos hombres que habían atrapado eran los pistoleros que trataban de escudarse en identidades falsas. Sin escuchar los reclamos y explicaciones del furioso Jorge, lavaron y vendaron la herida de George, lo subieron a sus caballos y los condujeron hacia la estancia de Koslowsky, en Valle Huemules.
En el campamento de la policía fronteriza se encontraron los colonos Brooks, Noble y Leske, vecinos y conocidos de los Cunningham. Habían sido citados como parte de la investigación de antecedentes de los lugareños. Cuando arribó la partida con los prisioneros, grande fue la sorpresa de los vecinos al ver herido a George. De inmediato intercedieron a su favor, dando fe de la verdadera identidad y de la honradez de los primos. Aunque el mayor Gebhard dudó de George ya que por las referencias que tenía, su parecido con Willson era sorprendente, decidió liberarlos. El agresor de George, que también se encontraba presenciando el interrogatorio, se mantuvo indiferente sin mostrar signo alguno de arrepentimiento por su exceso de celo profesional.
Si bien la policía fronteriza cumplió con su función de limpiar de malhechores la cordillera, cometió muchos y variados abusos. A causa de deficiencias en el cumplimiento de la justicia, Gebhard implementó la “fuga”. Cuando atrapaba un delincuente peligroso o reincidente simulaba una fuga y lo acribillaba a balazos.
Para evitar mayores inconvenientes, la visita de Evans y Willson fue un secreto que Jorge y George decidieron no develar por mucho tiempo.
Por esos extraños designios de la vida, años más tarde, el mayor Mateo Gebhard se convertiría en uno de los tantos asiduos visitantes a la estancia de Jorge Cunningham.
También años después, en el Hotel Vascongada, de Comodoro Rivadavia, George se cruzaría fuerte con su agresor recordándole la herida que le había provocado.
Fragmento del libro “El viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado.