sábado, 9 de agosto de 2025
Edificio donde funcionó el Congreso de la Nación entre 1864 y 1905

Concluida la campaña militar se presentaba el serio problema de la incorporación a la vida civilizada de los sobrevivientes. Aunque la Constitución fijaba una pauta clara y definida, nuestros legisladores y funcionarios de gobierno nunca llegaban a ponerse de acuerdo. La mayoría de las proyectos y planes presentados no llegó a la aprobación y, por consiguiente, tampoco llevados a la práctica. Mientras tanto los indios quedaron abandonados a su suerte, expuestos a ser víctimas de cualquier inescrupuloso que contara con la complacencia o influencia de algún funcionario o jefe militar.

Otro aspecto que debe ser señalado es que no se hizo ninguna diferencia entre los indios que se habían resistido a las autoridades nacionales y efectuado malones y aquellos, como los patagones, que siempre habían acatado la autoridad, habían prestado importantes servicios, establecido sus relaciones a través de tratados y dado pruebas más que suficientes de sus condiciones, aptitudes y voluntad para su integración efectiva y beneficiosa al país y a ellos. Todos fueron juzgados con el mismo criterio y debieron sufrir las mismas consecuencias.

Una práctica empleada con frecuencia desde antes de 1879 era la distribución de los indios entre familias, el ejército o centros fabriles, según sus condiciones, verdadera servidumbre que no alcanzaban a disimular las altisonantes declamaciones civilizadoras. Como eso contravenía expresas disposiciones constitucionales que los igualaban a los demás ciudadanos, se trató de negarles esa condición a fin de justificar los procedimientos empleados contra ellos, o hasta su misma condición de argentinos.

Quien mejor expresó el pensamiento de los que sostenían esta postura fue, sin duda, el general Lucio Mansilla al afirmar que el indio “es completamente, orgánicamente por razones de evolución, refractario a nuestra civilización. No puedo decir que lo mejor que hay que hacer es exterminarlo, pero los norteamericanos, cuya autoridad estamos invocando siempre, han adoptado, desgraciadamente, por este último temperamento”.

Argentinos rebeldes

El presidente Roca era partidario de la formación de colonias indígenas y en tal sentido envió al Congreso un proyecto de ley en 1885. Durante el debate fue citado el ministro de Guerra -ocupaba este cargo interinamente el de Relaciones Exteriores, Dr. Francisco Ortiz- para algunas aclaraciones. Mansilla le preguntó si los indios eran ciudadanos argentinos o no. Ante la respuesta afirmativa del ministro, replicó que no se puede equiparar al indio con los demás habitantes, porque los indios son argentinos rebeldes, y más que nada son indios. Si son argentinos -continuó- “¿cómo se concilia…. el sarcasmo de esta diseminación de indios en todos los barrios de Buenos Aires, entre las principales familias; de estos verdaderos esclavos que se denominan argentinos? Entonces ¿cómo se explica este otro sarcasmo: que estos ciudadanos argentinos, nada más que en virtud del derecho de la fuerza, estén formando parte del ejército nacional, que es una servidumbre mayor que la otra?”

Ortiz no desconoce ni pretende ocultar la realidad existente, pero quiere que se dé una solución: “Si rechazamos a esos indios, si los asesinamos, si los mantenemos en guerra perpetua; o si se hacen los sacrificios necesarios para amansarlos, domesticarlos, civilizarlos gradualmente para que se incorporen a nuestra civilización, haciendo de ellos hombres útiles […] ¿Qué se hace con esos hombres? Creo que ningún señor diputado pedirá que se los mate. Yo no diría eso -responde Mansilla con una desaprensión que asombra- pero sí que se los elimine, por el mismo procedimiento seguido hasta aquí”. La reacción del Ministro fue inmediata y enérgica: “Ahora que los indios vienen voluntariamente a pedir un pedazo de suelo que dicen ha sido de ellos, y del cual hemos venido a posesionarnos, vamos a decirles: “¡No, señor; no se les da nada; están condenados a perecer, en esta tierra tan rica, tan abundante de todo; están destinados a perecer porque cuesta mucho mantenerlos! No podemos decirles eso. Hay un sentimiento de humanidad, de dignidad, y también de nacionalidad, diremos así, que nos lo impide”.

Fragmento del libro “Los indígenas de la Patagonia”, de Clemente Dumrauf

 

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