
En Trevelin, iniciado el siglo XX, la producción triguera ya justificaba las moliendas. Rhis Thomas introdujo un pequeño y rústico molino de piedra movido por un malacate tirado por caballos, al cual, alrededor de 1900, se le aplicó fuerza hidráulica. Esto significó un gran adelanto, ya que “… no tendrían que traer la harina desde Trelew, como hasta entonces y que por esta causa muchas veces escaseaba o faltaba por completo.”
En 1907, William Coslett Thomas y John Daniel Evans formaron una sociedad e instalaron un molino más grande. En 1917, se transformó en la Sociedad en Comandita Molino Andes J. D. Evans y Cia. El capital inicial de 100.000 pesos se incrementó pronto a 400.000 pesos, con lo que la Sociedad se transformó en la rectora del comercio harinero en una gran zona. La modernización técnica permitió alcanzar mayores volúmenes y mejorar la calidad.
“Así, en 1930, se obtuvo harina de una calidad especial y de una blancura nunca igualada hasta esa fecha.” Pero la producción no era uniforme debido a fracasos en algunas cosechas por factores climáticos o plagas no controladas, y tal vez por las competencias surgidas por la aparición de dos molinos en Esquel. De todos modos, el Molino de Trevelin logró abarcar un área de comercialización cercana a los 150 a 200 km a la redonda, incluyendo pueblos como Palena, en Chile.
En Esquel se fueron instalando varios molinos desde 1914. En 1926 se abrió el molino de SAIEP, la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia. En medios gráficos aparecía este tipo de anuncio: “Molino harinero con su nuevo y potente motor Diesel. Garantizamos artículo de superior calidad”. En 1930 se instaló el molino perteneciente al Sr. Luis Weber, con una fábrica de fideos anexa; con los años, fue el único que quedó en funcionamiento.
Seguramente por el aumento progresivo de la población y mayores demandas, la competencia entre los molinos Andes y Weber no puso en riesgo a ninguno de los dos hasta 1945 aproximadamente.
Sin embargo, las cosechas no eran uniformes y se dieron diversos conflictos. En 1926 ocurrió una gran sequía. El precio del trigo, que oscilaba entre 10 y 12 centavos el kilogramo, ascendió a un valor de entre 15 y 18 centavos. El molino Andes vendía la harina entre 33 y 36 centavos, mientras que los panaderos comercializaban el pan ya no a 40 centavos sino a 60.
Los panaderos se justificaban diciendo que se habían visto obligados a subir el precio porque la bolsa de harina había llegado a 21.50. Uno de los ellos aseveraba que, si se adquiriera harina de Rosario, Buenos Aires o Bahía Blanca, se lograría una baja sustancial del precio del pan. El semanario “El Libre del Sur” arrojaba estos datos, pesos por bolsa: en Dolavon el trigo se vendía entre 6,50 y 7,20 pesos la bolsa y la harina, de 14,40 a 15 pesos; en Buenos Aires, el trigo a 8,40 y la harina a 16; en la Colonia y Esquel, el trigo, de 10,20 a 11 pesos y la harina, entre 19,80 y 21 pesos.
Ante la crisis, los productores reclamaron al Gobierno apoyo técnico para vender más y mejor, y los panaderos demandaron harinas más baratas vinieran de donde fuera. El aislamiento y las crisis periódicas de las cosechas agudizaban las contradicciones entre productores y pequeños industriales, con acusaciones mutuas de especulaciones y salidas individuales, mencionando repetidas veces que el mayor perjudicado era el público consumidor. El citado Semanario se hacía eco de este problema y reclamaba acciones en conjunto de todos los sectores interesados (chacareros, trilladores, fleteros, molineros y panaderos) y del gobierno, mayor apoyo técnico y la introducción de nuevas semillas. Aconsejaba, con buen criterio, “no matar la gallina de los huevos de oro”.
Sin embargo, hubo épocas de superproducción cerealera en la zona. La prensa local consignaba en 1933 la baja de precios por la mayor producción de trigo. En este caso, los molineros sólo tomaban lo que habrían de industrializar y comercializar.
En los primeros años de la década siguiente surgieron nuevos inconvenientes con el precio del pan, hasta tal punto que los periódicos zonales lo denominaban “un artículo de lujo”. Incidiría un nuevo impuesto de 2,50 pesos por bolsa de harina. Reapareció nuevamente el dudoso tema de la mala calidad del trigo de la zona. El pan llegó a costar en Esquel 35 y hasta 40 centavos el kilogramo en 1941. “El Libre del Sur” decía: “Mientras se busca aumentar el pan que se amasa con harina de Bahía Blanca o Buenos Aires, los molinos locales tienen sus depósitos abarrotados de harina y la próxima cosecha parece que será superabundante.” Esto indica que estaba llegando harina del norte cuando el servicio del ferrocarril se encontraba construido hasta El Maitén.
Un anuncio en el Diario “Esquel” del 31 de marzo de 1945, titulado “Transferencia”, informaba la compra del Molino de Luis Weber, domiciliado en Esquel, con sus maquinarias y accesorios, por parte de la sociedad Molinos Río de la Plata, el día 26 del mismo mes, ante el escribano Alfredo Arce Castro, de Buenos Aires.
Un ex empleado de MRP, nos dijo que a partir de 1947 se introdujeron harinas del norte por ferrocarril, con el pretexto de que el trigo local no tenía el valor gluten de panificación requerido. Sin embargo, fueron maniobras burdas, ya que los análisis arrojaban un valor gluten de 29 y 30, valores más que aceptables. En 1948 se trajo harina de Guamini, Tres Arroyos, Azul y Olavarría, en julio se dejó de moler trigo local en el ex molino de Weber y se despidió a los empleados; las maquinarias se trasladarían a Salta y finalmente se cerró, reduciendo las instalaciones a depósitos. Se almacenaban entre 9 y 12.000 bolsas de harina, con el consiguiente monopolio de comercialización y regulación de precios. Cuatro o cinco trenes llegaban semanalmente a Esquel y descargaban productos de MRP: harinas, fideos, aceites y otros derivados de la agroindustria. La memoria popular cita que uno de los productores locales, el Sr. Morgan, decía que no tenían cómo vender el trigo y que se lo darían a las gallinas. De todos modos, la operación no era novedosa: la empresa adquiría molinos pequeños, compraba el trigo y luego lo molía industrialmente para dominar el comercio de harinas por todo el país, utilizando el ferrocarril.
Si bien la memoria popular le asigna al ferrocarril la “responsabilidad” del cierre de los molinos de la zona, existió una serie de factores diversos y coincidentes que cambiaría la producción regional.
Respecto del Molino Andes, de Trevelín, la competencia creciente de harinas del norte afectó su funcionamiento. Cerró en 1959, tras casi medio siglo de liderar la molienda y comercialización en la región.
Fragmento del libro “Esquel… del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola