Todo se inició en Masallé, al oeste de Salinas Grandes, en las cercanías de la actual ciudad argentina de Carhué, provincia de Buenos Aires. En aquella zona fronteriza entre el gobierno bonaerense y el antiguo Wallmapu tenían su toldería los mapuche boroanos, arribados desde Boroa (actual comuna de Nueva Imperial, en la Araucanía), tras el triunfo patriota en Maipú en 1818, donde apoyaron al bando realista. Los boroganos eran guerreros formidables y temibles, célebres desde las guerras contra la corona española.
En Puelmapu pactaron numerosos acuerdos con las autoridades argentinas, ayudando a combatir a otras tribus que incursionaban por ganado vacuno y caballar frontera adentro o bien que se oponían al avance de los fuertes argentinos en territorio indio.
Dicha alianza llegaría a su fin el 8 de septiembre de 1834, cuando un grupo rival de guerreros mapuche atacó por sorpresa la toldería del cacique Rondeau, asesinando a sus guerreros y tomando el control del territorio. El líder del ataque era otro lonko de Gulumapu, del lado oeste de los Andes.
Unos dicen que cruzó la cordillera invitado por el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que buscaba azuzar las hostilidades entre parcialidades “indias”. Otros aseguran que buscaba vengar la muerte en manos de militares y boroanos de su aliado el pewenche Martín Toriano, fusilado en Tandil por sus malones contra haciendas y fuertes argentinos.
Como haya sido, este jefe mapuche de alta estatura, hombros muy anchos y ojos vivos y escrutadores, como lo describe un cronista que vivió en su toldería, se llamaba Juan Calfucura. Y su ascenso en la región resultó desde entonces imparable.
En 1836 cayó sobre otro importante cacique asentado en las pampas, el legendario Venancio Coñuepán, cuyo linaje mantenía una relación histórica con el Gobierno chileno, a quienes auxiliaron con guerreros y lanzas en las guerras de independencia
Hacia 1840 Calfucura y sus guerreros pasaron a controlar el estratégico territorio de Salinas Grandes, de donde los porteños obtenían buena parte de la sal que consumían y comerciaban. Allí construyó un inédito centro de poder, rico en ganado, caballos y también en toneladas de fina sal.
Desde sus tolderías Calfucura controlaba buena parte de los circuitos mercantiles que vinculaban a la sociedad mapuche con las criollas de Chile y Argentina. Allí engrosó un gran ejército, formó espías que repartió por el territorio y se dedicó a perfeccionar su español para poder negociar con el Gobierno de Buenos Aires.
Con la habilidad de un relojero, fue tramando además una extensa red de alianzas políticas entre parcialidades mapuche anteriormente enemistadas entre sí, tanto en el lado este como en el oeste del Wallmapu. Pragmático, pactó con las autoridades argentinas cuantas veces le fue necesario e intervino también en sus guerras civiles apoyando a todos los bandos en disputa.
Fue aliado y enemigo de Juan Manuel de Rosas, lo mismo de Justo José Urquiza, según fuera su conveniencia.
Con las raciones que recibía de Buenos Aires como prenda de paz afianzó su influencia en un vasto territorio, que iba desde Mendoza y San Luis por el norte a Neuquén y Río Negro por el sur, llegando incluso hasta Gulumapu. Se cuenta que recibía de las autoridades argentinas dos mil animales mensuales y otros pagos que repartía entre sus aliados.
No se trataba, por cierto, de regalos; consta que el jefe mapuche los consideraba pago de arrendamiento por las tierras ocupadas.
Estas raciones le permitieron organizar una inédita Confederación Indígena que contaba con su propio escudo de armas y en la que estuvieron integrados poderosos caciques y lonkos de ambos lados de la cordillera. Muchas de sus cartas las firmaba con este escudo. Lo componía un sable, una tacuara o lanza de bambú, una flecha y unas bolas de boleadora, en el que rezaba enmarcado entre cruces la siguiente inscripción: General Juan Calfucura, Salinas Grandes.
Su fama de salvaje y sanguinario que le atribuye la historia oficial trasandina, a juicio de Omar Lobos, la ganó tras ser hostigado por las autoridades bonaerenses, ansiosas por avanzar la frontera sobre los ricos y extensos dominios mapuche de la Pampa.
La respuesta de Calfucura resultaría aplastante.
Entre 1852 y 1860, apoyado por guerreros provenientes de Gulumapu, condujo devastadores malones sobre numerosos fuertes y ciudades argentinas como Azul, Tandil, Melincué, Tres Arroyos y Bahía Blanca. Los soldados argentinos caídos en batalla se contaban por cientos.
El 13 de febrero de 1855, Calfucura, a la cabeza de cinco mil guerreros, invadió la ciudad de Azul. Tras el saqueo e incendio de comercios y viviendas, sus fuerzas se retiraron con miles de cabezas de ganado. Pero no solo eso. Cientos de mujeres cautivas fueron conducidas a sus tolderías en Salinas Grandes.
El 29 de octubre de 1855, Calfucura infligió una de las peores derrotas sufridas por el ejército argentino cuando venció al general Manuel Hornos en la batalla de San Jacinto. El jefe mapuche atrajo hábilmente a los soldados a un campo de arenas movedizas ubicado entre las sierras de San Jacinto y el arroyo Tapalquén. Obtuvo una fácil victoria.
Hornos tuvo que abandonar el campo de batalla, dejando 18 oficiales y 250 soldados muertos. Además, el saldo sumó 250 heridos, más numerosos caballos, pertrechos y armas que pasaron a engrosar el arsenal de Calfucura y sus guerreros.
Fragmento del libro “Historia Secreta Mapuche”, de Pedro Cayuqueo