
En 1884, la campaña militar del gobierno argentino para someter a los indígenas del Gran Chaco, conocida como Conquista del Desierto Verde, se encontraba en pleno desarrollo. Miles de miembros de las comunidades qom, moqoit, vilela, pilagás, wichis, entre otras, habían sido capturados por el ejército y aguardaban su destino con angustia e incertidumbre.
Con ese escenario, el 22 de junio, en el norte de la actual provincia de Santa Fe, se creó la reducción de San Antonio de Obligado, con la autorización del presidente Julio Argentino Roca y a instancias del coronel Manuel Obligado, que le puso su nombre al nuevo emplazamiento. El padre franciscano Ermete Costanzi fue designado para llevar adelante el proyecto evangelizador.
No fue la primera reducción para indígenas en esa zona del territorio argentino. Durante el siglo anterior se habían creado hacia el sur las de San Javier, San Pedro y San Jerónimo del Rey, gestionadas por los jesuitas hasta su expulsión de América en 1768. Todas tenían la misma finalidad: disciplinar a los indígenas, inculcarles las creencias y rituales cristianos, enseñarles a hablar español y el modo de vida occidental. Los educaban para “civilizarlos” y los obligaban a abandonar su cultura, sus costumbres, su idioma y su identidad étnica.
San Antonio de Obligado se erigió a cien kilómetros de la ciudad de Reconquista. El día anterior a su fundación, Obligado y Costanzi partieron desde colonia Las Toscas en una procesión junto a doscientos cincuenta indígenas moqoit y qom, hacia el lugar donde iba a establecerse la reducción, ubicada a una distancia de tres kilómetros.
Durante el trayecto, con los primeros fríos que regalaba el invierno naciente, los caciques de las comunidades sometidas, entre ellos el qom Juan Chará, fueron obligados a cargar en andas la imagen de San Antonio, en un hecho lleno de simbolismo, que representaba la dominación de una cultura sobre otra.
Obligado les había asegurado a las comunidades reducidas que el Estado les otorgaría la propiedad de esas tierras. Nada de eso ocurrió. La sucesión de hechos que tuvieron lugar en la reducción de San Antonio de Obligado en los años siguientes sepultaron las tibias esperanzas que albergaban los indígenas de hallar en ese lugar una vida más digna y segura. Las escrituras de las tierras que les habían prometido jamás aparecieron. Los buenos tratos de los primeros meses muy pronto dejaron paso a los castigos, los atropellos y las vejaciones propinadas por los miembros del ejército que habían sido designados para cuidarlos.
El panorama se agravó con el paso de los meses, y en 1887 se produjo la masacre. Los franciscanos fueron testigos de los abusos y de los crímenes, hasta los denunciaron, pero nada pudieron hacer para cambiar el curso de esta trágica historia.
Fragmento del libro “Mitos, leyendas y verdades de la Argentina indígena”, de Andrés Bonatti