En la época que fue nombrado gobernador (febrero de 1815) Andresito tenía más de treinta años, era un hombre robusto, de cara redonda, baja estatura, ojos verdes claros, usaba siempre una vincha en la cabeza y no se desprendía nunca de su lanza de tacuara. Se había casado unos años antes con Melchora Caburú, una indígena guaraní que lo acompañó en cada una de las campañas militares, como un soldado más, hasta casi el final de su vida.
Su gestión estuvo atravesada por las urgencias de la guerra, a pesar de lo tierras a los indígenas guaraníes para la producción de maderas, yerba, tabaco y algodón. Asimismo, revalorizó el rol del cabildo, que volvió a convertirse en un órgano democrático en el que los ciudadanos de las Misiones, y en particular los guaraníes, podían participar en la toma de decisiones. Se rodeó de seguidores fieles, como el mencionado Fray Acevedo, quien fue su principal consejero en cuestiones de gobierno.
Durante su mandato contrajo viruela, que superó gracias al tratamiento médico y el cuidado de su esposa, aunque no pudo evitar que las secuelas en su rostro lo acompañaran hasta el fin de sus días.
Siguiendo instrucciones de Artigas, entre 1815 y 1818 llevó adelante varias campañas militares, contra los portugueses, contra los paraguayos y también contra Buenos Aires, con suerte diversa.
Andresito tenía una capacidad notable para sobreponerse a los malos momentos. Su base de operaciones cambiaba permanentemente de un pueblo a otro; a su paso se le sumaban hombres para la pelea; movilizaba poblaciones enteras para que no cayeran en manos portuguesas y utilizaba la táctica montonera: ataques sorpresivos, emboscadas y la decisión estratégica de no enfrentarse jamás en una batalla frontal con un ejército más poderoso que el suyo.
En el libro biográfico Andrés Guacurarí y Artigas, Jorge Francisco Nachón y Oscar Daniel Cantero sostienen que:
Dos elementos diferencian a Andresito de otros caudillos federales del siglo XIX: en primer lugar, no poseía grande extensiones de tierra, lo cual hacía que las tropas que lo seguían no lo hicieran por un mero clientelismo paternalista, sino en defensa de su tierra sosteniendo principios e ideales; la fidelidad hacia Andresito, probablemente, se debía a otro factor: el comandante no era un español ni un criollo, sino un guaraní, un igual, lo cual es un hecho inédito en la historia nacional y constituye el segundo elemento distintivo del caudillo misionero.
Haciendo historia en Corrientes
En mayo de 1818, el gobernador federal de Corrientes, Juan Bautista Méndez, aliado de Artigas, fue derrocado por el capitán unitario José Francisco Vedoya. Andresito intervino y derrotó a Vedoya en las batallas de Caá Catí y Saladas, recuperando Corrientes para la Liga de los Pueblos Libres.
El 21 de agosto de 1818, ingresó victorioso a la capital correntina, ejército de guaraníes. Los indígenas, que siempre pie, seguido por su habían sido servidores en esa ciudad de tradición aristocrática, ahora tomaban el poder.
Jane y Anne Postlethwaite, residentes en Corrientes, dejaron testimonio de la campaña militar y de la personalidad de Andresito en el manuscrito Estractos de mis recuerdos sobre Corrientes.
El general Andresito recibió órdenes del Protector para marchar sobre la ciudad y posesionarse de ella, lo que realizó al frente de setecientos indios guaycurúes [guaraníes]. La noticia de su proximidad había colocado a los vecinos en gran alarma…
…la buena conducta de los indios era de agradecer porque habían sufrido muchas penalidades, faltos de ropas y víveres; con frecuencia se habían visto obligados a hervir pedazos de cuero seco para alimentarse [charque]…
Algunos soldados tenían fusiles, otros solamente lanzas, otros arcos y flechas; cerrando la marcha, y provistos de las armas nombradas, pero de tamaño más reducido, venían 200 muchachos indígenas. Estos indiecitos habían sido apresados por los correntinos y tenidos como esclavos. Andrés los había ido liberando donde los encontraba. […] Andresito es un hombre cortés, respetuoso y atento, de buen corazón y mucho más instruido de lo que pudiera suponerse. Usa frases delicadas, gusta del pudding inglés, y no porta espada pues ha perdido la suya y ha prometido recuperarla con honor.
Fragmento del libro “Mitos, leyendas y verdades de la Argentina indígena”, de Andrés Bonatti