miércoles, 10 de septiembre de 2025
En la trinchera de las calles Lavalle y Talcahuano, los revolucionarios del 90 ven morir al alférez Manuel Urizón. (Reproducción fotográfica de un cuadro de Alberto Schewart conservada en el Archivo Gráfico de la Nación).

La convertibilidad monetaria, en una economía aún rudimentaria y que dependía estrechamente del comercio exterior, era posible tan sólo si la balanza de pagos arrojaba permanentemente saldos positivos. Pero con el persistente déficit comercial que existió antes de 1890 (…) esa condición únicamente podía cumplirse mediante una gran afluencia de capitales extranjeros. Cuando la corriente de capitales se detuvo como en 1885 y, con mayor impacto en 1890, el estrangulamiento del sector externo provocó de inmediato la caída del valor de la moneda y profundas crisis económicas y financieras.

La crisis de 1886 determinó la suspensión de la convertibilidad (..) y el país vivió hasta principios del siglo XX con dos patrones monetarios: un papel moneda nacional depreciado y usado para las transacciones internas, y el oro o divisas, que se utilizaban para las les. En pleno auge de la economía agroexportadora, cuando ningún nubarrón teórico cubría el cielo de las teorías librecambistas, la Argentina tenía un “régimen de papel moneda inconvertible” basado en la expansión de la circulación monetaria y en la continua desvalorización de la moneda, factores ambos que originaron un agudo proceso inflacionario. (…)

(…) Entre 1886 y 1890, la Argentina tomó prestado, de ese modo, casi 700 millones de pesos oro y el total de su pasivo alcanzaba en 1892 a 900 millones de pesos oro. Como la balanza comercial no lograba equilibrarse para hacer frente al servicio de la deuda externa, que llegó a representar cerca del 50% del valor de las exportaciones, la desconfianza cundió entre los inversionistas extranjeros. La Casa Baring, principal agente financiero del gobierno argentino, entró en liquidación al no poder seguir colocando los títulos del país. Los más importantes bancos locales se declararon en bancarrota, en tanto que se acentuó la desvalorización del peso y la cotización de los títulos y aсciones de las principales empresas declinaron en forma espectacular conduciendo a muchas de ellas a la quiebra. Solamente la baja de los títulos de los ferrocarriles argentinos representaron una pérdida para sus tenedores de cerca de 20 millones de libras esterlinas.

Pero el origen de la crisis no era exclusivamente interno. Ligada estrechamente a Inglaterra, que era el centro del sistema financiero internacional, los movimientos de expansión y contracción que se originaban en la City repercutían seriamente en nuestra economía. En épocas de auge, los bancos y casas financieras inglesas expandían sus préstamos en el exterior con entera libertad, sin temor a que tal iniciativa pudiera causar una reducción excesiva de las reservas monetarias británicas. La razón consistía en que, cuando esto comenzaba a producirse y se originaba una fase de depresión, el Banco de Inglaterra recurría al remedio clásico de elevar el tipo de interés, con lo cual invertía el proceso expansivo y debilitaba la salida de capitales.

 

Fragmento del libro “El modelo liberal” De Pellegrini a Martínez de Hoz, de Mario Rapoport

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