viernes, 3 de octubre de 2025
Cine Coliseo-Comodoro Rivadavia

 

El día amaneció lluvioso, un domingo especial para quedarse en casa o ir al cine. Odilio Torrecín vive atrás del Coliseo y está entre los que prefiere ‘tirarse una siestita’ después de almorzar. Sin poner el despertador de su reloj, a las 5 de la tarde del 30 de julio de 1972, Odilio se despierta y se sienta en su cama… se corre hasta el lado de los pies, justo cuando un bloque de mampostería cae sobre la almohada. ¡Una pesadilla! No, Odilio ya no duerme. Escucha los gritos que vienen del cine… qué extraño, daban una comedia musical.

La sala del Coliseo está llena de chicos, conscriptos y algunas familias, es la función matinée y dan una película de Luis Sandrini y Piero. Se apagan las luces principales, los acomodadores Peñaloza, Saldivia, Herrera y Ulloa intentan ubicar a los remolones. Unas 1.000 personas están en la sala de la calle San Martín 552.

La escena que están a punto de vivir se desencadena atrás de la pantalla donde está la caldera, des- de ahí viene un ruido apagado hasta que explota, las cuatro primeras filas vuelan para atrás, la gen- te grita mientras busca la salida… corren para ganar la calle cubriéndose la cabeza con las manos para protegerse de los escombros que caen sobre ellos. No se ve nada, una nube de polvo lo cubre todo, la gente grita… los chicos corren, algunos están impedidos por el pánico y sólo atinan a doblarse sobre la butaca. Una impenetrable nube de polvo cubre a los desesperados.

Antonio Sánchez es uno de ellos y puede contarlo: “No se vio venir el asunto, justo pasó en el momento en que el profesor hippie le hablaba a los alumnos, entonces explotó todo, no vi fuego… mucho polvo, la luz se cortó y los gritos invadieron todo, el pánico corrió como reguero de pólvora… yo salí y volví a entrar para ayudar””.

Afuera se escuchan las sirenas, la gente se amontona… vienen los bomberos, los policías de todas las comisarías, las ambulancias… ¡Una bomba! ¡Una explosión de gas! Nadie sabe que la caldera acaba de explotar, sólo ven gente que sale muy asustada, muchos están lastimados, algunos muy graves. El hospital Regional, clínicas, sanatorios y el hospital de Y.P.F. se declaran en emergencia. Dos agencias de remis ponen a disposición sus coches para trasladar a los heridos.

Una hora después, la situación está controlada. El juez, don Roque González, el jefe de Policía y el de Bomberos inspeccionan los daños: “De los techos se desprendieron trozos de cielo raso, hay mampostería dispersa, cornisas, butacas, maderas, hierros y cables despegados por todos lados, el escenario está cruzado por una viga de cemento y las paredes están rasgadas”.

La tragedia deja el saldo de tres muertos y más de 30 heridos graves, la mayoría entre 9 y 16 años. Unos días después, la familia de Rodolfo Valentín Jaime, de seis meses (estaba en el cine con su mamá) traslada sus restos a Tucumán, de donde son nativos sus padres.

Los chicos de 5º año del colegio Perito Moreno, acompañan los restos de Rosa Ramírez, una compañera. Un niño de 10 años se recupera después de perder un ojo y así… otros quedan internados en el hospital Regional, Asociación Española, Cruz Azul y hospital Alvear.

Una tragedia… una mala película que nadie quiere volver a ver, aunque todos hablen de ella.

 

 

Fragmento del libro “Crónicas del Centenario”

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