viernes, 3 de octubre de 2025

 

Perón, en los pocos meses de su gobierno, apenas encontró tiempo para comenzar a depurar su propio partido y su gobierno de todos aquellos sectores nuevos que se habían infiltrado y que amenazaban hundir el régimen desde dos planos: el terrorismo clandestino y la acción gubernamental. Las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Salta, Santa Cruz y Mendoza estaban repletas de enemigos. Sus gobernadores Bidegain, Obregón Cano, Ragone, Cepernic, Martínez Bacca- eran antiguos peronistas. Pero habían sido rodeados de elementos vinculados a la Juventud Peronista (o sea, no peronistas), de recientísima formación y que notoriamente actuaban contra la jefatura de Perón.

El peronismo no había contado nunca con una “juventud” políticamente diferenciada. Jóvenes eran todos los obreros y trabajadores, que en 1945 constituyeron la fuerza motriz del peronismo. La “juventud” y su exaltación valorativa es un fenómeno particular de la clase media. Por las causas estructurales y espirituales ya referidas, una parte de la juventud y de la clase media y alta singularmente, del sector profesional y universitario de esa clase social- se fue desplazando durante la dictadura de Onganía hacia posiciones vagamente nacionales. Católicos o izquierdistas, la juventud argentina, después de un largo proceso y casi de manera sorprendente para todos -incluidos ellos mismos- asumió una posición peronista. El salto clarificador del episodio se produjo entre diciembre de 1972 y marzo de 1973.

Perón estaba lejos y prohibido. Cámpora, “el Tío”, era su encarnación afable y omnicomprensiva. Los estudiantes de física o antropología descubrieron el arte del bombo, ante el horror de sus padres, cultivados gorilas del 45 o del 55. Una gran alegría política embargó a la juventud. Se bailaba y se cantaba. A lo lejos, resplandecía en su soledad un caudillo mítico, que ni sus padres se atreven ya a desacreditar. Aquí, una dictadura moribunda, que se aviene a devolverle al soldado en la expatriación su uniforme y los sagrados restos de la madre de los humildes. La repulsión por los actos de la dictadura, la hipocresía de los “técnicos” y financieros y la voracidad de la oligarquía vuelcan a favor de un peronismo legendario y perseguido la simpatía militante de la juventud.

Además, Perón hablaba de un “socialismo nacional”. Unir a las masas con un socialismo algo abstracto, pero garantizado por un general exiliado, a su vez respetado por un gobierno militar que negocia con él, suponía algo realmente maravilloso. Todo estaba al alcance de la mano, el poder en primer lugar. El triunfo de Cámpora pondrá a prueba la porción de exitismo que había en tal peronismo, recientísimo e impaciente, y cuánto de inocencia fatal. Entonces, en la gran corriente milagrosamente acrecida cada día que pasaba, se instaló, exactamente en la cresta de la ola, un grupo, una organización de tipo terrorista que ya había ultimado y secuestrado a numerosas figuras del movimiento obrero y del Ejército, y que seguiría haciéndolo. Se trataba de los Montoneros, fusionados con las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias): el fascista católico Firmenich, de un lado, y el comunista Quieto, del otro, simbolizaron en dicha fusión la síntesis de las tendencias que en el movimiento juvenil derivarán al terrorismo puro. Así, en breves meses, nacieron las Juventudes de las Regionales, la JUP (Juventud Universitaria Peronista) y una corriente sindical, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), integrada sobre todo por empleados de comercio, bancarios, antes que por obreros industriales.

Lo curioso de ese proceso es que la dirección que ejerce el núcleo de Montoneros sobre las restantes siglas va revistiendo, de manera progresiva, un carácter y un tono abiertamente antiperonista. Montoneros reparte armas en gran cantidad e inicia en su práctica al mayor número de jóvenes que puedan incorporarse a su aparato clandestino. Pero el peronismo había llegado al gobierno, primero con Cámpora, luego con Lastiri y ahora con Perón. El tema de las armas, obsesivo en esa época, va a encontrar su respuesta en los servicios represivos de las fuerzas de seguridad, que comienzan por su cuenta a vengar a sus caídos. Los sindicalistas, a su vez, para protegerse, emplean numerosos custodios, fuertemente armados. Los ejecutivos de las empresas nacionales o internacionales confían su vida, familia y bienes a otros custodios o a servicios especiales de vigilancia. Toda la República, en un momento dado, posee armas, y algunos las usan. Parecíamos mexicanos, pero no habíamos hecho la Revolución mexicana. Tampoco los Montoneros se proponían hacer revolución alguna, como no fuera derribar al movimiento popular que encarnaba la aspiración a hacerla.

Esos días del tercer gobierno de Perón transcurren en medio de las noticias cotidianas de muertes, represalias, desaparecidos, asaltos a cuarteles, asesinatos de policías o de estudiantes. Poco a poco, y luego a un ritmo febril todo 1974 y 1975, varios miles de terroristas en estado demencial y otros miles de hombres de las fuerzas de seguridad se libran a un mutuo exterminio secreto, que tiende a despojar al gobierno de toda estabilidad. A la alegría general de los primeros meses, y al entusiasmo juvenil por el triunfo del peronismo, sucede gradualmente un estado de decepción, inquietud, miedo y, finalmente, pánico. Esto se verá de modo visible al morir Perón.

Desde el principio y con su habitual agudeza política, el Presidente advirtió que los “muchachos” tenían detrás alguna fuerza que los empujaba a una dirección indeseable. Advirtió sin rodeos que esa “juventud” se hacía llamar “peronista”, pero que no era peronista. Esto ocurrió meses antes de que los expulsara de la Plaza de Mayo, el 1º de mayo de 1974.

A medida que los golpes terroristas aumentaban, la base de masas de las “juventudes peronistas” se disgrega y se refugia en la pasividad política. Sólo permanece, considerablemente ampliado con los fondos obtenidos por asaltos y secuestros, el “aparato” de Montoneros. La conducta política de este sector es inequívoca. Juzgará como “burócratas” a todos los dirigentes obreros y, pasando de las palabras a los actos, asesina a los más destacados: Vandor, secretario general de los metalúrgicos; Alonso, dirigente de los textiles y exsecretario general de la CCT; Rucci, secretario de la CGT; Klosterman, dirigente de los mecánicos; Coria, de la construcción, y otros.

La lista es enorme. Desde el general Aramburu, expresidente de la República, hasta el general Sánchez, comandante del II Cuerpo de Ejército, brigadieres, almirantes, dos jefes de la Policía Federal – Villar (cuya lancha hicieron volar en el Tigre junto con su esposa) y el general Cardoso (al que se le coloca una bomba debajo de su cama), la lista abarca más de 1.000 muertos de las fuerzas de seguridad, según cifras oficiales. La réplica contraterrorista de esas fuerzas, aunque no hay cifras fidedignas, hacen ascender a muchos miles los ejecutados en la larga “guerra sucia”.

El Congreso Nacional discute las reformas al Código Penal sobre delitos del terrorismo. No asisten a esos debates los diputados de la “juventud”. Por esa razón son expulsados del partido por el Consejo Superior del Justicialismo. Dichos diputados (antiperonistas universitarios hacía apenas uno o dos años, o estancieros asesores de Onganía y conspiradores contra Perón, como Muñiz Barreto) renuncian a sus bancas. A esas discusiones tampoco asiste la mayoría de los diputados del MID frondizista, integrante del FREJULI. Se observa descontento en el peronismo por la actitud de sus aliados electorales. A su vez, un sector de la prensa cotidiana defiende oficiosamente la acción armada y ayuda a crear una atmósfera sombría en la vida nacional. El diario Noticias es financiado por los Montoneros. Con sus numerosas orlas negras y fotos de muertos parece un boletín informativo de la funeraria Lázaro Costa. A su lado, el antiguo matutino probritánico El Mundo cae en manos del ERP. El dinero de asaltos y secuestros aparece en el periodismo argentino. Otro periódico, llamado El Caudillo, contribuye, con su feroz matonismo de derecha y simpatía por López Rega, a volver irrespirable la atmósfera. Su lema es: «El mejor enemigo es el enemigo muerto».

El 20 de enero de 1974 un grupo terrorista intenta copar la guarnición de Azul. Muere el coronel Gay, su mujer y el soldado González. El propósito era volar el polvorín y llevarse armas. Perón habla por radio y acusa al gobernador Bidegain.

“El aniquilar cuanto antes este terrorismo criminal es una tarea que compete a todos los que anhelamos una patria justa, libre y soberana, lo que nos obliga perentoriamente a movilizarnos en su defensa y empeñarnos decididamente a la lucha a que dé lugar. Yo he aceptado el gobierno como un sacrificio patriótico, porque he pensado que podría ser útil a la República. Si un día llegara a pensar que el pueblo argentino no me acompaña en ese sacrificio, no permanecería un solo día en el gobierno. Entre las pruebas que he de imponer al pueblo es esta lucha. Será pues la actitud de todos la que impondrá mi futura conducta. Ha pasado la hora de gritar ¡Perón!, ha llegado la hora de defenderlo”.

Fragmento del libro “Revolución y contrarevolución en la Argentina”, de Jorge Abelardo Ramos

 

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