viernes, 3 de octubre de 2025
El presidente Ramón Castillo y el canciller Enrique Ruiz Guiñazú

El 22 de junio de 1941 Hitler lanza un ataque inesperado contra la URSS e invade el territorio soviético. Stalin queda alelado por la “traición” de su gran amigo. Churchill envía en el acto un mensaje de apoyo al gobierno de Moscú. La guerra deja de ser europea.

El bando rupturista se ve engrosado con la participación del stalinismo, de la “izquierda independiente” y en general de toda la cipayería prosoviética. ¡El país unánime! Al conjuro de la invasión nazi, brotan por todas partes “Juntas de la Victoria”, presididas por damas aristocráticas, que abandonan el bridge por la política y abruman a la República con sus mensajes y efigies. El frente rupturista se robustece con el inesperado y devastador ataque japonés a la gran base naval de Pearl Harbour en el territorio norteamericano, el 7 de diciembre de 1941.

Estados Unidos entra en la contienda y realiza tenaces esfuerzos para arrastrar tras suyo a los veinte Estados de América Latina.

El ataque contra Pearl Harbour hizo terminar la neutralidad del hemisferio occidental en la Segunda Guerra Mundial. La posibilidad de que la comunidad latinoamericana pudiera permanecer neutral, con la beligerancia de los Estados Unidos, nunca existió realmente, pues los gobiernos de Cuba, Panamá, la República Dominicana, Haití, Nicaragua, Guatemala, Honduras, El Salvador y Costa Rica declararon la guerra al Eje pocos días después de que los Estados Unidos entraron en el conflicto, escribe un autor norteamericano.

Pero el problema principal de la política exterior de Estados Unidos en América Latina era la posición neutralista de la Argentina. Castillo se mantuvo firme. La reunión de cancilleres de Río de Janeiro, celebrada en enero de 1942, demostró los ásperos choques entre la diplomacia argentina y la yanqui. El canciller argentino Enrique Ruiz Guiñazú -acusado de “nazi” por la prensa argentina oligárquica y la prensa imperialista-, bajo estrictas órdenes de Castillo, rehusó comprometer al país en una ruptura inmediata con las potencias del Eje. Al mismo tiempo, Ruiz Guiñazú negociaba secretamente con los diplomáticos en Río para obtener del gobierno de los Estados Unidos facilidades y apoyo para el establecimiento de la industria pesada en nuestro país».

Como puede verse, Castillo no representaba en ese momento a la “oligarquía argentina”, en su sentido terrateniente clásico, sino más bien a los ideólogos del Ejército, que habrían de proclamar esa aspiración abiertamente, ya desde el gobierno.

Como siempre había ocurrido, el imperialismo no quería conceder nada; sólo aceptaba la sumisión. Por lo demás, la vieja clientela política probritánica, nucleada en los partidos e instituciones tradicionales, se pronunciaba espectacularmente en Buenos Aires por la ruptura, lo que hacía pensar a los yanquis en Río que Castillo carecía de apoyo interior.

Varios funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos quedaron impresionados ante demostraciones masivas en favor de los aliados realizadas en Buenos Aires y por declaraciones que instaban a la ruptura de relaciones con el Eje formuladas por líderes de los partidos de la oposición en la Argentina.

Los propios norteamericanos no ignoraban la importancia de los factores económicos en la decisión de los Estados latinoamericanos más débiles de romper relaciones con el Eje. Pero la Argentina, secularmente vinculada a la economía europea, poco tenía que ganar en el cambio de amo. El viejo Cordell Hull, un puritano de mollera dura, hipnotizado por el Destino Manifiesto, y que ignoraba la geografía económica tanto como la historia mundial, instruía a Sumner Welles en Río para presionar a los argentinos: «De ben aceptar esta situación o irse por donde vinieron y, en este último caso, se debe tener confianza en que la abrumadora opinión pública de la Argentina suministrará el correctivo».

Un penetrante estadista, como se ve. Welles respondió a Ruiz Guiñazú que mientras la Argentina no diera pasos efectivos para romper con el Eje, “era tiempo perdido conversar sobre el asunto”.

El “asunto” era la industria pesada. Al mismo tiempo, se negaba a la Argentina toda forma de ayuda militar o de equipos bélicos. Una comisión argentina de adquisición de armamentos que viajaba a Estados Unidos obtenía una rotunda negativa.

La Argentina, desligada por las fórmulas ambiguas de Río, de todo compromiso taxativo para romper con el Eje, quedaba desde ese momento al margen de la ley de Préstamo y Arriendo y de la asistencia financiera que Estados Unidos ofreció a los gobiernos títeres sudamericanos.  Ruiz Guiñazú calificaba despreciativamente a la política norteamericana de “diplomacia del préstamo”. Comenzaba la política de “aislamiento” continental de la Argentina, que alcanzaría durante el gobierno militar su máximo punto crítico. El gobierno de Castillo era acusado constantemente de permitir las actividades de agentes y espías del Eje. Por su parte, estas acusaciones procedían de informes confidenciales proporcionados al gobierno argentino por espías norteamericanos que actuaban con plena libertad en el país.

 

Fragmento del libro “Revolución y contrarevolución”, de Jorge Abelardo Ramos

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