La casa Baring Brothers era la tradicional banquera de casi todas nuestras operaciones de crédito desde los tiempos de Rivadavia. En 1888 había suscrito el bono por el empréstito de Obras Públicas, obligándose a entregar 21 millones de pesos oro a cambio de 25 millones de bonos a colocar en el mercado londinense.
Baring anduvo remiso en el lanzamiento de los títulos, y la iniciación de la crisis argentina lo tomó con un paquete considerable en cartera. Como la prensa londinense se había hecho eco de la caída de valores en la Bolsa de Buenos Aires, las quiebras de empresas, y finalmente del rumor que el gobierno no estaba en condiciones de afrontar el pago de la deuda externa, la cotización de los títulos argentinos descendió vertiginosamente. Baring encontró así que había cambiado oro por papeles sin mayor valor. Falto de capital, se arrastró un tiempo con expedientes dilatorios, pero su situación tocó fondo en octubre de 1890. Debió recurrir al Banco de Inglaterra, cuyo gobernador -dice Ferns- “estaba seguro que si Baring caía, el alud que se precipitaría (sobre los bancos ingleses) para sacar el oro, podría hasta derribar al mismo Banco de Inglaterra cuya reserva de 10.815.000 libras esterlinas habría sido enteramente insuficiente” .
Por iniciativa del Banco de Inglaterra se formó un consorcio internacional de banqueros presidido por Rothschild -la comisión Rothschild, a fin de proceder a la liquidación de Baring. “Liquidar los haberes de Baring -dice Ferns- significaba en gran parte obtener de la Argentina buen dinero en suficiente volumen”; a ese efecto el vizconde Goschen, canciller del Exchequer (cargo que equivale a ministro de hacienda británico), debía “ejercer su influencia sobre el gobierno argentino”.
“Arreglo Plaza”.
Pellegrini comisionó a Victorino de la Plaza a Londres a fin de gestionar el empréstito que pagaría la deuda exterior exigible en los próximos años, quitando esa preocupación al gobierno. Se calculaba que veinte millones de libras bastarían, y sobraría un pico.
El comisionado llegó a Londres en noviembre de 1890 encontrándose con la crisis Baring, la comisión Rothschild y otras comisiones -acreedores ferroviarios, tenedores de bonos, de cédulas hipotecarias, síndicos del concurso de Murrieta y Cía. (provocada por la baja de los títulos provinciales), etc., que reclamaban imperiosamente la devolución de su dinero invertido en la Argentina.
Plaza fue oído por Rothschild. Su pedido de más dinero (aunque fuera con el santo propósito de pagar las deudas externas apremiantes) se discutió agriamente y dividió a los liquidadores. Los banqueros alemanes y franceses se negaron a desembolsar más, sabiendo que sus créditos estaban garantizados y podían ejecutarse. Pero ejecutar significaba intervenir en la Argentina apoderándose de la aduana, y esto era un extremo que no convenía a Inglaterra (principal acreedor) sino después de agotadas las otras posibilidades. Finalmente los acreedores ingleses (los franceses y alemanes se separaron) llegaron a un acuerdo con Plaza. Se acreditarían en Londres 75 millones en oro para cubrir intereses, amortizaciones y garantías ferroviarias durante tres años, pero el gobierno argentino giraría para ayudar a Baring -convertidos en oro- cincuenta de los sesenta millones de pesos que acababa de emitir. Plaza argumentó con la caída de los bancos oficiales al encontrarse sin ese dinero, y el perjuicio que traería a la cotización del oro en Buenos Aires si el gobierno compraba metálico por tanto valor; “la vida sería intolerable y hasta podía estallar una revolución”. Fue inútil. Sin mandar previamente los cincuenta millones de pesos, aunque cerrasen los bancos argentinos, no habría empréstito en libras.
Pellegrini cambió en oro los cincuenta millones (el oro subió a 333) mandándolos a Londres a la orden de Rothschild. “El poco stock metálico que tenía el país quedó agotado” dice Terry, y el público empezó a retirar sus depósitos porque la inseguridad de los bancos oficiales trascendió.
Cumplida la formalidad, Rothschild respaldó a la casa Morgan y Cía. el llamado empréstito-moratoria: se darían al gobierno argentino 75 millones de pesos oro al 6% de interés “en condiciones más que deprimentes para el honor del país y del gobierno” dice Terry. En realidad no diferían mucho del “arreglo Pellegrini” de 1885.
Morgan acreditaría en sus libros el monto total, deducidos los gastos y comisiones, que destinaría al pago de todos los servicios de la deuda argentina durante tres años. Emitiría bonos por 75 millones, a pagarse y amortizarse durante los tres primeros años con la cantidad acreditada; estos bonos serían recibidos en la aduana argentina (que exigía el pago de aranceles a oro) por su valor a la par; el gobierno argentino depositaría diariamente, tomándola de la recaudación, una cantidad de oro bastante a juicio de un agente de Morgan acreditado en Buenos Aires; el gobierno se obligaba a no contraer empréstitos exteriores durante tres años, y retirar de la circulación quince millones de pesos anuales durante el mismo tiempo.
A López, más nacionalista que el presidente, le quedó el derecho al pataleo. En noviembre, al tempo de concertarse el “arreglo”, el ministro inglés en Buenos Aires, Pakenham, informa a Londres que el ministro argentino acusaba a los bancos extranjeros de “acumular oro en sus bóvedas, proveer así a viciosas especulaciones, y distribuir grandes dividendos en momentos de crisis”. López prohibió la venta de oro en la bolsa, declaró ilegal la circulación de monedas extranjeras; en diciembre gravará con un 2% los depósitos en bancos extranjeros con el propósito de favorecer los bancos oficiales; en enero de 1891 creó un impuesto de 7% a los beneficios de las sociedades extranjeras, y un fuerte derecho de patente a las empresas extranjeras de seguros. No llevaba otro propósito que beneficiar a las compañías argentinas, conforme al viejo proteccionismo del ministro, pero en Inglaterra se tomará como algo absurdo en un país sometido.
Fragmento del libro “Historia Argentina” de José María Rosa