
Marzo negro.
Al trascender que los cincuenta millones destinados a los bancos oficiales habían debido girarse a Londres, el pánico cundió, temiéndose por la estabilidad de los institutos oficiales. Hasta el Banco Provincia, el coloso que había salvado todas las crisis, sufrió una corrida en la primera semana de marzo de 1891.
Pellegrini llamó a reunión de notables para que aconsejaran las medidas prudentes. El 6 de marzo acudieron a la casa de gobierno las personalidades de la universidad, comercio, parlamento, periodismo, bolsa, ex ministros de hacienda, etc. Entre ellos para mencionar sólo a quienes hablaron- Romero, Rufino Varela, Francisco Uriburu, Pacheco, Terry, Quintana, del Valle, Gorostiaga, Ernesto Tornquist, William Paats, general Mansilla y Agustín de Vedia. Planteó Pellegrini el problema bancario e indicó dos soluciones proyectadas; una, del gobierno, que era emitir por la Caja de Conversión notas metálicas a la cotización de 200, que serían admitidas en pago de los aranceles de aduana y servicios hipotecarios; la otra, por la Bolsa, de suscribir un empréstito interno por cien millones papel. En ambos proyectos el producto se entregaría a los bancos oficiales para hacer frente a sus compromisos.
Los participantes rechazaron la emisión, que habría significado una moneda intermedia entre el papel y la metálica, y, sin mucho entusiasmo, se adhirieron al empréstito interno (que a juicio de algunos no llegaría ni a veinte millones). Del Valle trajo a colación el problema político porque “ésta no es una mera cuestión monetaria: es una cuestión política, moral y económica. Creo que están conmovidos todos los resortes de la sociedad argentina, y nos amenazan en este momento como nación”. Dijo grandes verdades: “Un país no puede salvarse en situaciones de este género sino a condición que el pueblo se una a su gobierno. Si el pueblo anda por un lado, y el gobierno por otro, todos éstos son remedios efímeros… Hemos llegado a suponer lo que más degrada a los pueblos y que no debería recordarse siquiera en el vocabulario argentino: la posibilidad de una dictadura militar”. Proponía “cambiar el sistema político fundamentalmente: el gobierno dando garantías al pueblo, y el pueblo dando garantías al gobierno”, que sólo podía hacerse por elecciones libres en toda la República. Pellegrini aceptó “la relación forzosa que debe existir entre la situación política y la situación financiera”, y “lo que hoy sucede es hijo legítimo de los errores cometidos en treinta años”. Cortó el diálogo Quintana, considerando que “la crisis que atraviesa el país es demasiado compleja: es militar, política, económica…, pero el objeto de esta invitación nos restringe a ocuparnos de los fines a que ha sido hecha”.
Finalmente se aconsejó el empréstito interno (los exteriores los prohibía el “arreglo Plaza”) por cien millones al tipo de 75 y al 6% de interés. Mientras se suscribía, el gobierno declararía un feriado bancario (debate en Pellegrini, Obras, IV).
La suscripción fracasó. Apenas se cubrieron cuarenta millones nominales, que significaron veintiocho efectivos.
No había más remedio que suspender las operaciones de los bancos oficiales. Así se hizo por decreto del 7 de abril, convertido en ley el 22 de junio.
El Banco Nacional no se levantó más, y será liquidado definitivamente por ley del 16 de noviembre de 1893. El de la Provincia pudo mantenerse gracias a continuas moratorias (agosto de 1891 por cinco años, ampliada a diez en enero de 1895 y prorrogada otros dos años en setiembre de 1904).
La caída de los bancos oficiales se contagió a los particulares que sufrieron corridas; cinco de ellos debieron cerrar sus puertas.
“Habíase detenido el péndulo de la vida en el gran mecanismo comercial y económico -dice Terry-. No había moneda en circulación, no había crédito, no había confianza. Nadie compraba y nadie podía vender, aun a vil precio. La vida encarecía por momentos, faltaba el trabajo, y a los horrores de la realidad se agregaban las creaciones fantásticas de imaginaciones enfermas por el miedo”.
Posibilidades de una intervención británica.
Las angustias del marzo negro de 1891 se tradujeron en una reacción general contra los ingleses. Había sido por culpa de ellos que los cincuenta millones, que hubieran salvado a los bancos oficiales y detenido tal vez la crisis, siguieron otro rumbo. En junio el ministro inglés en Buenos Aires, Packenham, informa a lord Salisbury, primer ministro de Inglaterra y a la vez canciller a cargo de las relaciones exteriores, que “reina un sentimiento antibritánico”; el agregado comercial, Herbert, “duda que pueda permanecer en el país” porque “el trato social entre argentinos e ingleses está cesando”.
Los diarios londinenses protestaron por los impuestos a los depósitos en bancos extranjeros, a las sociedades anónimas foráneas y sobre todo por la fuerte patente que gravaba las empresas británicas de seguros. Hablan derechamente de intervención, y dicen que se ha violado el tratado de 1825. Salisbury, interpelado en el parlamento, ha hecho estudiar la pretendida violación, que los juristas de la Corona despacharon negativamente.
La agitación sigue, aumentada con la guerra civil encendida en Chile en esos momentos que amenaza los intereses ingleses y norteamericanos en el Pacífico. Una entente, como la anglofrancesa de 1842, podría anudar a una y otra potencia en una acción conjunta en América del Sur.
El 24 de julio el gerente del Banco de Londres en Buenos Aires entrevista al subsecretario inglés de relaciones exteriores, sir James Fergusson, pidiendo “la intervención conjunta (Inglaterra y Estados Unidos) en la Argentina”, sola medida a su juicio que “puede establecer un buen gobierno allí…”. Le pinta con negros colores la situación económica y caos político existentes que perjudicaban las inversiones inglesas: “lo más efectivo sería que alguna potencia, de acuerdo con otras, interviniera estableciendo un gobierno provisional. Ninguna tan interesada como Gran Bretaña”. Fergusson redacta un memorándum con la solicitud del gerente que eleva al premier Salisbury. “¡Sueños!” acotará al margen la prudencia de éste.
El 29 Salisbury habla en Mansion House para detener la presión de la City que exigía la intervención conjunta con los Estados Unidos en la Argentina y Chile. “Hemos sido presionados, seriamente presionados -dijo el primer ministro para que asumamos el papel de árbitro compulsivo en las disputas que se registran en América del Sur… también hemos sido seriamente presionados para que emprendamos el saneamiento de las finanzas argentinas”. Agregó que si bien Canning si resucitase, “se sentiría muy decepcionado por lo que vería en América del Sur, Gran Bretaña debería aferrarse a la política de Canning de no intervenir (directamente) en los Estados americanos”.
Fragmento del libro “Historia Argentina” de José María Rosa