
El latifundio se expande por Wallmapu. Y los terratenientes, cada vez más poderosos, gobiernan el país junto a Julio Roca. Su triunfal candidatura fue planificada en los alfombrados salones de Buenos Aires. “Su nombre surgió de un muy apretado y distinguido núcleo de la burguesía terrateniente donde destacaban nombres como Antonio Cambaceres, Carlos Casares, Diego de Alvear o Saturnino Unzué”, relatan Bonatti y Valdez en el libro Una guerra infame (2015).
“La conjunción de estas fuerzas aliadas al capital premia a los conquistadores. Reparte tierras. Y a Roca, su jefe, la Presidencia de la República”, señala Álvaro Yunque. “Paz y administración” promete Julio Roca en su mensaje al Congreso de la Nación al asumir su primer mandato. Paz, pero no para todos. “Continuaré las operaciones militares hasta completar el sometimiento de los indios”, agregó aquel 12 de octubre de 1880.
Y así lo hace. En sus dos primeros años de gobierno sucesivas brigadas a las órdenes de Lorenzo Vintter, Liborio Bernal, Nicolás Palacios y Rufino Ortega barren con las tolderías al sur del río Negro, desde Aluminé hasta el Nahuel Huapi. Todas actúan bajo la jefatura del ahora general Conrado Villegas, el “Toro” a quien Pincén había perdonado la vida.
Pero derrotados los mapuche Roca enfrentaba otro desafío mayúsculo: ¿Quién administraría el territorio conquistado?
A las provincias adyacentes, es decir Mendoza, San Luis, Córdoba. Santa Fe, Corrientes y sobre todo Buenos Aires, relata el historiador Félix Luna, se les hacía agua la boca imaginando doblada su superficie. Se optó sin embargo por traspasar su tutela al gobierno de la Nación. Fue así como en 1884 la Ley de Territorios Nacionales subdividió la Gobernación de Patagonia -creada en octubre de 1878- en los territorios de La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
La Pampa tendría su capital en General Acha y su primer gobernador fue Juan Ayala; Neuquén, capital en Chos-Malal y su primer gobernador fue Manuel Olascoaga; Río Negro en Viedma -que fue segregada de la provincia de Buenos Aires y su primer gobernador fue Lorenzo Vintter; y finalmente Chubut, con asiento en Rawson, siendo su primer gobernador Luis Jorge Fontana. Todos militares, todos “veteranos del desierto”, todos hombres de Roca a quien debían sus cargos.
Así nacieron las actuales provincias de Puelmapu: fueron la culminación de una tarea militar y sus jefaturas un premio político para los comandantes. Pero hubo otro premio cuyo valor se media en leguas o hectáreas: las tierras mapuche. Se hizo a través de la Ley 1682 de Premios Militares, sancionada por el Congreso el 5 de septiembre de 1885. Varios eran sus objetivos: favorecer con tierras públicas a los que habían contribuido a su conquista, arraigar población mediante la propiedad y favorecer la reconversión de fuertes militares en colonias agrícolas y pastoriles.
La ley otorgaba tierras a los jefes, oficiales y soldados participantes de la campaña al río Negro. Estas tierras debían ubicarse al sur de dicha frontera y la extensión de los terrenos variaba según el grado del favorecido. No era la primera vez que el Estado pagaba a las tropas sus servicios con tierras. Rosas también lo hizo en Buenos Aires. Pagó con tierras indígenas o confiscadas a los unitarios la fidelidad de militares y civiles.
Sucedió en 1833, durante la primera Campaña al Desierto: militares rosistas recibieron tierras, y el principal beneficiado de esta donación fue el propio Rosas. La historia se repitió en toda la década de 1830. Nuevos regalos de tierras a los militares que hacían expediciones, “entradas”, contra las jefaturas mapuche bonaerenses y de la pampa.
Más tarde los sucesores de Rosas hacen exactamente lo mismo: venden, arriendan o regalan la tierra a los militares. La mayoría, sin embargo, malvendió a su vez las tierras a grandes propietarios, el eterno ciclo de la especulación y el acaparamiento.
Fragmento del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo