
Hay un militar a quien la historiografía nacional ha bautizado como “el Buffalo Bill chileno”. Se trata del capitán de Ejército de Chile y fundador en 1889 del Cuerpo de Gendarmes de las Colonias, Pedro Hernán Trizano. Su historia también daría para varias películas sobre la vieja Frontera, pero no precisamente de aventuras. Más bien de terror.
Trizano era un mercenario italiano, “de baja estatura y bigote primorosamente bien cuidado”, que desde su temprana juventud mostró especiales dotes para la vida mercenaria. De manera fortuita había nacido en aguas chilenas en 1860, en un barco donde viajaba de paseo su familia y que se encontraba frente a Valparaíso. Sus padres eran oriundos de Nápoles y, por lo visto, de acaudalada posición.
Estudió en la escuela naval de Génova, pero sirvió pocos meses en la marina italiana; su afán aventurero pronto lo llevó a Constantinopla (Turquía), donde sirvió en un barco cañonero por más de un año. Luego sus pasos lo llevaron a Grecia, la India, China y de ahí pasó finalmente a América.
Llegó primero a Paraguay y allí se sumó a varias revoluciones que asolaban las nacientes repúblicas del Atlántico. Luego cruzó a Argentina, donde ofreció sus talentos al bando de Bartolomé Mitre, pero el cálculo le resultó un desastre. Tras la derrota del caudillo debió escapar con lo puesto para salvar el pellejo.
Así, llegó a Chile justo cuando comenzaba la Guerra del Pacífico. Obviamente se alistó y terminó en el norte, donde cuentan sus biógrafos- destacó siempre por su temeridad. Como parte del Regimiento de Cazadores estuvo en la entrada a Lima y en la campaña de la Sierra, esta última una de las más sangrientas y catalogada por diversos historiadores como de “guerra sucia”.
Tras regresar a Chile, Trizano fue destinado a la Frontera. La Guerra Civil del año 1891 lo encuentra prestando servicios en Angol, en el cuerpo de caballería, donde pronto tuvo como misión combatir a bandoleros y facciones mapuche rebeldes. Tras la revolución fue nombrado prefecto de Angol. Se abocó a la organización de la primera policía rural, donde adquiere fama persiguiendo peligrosos forajidos. Se cuenta que sus hombres no se caracterizaban precisamente por los buenos modales. Tampoco por su prestancia y gallardía. Así al menos lo cuenta el ingeniero belga Gustave Verniory en sus memorias:
La policía de ese tiempo era una docena de seres andrajosos, sin uniforme, solamente reconocibles por su aire insolente y un quepis blanco, azul, rojo o negro. Su armamento consistía en un yatagán y un sable de caballería. Su sueldo era de 17 pesos al mes, que rara vez se les pagaba. Por esto ellos buscaban la subsistencia por sus propios medios. Cuando uno se retrasaba en la noche al volver a su casa, debía preparar el revólver y cambiar de acera cuando divisaba a un policía (Verniory, 2001:354).
En 1896, ya ascendido al grado de capitán, el gobierno le encargó la creación del Cuerpo de Gendarmes de las Colonias, tristemente conocidos como los TRIZANOS por el apellido del jefe. Lo formó con cincuenta de sus más leales hombres, llegando con los años a un total de trescientos efectivos.
Dicha fuerza la componían soldados retirados del Ejército y exmiembros de la temida policía rural, cual de todos más temerario que su jefe. Pronto se convirtió en una especie de ejército irregular, al margen de las fuerzas armadas, con mucho poder y atribuciones. De estrechos vínculos con los hacendados de Angol y Temuco, operaba como una verdadera fuerza paramilitar al servicio de los agricultores y colonos extranjeros.
“Ubicaban a los bandoleros y cuatreros en sus propias guaridas y con ellos libraban feroces combates; hostigándolos constantemente, hasta que desmoralizados o vencidos, deponían sus armas. Otros, ante el peligro inminente, traspasaban los Andes y huían a la Argentina”, relata un cronista de la época.
La verdad es que los que huían eran los menos; una gran mayoría, capturados por Trizano, eran dados de baja en el acto. Sus fusilamientos legales -cuenta el historiador Gonzalo Peralta- se sucedieron a un ritmo de cincuenta personas al año, pero las ejecuciones sin proceso fueron ampliamente más numerosas. Se cuenta que para el año 1891, cuando Balmaceda hacía regir la ley marcial por motivos de la guerra civil, Trizano aprovechó la impunidad que le brindaba para masacrar a treinta reos cerca de Temuco con el expediente de la “ley de fuga”.
El historiador José Bengoa dice al respecto:
Este policía ocupó los métodos más violentos, poniendo otro elemento colonias fue decisivo en la dominación de los indígenas con un enorme grado de arbitrariedad que quedó en la memoria rural del sur; no es casualidad que los grupos armados “paramilitares” a lo largo del siglo veinte y en la actualidad, formados por terratenientes, se autodenominan “los trizanos” (Bengoa, 2019:169).
Durante quince años Trizano cometió todo tipo de abusos en Wallmapu, hasta que el gobierno, presionado por su escandalosa y criminal reputación, resolvió que el remedio había resultado peor que la enfermedad. Fue entonces removido de su cargo y los Gendarmes de las Colonias disueltos como fuerza policial.
Estos últimos serían reemplazados por el cuerpo de Carabineros de las Colonias, fuerza que en 1908 recibió el nombre de Cuerpo de Carabineros para diferenciarlos de Carabineros de Ferrocarriles, cuya misión era proteger los convoyes de la red y sus estaciones. En 1927, de la unión de ambos cuerpos, nacería el Cuerpo de Carabineros de Chile. Ello tal vez explique varias cosas.
El llamado “Buffalo Bill chileno” murió plácidamente, de muerte natural, a los 76 años en su casa de Temuco. Actualmente un monolito levantado a su memoria lo recuerda en la céntrica avenida Balmaceda de Angol. También una calle de Temuco, en el sector de avenida Alemania, le rinde honores hasta el presente.
Fragmento del libro “Historia secreta mapuche”, de Pedro Cayuqueo
