lunes, 3 de noviembre de 2025
Frente de la Capilla de la Misión Salesiana Nuestra Señora de La Candelaria. Alrededor de 1900. Reproducción del original en el Museo Salesiano Monseñor Fagnano. La Candelaria, Río Grande.

La Prefectura Apostólica de la Patagonia Meridional creada en 1883 y confiada al padre José Fagnano comprendía lo que es ahora la provincia de Santa Cruz, toda la Tierra del Fuego, la parte austral de Chile y las islas Malvinas.

Mons. Fagnano estableció su sede en Punta Arenas adonde llegó el 21 de julio de 1887. Allí inició Mons. Fagnano su acción más fecunda: desde Punta Arenas fundó la reducción indígena de San Rafael en la isla Dawson cedida por el Gobierno de Chile; poco después la reducción de la Candelaria en Río Grande donde el Gobierno argentino le cedió 20.000 hectáreas; al mismo tiempo atendía las islas Malvinas y el resto de su jurisdicción.

La Misión de la Candelaria fue la realización más completa llevada a cabo por los misioneros salesianos en nuestro país en favor de los indios. El 11 de noviembre de 1893 llegaron a bahía San Sebastián con dos goletas, una de ellas, la María Auxiliadora, pertenecía a la Prefectura Apostólica. Inmediatamente se dio comienzo a la construcción de las primeras casas sobre la margen norte del río Grande. Un mes más tarde el padre José M. Beauvoir tenía construidos los edificios más indispensables para vivir los misioneros y proteger a los animales. Ahora había que atraer a los indios que, apenas divisaban a los misioneros, huían a causa de los malos tratos recibidos cuando la expedición de Lista. Finalmente se acercó un grupo de unos 250 de la parte sur. Los misioneros los recibieron y obsequiaron de la mejor manera que les fue posible. Pero cuando los indios del Norte se enteraron de que los del Sur habían pasado y se habían establecido en la margen norte del río, invadiendo su territorio, se dispusieron a desalojarlos y le costó no poco trabajo al padre Beauvoir impedir el enfrentamiento armado.

Y comenzaron su obra civilizadora; al principio lentamente por la desconfianza de los indígenas, con enormes dificultades. Durante los dos primeros años vivieron casi exclusivamente de carne de guanaco. Día por medio o al menos dos veces por semana, salían los peones a guanaquear… Se necesitó la paciencia de Job para que aquellos hombres de vida primitiva se fueran amoldando poco a poco a los usos de la vida civilizada. Aprendían con relativa facilidad los trabajos manuales; pero lograr que aprendieran los arcanos de la lectura y escritura resultaba todo un triunfo.

Para proveer a esa Misión Mons. Fagnano adquirió en Punta Arenas un barco al que pusieron el nombre de Torino; registraba 150 toneladas y 450 H.P. de fuerza. En sus periódicos viajes iba llevando lo necesario para mantener la Misión y a los indígenas alojados en ella. Gracias a esa embarcación la Misión se pudo sostener.

Hacia fines de 1894 se decidió trasladar la reducción a un lugar más adecuado. Para dirigir el traslado y la nueva construcción fue enviado el padre Bernabé. Éste trazó un plano en regla: en el centro la plaza, a un lado la iglesia y los colegios para niños y niñas; a los otros tres lados de la plaza, las casas para los indígenas. Todos trabajaron en el traslado y la construcción de la nueva sede. Los misioneros gozaban viendo a esos indígenas, ayer salvajes, que ahora uncían los bueyes y guiaban las carretas, o armados de palas y picos hacían zanjas y hoyos para cimentar los edificios.

El propósito de Mons. Fagnano y demás misioneros no consistió solamente en mantener a los indios y darles instrucción religiosa sino en capacitarlos para que fuesen hombres útiles que pudiesen bastarse a sí mismos. Por eso gestionó y obtuvo del Gobierno argentino, en posesión provisoria, 20.000 hectáreas para mantener la Misión y dar ocupación a los indios, que en 1897 ya sobrepasaban los 250. Compró ovejas en las islas Malvinas y organizó un verdadero establecimiento ganadero, hasta con talleres de hilado.

Pero también en la lejana y fría Tierra del Fuego debió vivir alertado por la advertencia del Viejo Vizcacha: “Es muy difícil guardar / prenda que otros codicean”. Precisamente porque esas tierras eran muy buenas (por algo en 1880 pretendió comprarlas la Falkland Islands Association), había muchos interesados en ellas; y eso hacía cada vez más remota la posibilidad de obtener los títulos definitivos de esa famosa concesión que por casi veinte años estuvo gestionando Mons. Fagnano.

Finalmente pasaron a manos de otros y allí existen ahora florecientes establecimientos ganaderos. Los Salesianos alcanzaron a retener una pequeña cantidad de hectáreas donde establecieron una escuela agrícola. Pero entretanto el progreso de esa zona estaba definitivamente encaminado y ya nadie lo podía detener. El mérito de haber dado el primer impulso con los pobladores autóctonos y para su beneficio y haberlo mantenido durante el período más difícil hasta su definitivo afianzamiento, fuera de toda duda, corresponde a los misioneros salesianos, mostrándose una vez más como los más señeros pioneros de la Patagonia.

Fragmento del libro “Patagonia, tierra de hombres”, de Clemente Dumrauf

 

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