
Era 1992, los días del Quinto Centenario del arribo, descubrimiento, llegada, en fin, viaje de Cristóbal Colón a las islas del Caribe, creyendo que iría a las afamadas “Indias”. El solo darle un nombre a este episodio, quizá el de mayor importancia en la Historia humana a lo menos la moderna, es y ha sido imposible. Unos le llamaron “Encuentro de Dos Mundos” y fueron pifiados o linchados, por quienes consideraban, entre ellos quien esto escribe, que era algo más que un simple “encuentro”. Otros le llamaron “Resistencia”. A veces el nombrar es de una dificultad superlativa. “Descubrimiento” era una palabra de un eurocentrismo excesivo, quizá indignante; los tiempos ya no estaban para ello. Muchos han constatado que fue un momento cúlmine ya que las diferentes “memorias” se distanciaron de tal suerte que crearon un foso profundo. La imagen de la enorme cruz luminosa construida por Balaguer en Santo Domingo, refleja de manera ridícula lo ocurrido. Trataba de celebrar el “Descubrimiento” y cada vez que la encendían se apagaban, por cortocircuito o recarga excesiva, todas las luces no solo de la ciudad sino de la isla.
Pareciera ser que en esa coyuntura se produjeron una serie de fenómenos ideológicos, sociales, culturales del más alto significado para el futuro de América Latina. Los españoles quisieron celebrar no solo el “Descubrimiento” sino su renovada presencia y ofensiva económica en el continente. Bancos, telefónicas, petroleras, empresas eléctricas, y muchas más reemplazaron a las tres humildes carabelas, transformando la “resistencia indígena” en un asunto de actualidad. La Iglesia Católica pretendió señalar que se conmemoraban “500 años de evangelización, y que este era el continente más católico del mundo. Frente a la secularización europea el Vaticano afirmaba el carácter católico indisoluble de América Latina y su cultura. Los presidentes y Estados americanos aprovechaban la oportunidad para sostener la raigambre europea de nuestras sociedades y el carácter “civilizado” de las culturas criollas. Chile viaja a la exposición internacional de Sevilla, con un enorme trozo de hielo, el afamado “Iceberg”, queriendo demostrar que éramos un país frío y no tropical, transparente y no corrupto, y de alta capacidad tecnológica capaz de llevar desde la “Antártida famosa” unas cuantas toneladas de hielo a las cálidas tierras del Guadalquivir. Nadie asumió que veníamos saliendo de la noche menos transparente y más oscura de nuestra historia, la Dictadura Militar, que las dictaduras tropicales eran un suave reflejo de lo que había ocurrido y que la corrupción como se ha visto posteriormente, no tenía, ni ha tenido parangón con lo ocurrido en los trópicos. La imagen del Iceberg, hundiéndose y fundiéndose en las turbias aguas del río sevillano terminó por ridiculizar todos los símbolos.
Los efectos no deseados por tanto fueron mucho más importantes que aquellos programados para recordar esas fechas conflictivas. Uno de ellos, sino el de mayor importancia es el que hemos denominado “la emergencia indígena latina”; este fue el comienzo de las ideologías etno nacionales en la mayor parte de nuestros países y concretamente en Chile. Los indígenas se apartaron por completo del criollismo y de las ideologías que los querían encerrar en el mestizaje; también comenzaron las grandes movilizaciones en Quito, en Chiapas, en todas partes y en se hundieron, como el Iceberg andaluz, los restos de “indigenismo” que quedaban. Chile también. En ese contexto la organización Consejo de Todas las Tierras llama a un concurso público para presentar diseños de una “bandera mapuche”. Como es bien sabido, las diferencias entre el concepto de pueblo y el de nación son muy sutiles. Quizá lo único que las diferencia es la voluntad simbólica de constituirse en un Estado, en un territorio, en un espacio simbólico autónomo. Es por ello que en todos los procesos modernos de construcción nacional una de las primeras acciones es la confección de una bandera que exprese el deseo unitario de ser un colectivo y el Himno Nacional, que expresa la voluntad sagrada de luchar por ello. Así nacieron desde La Marsellesa, hasta el “Va pensiero” italiano; cantos de inflamación de voluntades. Este proceso en el mundo mapuche comenzó sin duda en esos años con la bandera y posiblemente continuará más adelante con símbolos cada vez más complejos.
Al comienzo la bandera mapuche fue solamente reconocida por la organización Consejo de Todas las Tierras; pero poco a poco fue siendo adaptada por el público en general. Un fenómeno de rebasamiento de sus orígenes organizacionales, de los cuáles esta se debe sentir orgullosa. Así fue apareciendo en marchas, manifestaciones mapuche y poco a poco en las no mapuche. Hoy por hoy, se vende en todas partes, es enarbolada al igual que “la chilena, en todo tipo de actos, como una premonición de un país que es en la práctica bicultural y binacional. Con el tiempo fue adquiriendo un nombre propio: Wenufoye, cuyo significado es el Canelo (foye) del cielo (Wenu o Huenu), lleno de sentidos ya que el árbol del canelo (o la Canela como lo nominaban los españoles) es reconocido desde los primeros cronistas como el árbol sagrado de los mapuche, utilizado en las ceremonias chamánicas de las machi y también como símbolo de la paz. Y el Huenu o Wenu, que fue traducido como el cielo y que por la influencia cristiana quedó como la tierra de arriba (Wenumapu).
Hemos investigado el significado de la bandera. Para los mapuche es obvio. Se trata de la insignia protonacional. Allí reside el proyecto, de manera simbólica, de autonomía territorial, de autogestión política y de recursos, en fin, la bandera que algún día flameará libre. Para los no mapuche, es un símbolo mucho más ambiguo y polisémico. El popular equipo de football, el Colo Colo, muchas veces estigmatizado como “indios” o “el cacique, agregó a su vestimenta deportiva, la bandera. Es una suerte de “parche que va en el hombro de la camiseta, como insignia de pertenencia, mando, “orgullo indígena”. Es en cierto modo traer al sabio cacique de La Araucana, al mundo actual, a las luchas presentes y combinar el orgullo popular con el mapuche, “de Arica a Magallanes”, como dice su himno. Por cierto que la aparición multitudinaria de la bandera mapuche en las manifestaciones estudiantiles, populares, en el embanderamiento de la ciudad, son señales de esperanza, de solidaridad con el pueblo mapuche y sus luchas.
Fragmento del libro “Mapuche, colonos y el Estado Nacional”, de José Bengoa
