Al no poder el peronismo liberarse de la que hoy por hoy no es más que su sepulturera, con sus innumerables juicios por corrupción Cristina está logrando que se juzgue al peronismo entero. Lo está arrastrando en su desgracia.

Desde sus orígenes el peronismo adoptó una organización interna muy parecida a la de la iglesia católica. Siempre dijo, y sigue diciendo de sí mismo, que es un movimiento, vale decir una estructura política más amplia que la de un mero partido liberal. Pero esa es la manera solapada de ocultar su institucionalidad más religiosa que secular, más corporativa que republicana.
Simón, un pescador de Galilea, fue el más destacado de los doce apóstoles de Jesús, tanto que de hecho se convirtió en el primer Papa de la nueva religión, seguidor al cual Cristo le dio el nombre de Pedro (que significa “roca”) y le entregó las “llaves del reino de los cielos”, esas que por primera vez en nuestro país alguien en 80 años se las está disputando al peronismo, al querer asumir el liderazgo terrenal de las fuerzas del cielo. Antes al peronismo se lo quiso hacer desaparecer o transformar, pero hoy se lo quiere reemplazar desde otra concepción política y doctrinaria pero igual de religiosa, vale decir, organizativamente similar.
El Papa es el líder supremo y la cabeza de la Iglesia Católica. Es elegido por el Colegio Cardenalicio. Los cardenales son un grupo de obispos y sacerdotes que asisten al Papa en el gobierno de la Iglesia y participan en su elección, mientras que los obispos lideran las diócesis (Iglesias particulares), que son divisiones geográficas de la Iglesia. Cualquier parecido con el peronismo no es casual.
El peronismo, luego de la muerte de Perón, eligió continuar ese modo de organización que constituyó el fundador del movimiento. Javier Milei, que recién empieza, está intentando construir una forma institucional parecida. Él se cree el portador de las llaves del reino de los cielos y es considerado un Papa por sus seguidores más fieles, mientras que su hermana Karina (una especie de Evita en el imaginario de Javier, pero aún sin la popularidad de su supuesta antecesora) le está armando el Partido Único (o sea la estructura eclesiástica) que reconoce como único antecedente histórico el que gestaron Perón y Evita en 1946. A los hermanos Milei no les gustan las alianzas, salvo para que le aprueben leyes, porque desean -Karina de modo aún más explícito- ir consiguiendo sus propios cardenales y obispos, como sustento fáctico de su construcción eclesial.
El momento es propicio para Milei (en realidad el momento actual es propicio para todo lo que quiera hacer Milei, como hace dos meses absolutamente nada le era propicio, por lo cual -debido a la inusual rapidez, la espectacularidad y la profundidad del cambio de clima político y social- había que considerar la posibilidad de otro signo religioso: “el milagro”) porque el peronismo está sufriendo el segundo gran juicio a lo largo de toda su existencia. El primero se lo hizo el gobierno de “la libertadora” que en 1955 derribó mediante un golpe de Estado a Juan Perón cuando promediaba su segunda presidencia. En esos tiempos se condenó al régimen en su totalidad, se destruyeron estatuas y libros, se prohibió legalmente mencionar las palabras Perón y peronismo y todo bajo el objetivo de borrar al peronismo de la historia argentina, como si nunca hubiera existido. Tal fue la desmesura del proyecto antiperonista, que logró exactamente lo contrario de lo que se propuso: fortalecer al movimiento derrocado en el imaginario popular aún más que en sus orígenes. Tanto que hoy, 70 años después de aquel fatídico 55, esta “iglesia laica, nacional y popular”, permanece en pie, habiendo superado la muerte de su líder y ya con varias Papas más en su haber…. aunque en el presente tiene algunos nuevos problemas. No digamos insuperables, pero sí quizá más difíciles que los anteriores para seguir garantizando su sobrevivencia eterna, como busca toda iglesia que se digne de ser la representante terrenal de las fuerzas del cielo.
Es que esta vez el juicio al peronismo no se lo está haciendo un gobierno, ni golpista ni democrático, sino una conjunción de fuerzas: la historia, la justicia, gran parte de la sociedad, sus sucesivos fracasos en mejorar la vida de los argentinos (mejora que fue la principal causa de que se grabara a fuego en la memoria colectiva la primera década peronista y se la continuara recordando de generación en generación, en particular, por el milagro de la multiplicación de los panes).
Sin embargo, luego de la muerte del líder fundador, la Iglesia peronista dejó de lado su mística para devenir una estructura burocrática cuyos miembros permanentes (cardenales y obispos) se ponen siempre a disposición de cada Papa de ocasión, el cual -como en la iglesia católica- es elegido según su personalidad e ideas coincidan con el espíritu de los tiempos. Un Papa peronista neoliberal en tiempos de la caída del comunismo y la aparición del consenso de Washington, reemplazado después por un Papa (y una Papisa) que buscaron reconvertir al peronismo en un socialismo del siglo XXI. El cambio de ideas fue de oposición casi absoluta, pero los cardenales y obispos siguieron siendo los mismos. Es ya legendario el ejemplo de aquel cardenal peronista que en su carácter de legislador fue el expositor principal en el Congreso Nacional en defensa de la ley con la que Menem privatizó el sistema jubilatorio, y a la década siguiente fue también el expositor principal de la re-estatización que del sistema jubilatorio hicieron los Kirchner.
En los años alfonsinistas (cuando se pensaba que el país se dividiría para siempre solo entre radicales y peronistas), Antonio Cafiero lideró junto con la mayoría de los gobernadores justicialistas de entonces el único intento de renovación en la historia del peronismo que bajo la consigna de “Volver a Perón” buscó eliminar la principal herencia institucional de Perón al peronismo: la organización eclesiástica del movimiento, haciendo desaparecer incluso la figura del Papa. O sea, esa generación peronista renovadora de los años 80 osadamente (aunque quizá también ilusoriamente) pretendió transformar al movimiento religioso en un partido laico, que se reconciliara con el republicanismo y el liberalismo políticos (dos formas institucionales con las cuales Perón, pese a su origen indiscutiblemente democrático, nunca simpatizó).
Sin embargo, en nombre de ese mismo intento renovador, se infiltró en sus filas un personaje que quería mantener el sistema fundacional: por eso, haciéndose pasar por peronista republicano y renovador, Carlos Menem fue proclamado el primer Papa de la iglesia peronista luego de la muerte de su fundador. Y desde allí en adelante, nunca jamás el peronismo intentó funcionar organizativamente sino como una iglesia donde todas las ideas externas que incorporaba (las liberales con Menem, las progresistas con los Kirchner) en vez de sumar sus mejores improntas al peronismo, el peronismo las absorbía y las transformaba en lo mismo que él siempre fue. Ni el peronismo se hizo liberal con Menem, ni se hizo progresista con los Kirchner. Exactamente al revés, los liberales se hicieron peronistas con Menem y los progresistas se hicieron peronistas con los Kirchner, pero en el sentido de convertirse en fervientes creyentes (aunque lo de fervientes sea un eufemismo) de la Iglesia política a la cual se incorporaron.
Frente a esa capacidad que tiene el peronismo de sobrevivir adaptando su ideología a la de los tiempos con infinitamente mayor plasticidad que cualquier otra expresión política y de gestar un Papa para cada ocasión mezclando religión y política de un modo frente al cual todos los partidos y políticos laicos suelen sucumbir (sino averigüen que les pasó a Alfonsín, Cafiero, Bordón, Chacho Álvarez, De la Rúa y Macri, sin olvidar en tiempos más lejanos a Frondizi y a Illia, o sea todos los que quisieron conciliar los fundamentos indiscutiblemente democráticos del peronismo reforzando sus débiles fundamentos republicanos) porque la religión en política tiene atractivos más fuertes que la mera política laica, y menos en estos momentos tremendamente antipolíticos.
En un nuevo clima de ideas, hoy ha aparecido un hecho histórico nuevo: el surgimiento de un político que tiene las mismas pretensiones de ser Papa y de convertir a su incipiente organización en una Iglesia, de un modo muy parecido al peronismo, pero desde el no peronismo, aunque le esté pidiendo ayudas a varios cardenales y obispos peronistas que están abandonando su vieja iglesia en crisis para pasarse sin ningún remilgo a la nueva iglesia en expansión. Alguien que, por lo menos en sus primeros pasos, parece haber encontrado la forma de que en vez de dejarse cooptar por el peronismo (como le ocurrió a todos los que desde afuera intentaron conciliar con el movimiento de Perón) él esté utilizando la lógica organizativa y cultural del peronismo para crear una nueva religión, pero propia. Claro que estamos en los inicios, con lo cual es por demás prematuro hablar de las posibilidades de éxito de este original (y sumamente peligroso) intento, pero lo cierto es que estamos transitando caminos hasta ahora desconocidos.
El anhelo de Milei de ser el primer Papa no peronista, se da junto a otra novedad histórica, la de que esta vez el peronismo, que había encontrado la solución al problema de la sucesión (una de las cosas más difíciles de solucionar en todos los partidos políticos del mundo) copiando los métodos de la iglesia católica, se ha quedado detenido ante la imposibilidad de reemplazar a la Papisa Cristina, lo cual debió haber finalizado su papado, sin lugar a dudas, en 2015, cuando el peronismo K perdió ante el liberalismo de Macri. Pero ella logró sobrevivir de modo absolutamente antinatural gestando incluso (exactamente como hoy lo estamos viendo en la nueva y extraordinaria versión de la película Frankenstein) el más horrible e innecesario, históricamente hablando, gobierno de toda la democracia (actuando ella del doctor Víctor Frankenstein y Alberto Fernández del monstruo descerebrado creado por ella). No obstante, ya devenida políticamente en una muerta viva después del triunfo de Milei, aun así, está impidiendo con bastante éxito que el peronismo se separe de la vieja Papisa para reemplazarla por otro líder u otra institucionalidad, lo cual habla mucho más de la debilidad del peronismo que de la fortaleza de ella, quien lo más seguro es que permanezca en confortable, pero prisión al fin, durante el resto de sus días.
Por lo tanto, al no poder el peronismo liberarse de la que hoy por hoy no es más que su sepulturera con sus innumerables juicios por corrupción Cristina está logrando que se juzgue al peronismo entero. Lo está arrastrando en su desgracia. Aunque claro está, si hay alguien a quien mejor se le puede aplicar en el mundo la frase de que “no está muerto quien pelea” es al peronismo. O incluso ampliar el sentido de la consigna a la siguiente: “no está muerto ni aunque ahora no esté peleando”. Eso es lo que nos enseña una amplísima experiencia histórica de décadas.
En realidad, el juicio al peronismo debería ser para castigar los delitos de sus jefes corruptos en lo que hace a la justicia, y en lo que hace a la política, lograr que desaparezca su organización eclesiástica, monárquica y populista para devenir de una vez y para siempre en un partido republicano.
Sin embargo, en este país tan imprevisible como el nuestro, no vaya a ser que en vez de dos o más partidos republicanos que compitan democrática y alternativamente por el poder, nos quedemos con dos Iglesias, y con el tiempo, si se recupera el peronismo, hasta con dos Papas en pugna, lo que significaría poner definitivamente en crisis la república constitucional.
De lo que se trata no es de cambiar de Papa sino de republicanizar al peronismo, algo, que seamos francos, el liberalismo actual tampoco ha logrado todavía para sí mismo. La historia demuestra que las dos grandes concepciones políticas que gestaron el país que hoy tenemos fueron la liberal (desde el fin de Rosas hasta 1916) y la peronista (desde 1945 hasta ???) mientras que la radical fue apenas un interregno entre esas dos concepciones y no mucho más, porque al intentar sobrevivir entre ambas tratando de mediar, la terminaron aplastando, lo que es meridianamente palpable hoy donde parecemos estar viviendo el combate entre dos iglesias con lógica papal, donde la idea republicana pasa a ser apenas una formalidad sin demasiado contenido en relación a las prácticas políticas reales.
Quizá hoy la misión más profunda de la Argentina políticamente liberal, institucionalmente republicana y de origen democrático sea la de combatir contra las tendencias monárquicas y populistas de las dos concepciones ideológicas predominantes nuevamente en el país: la peronista y la liberal. Para eso hay que disminuirle al peronismo todos los rasgos sustantivos de populismo que han hegemonizado casi toda su trayectoria histórica pero también todos los dejos de autoritarismo que desde los años 30 del siglo XX hegemonizaron en el liberalismo (el cual apoyó todos los golpes de Estado) hasta la aparición de Macri que es quien fue el primero en democracia que lo re-republicanizó (Menem lo adoptó como ideología pero lo convirtió del autoritarismo que tuvo desde los 30 hasta los 80, en populista). El liberalismo democrático y republicano lo construyó Macri, no Menem, pero hoy de Milei depende que decida continuar lo que inició Macri o convertirlo, si decide seguir más la lógica menemista que la macrista, en una versión del peronismo disfrazada de liberalismo.
Por su lado, frente a este juicio que de hecho (y en lo judicial de derecho) la sociedad le está haciendo al peronismo de los muertos vivos, que está en ese estado casi cataléptico sólo por no animarse a confrontar con la Papisa decadente, la expresión política creada por Perón deberá elegir qué hacer con su futuro. Axel Kicillof es uno de los primeros que, aun tímidamente, pretende sumar a los que quieren cambiar de Papa porque sabe que Cristina los está arrastrando a todos al precipicio. Lástima que sus ideas sean tan cavernícolas como las de Cristina o peor aún, con las cuales le será muy difícil encabezar una renovación nacional del peronismo, aunque haya defendido en las elecciones provinciales su Álamo bonaerense del huracán Milei como los Macri no pudieron defender el suyo. Y lástima también que Kicillof se apoye en un grupo de intendentes peronistas (los obispos peronistas de siempre) que son un dechado de cualquier cosa menos de virtudes, ni públicas ni privadas.
En síntesis, la respuesta correcta del peronismo para frenar el juicio que hoy le sociedad le está haciendo, no sería proclamando un nuevo Papa, sino el dejar de seguir siendo como la Iglesia y por lo tanto renunciar a tener Papas sostenidos por cardenales y obispos vitalicios (los intendentes, los sindicalistas y demás prebendarios).
Don José de San Martín, preocupado en grado sumo por la anarquía que se estaba apoderando del naciente país independiente de los argentinos, pensó en una organización política que fuera una monarquía de forma, aunque republicana de fondo. Las elites argentinas no le hicieron caso, con lo que tuvimos, cuando la tuvimos, una república con muy poco fondo. Tanto que más de 200 años después el dilema sanmartiniano se ha invertido: hoy el gran peligro es que la Argentina democrática se consolide como una república de forma, aunque monárquica de fondo. Que es lo que fuimos en la mayoría de nuestra historia pero que hoy debemos dejar definitivamente de ser. Aunque sólo podremos republicanizar definitivamente al país si el peronismo deja de ser una iglesia populista, y el mileismo no se tienta con la seducción de hacer peronismo desde el no peronismo, frente a la decadencia (que nadie sabe aún si es transitoria o permanente) de su principal rival.
Por Carlos Salvador La Rosa, sociólogo y periodista, para Los Andes
