
En enero de 1966, el canciller británico Michael Stewart visitó la Argentina. Hizo escala en Bariloche y ya en Buenos Aires, donde recibió los honores correspondientes, conversó con el presidente Illia y con el ministro Zavala Ortiz. En una entrevista periodística, el honorable Stewart reconoció que el gobierno británico había estado muy absorbido por los problemas del Commonwealth, vinculados con Asia y África, y había prestado menos atención a América Latina. Ahora quería rectificarse. Le interesaba averiguar el punto de vista argentino con respecto a la guerra de Vietnam, y a la independencia de Rodhesia (hoy Zimbabue) que los británicos consideraban una rebelión. La prensa se preguntó si el tema Malvinas sería llevado a la mesa de conversaciones.
Así fue, en efecto. La visita marcó el comienzo de una etapa de negociaciones entre las partes, según lo recomendado por la resolución de Naciones Unidas 2065, recordó el excanciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, en una entrevista poco antes de su fallecimiento, en la que se mostró orgulloso de haber iniciado la campaña de recuperación de las islas Malvinas: “Hasta entonces era un asunto entre Inglaterra y nosotros”, dijo. Él lo llevó a las Naciones Unidas y convirtió un conflicto que parecía bilateral en la resolución 2065, de la Asamblea General, diciembre de 1965, que significaba reconocer que no se trataba de una colonia y de un pueblo sometido, sino de un territorio ocupado por la violencia y en el que no había derecho a la autodeterminación de los pueblos.
Destacó el excanciller que “se logró con el voto de países asiáticos, latinoamericanos y africanos; todos los países socialistas apoyaron la tesis. Esto, que fue considerado un gran triunfo para la Argentina por el New York Times, virtualmente significaba que las Naciones Unidas nos respaldaban para recuperar las islas que Inglaterra tendría la obligación de entregarnos.
“Yo tuve la primera entrevista con el Gobierno británico después de esa resolución -contó Zavala-. Vino a la Argentina el secretario de Relaciones Exteriores [Stewart] a mantener la primera reunión de las que había aconsejado las Naciones Unidas y el ministro inglés me dijo que el Partido Laborista no tenía ningún deseo de mantener este anacronismo colonial del imperio, pero que les preocupaba la suerte de los pobladores. Entonces yo le hice presente la suerte de los pobladores tanto ingleses como de otras nacionalidades que vivían desde el siglo pasado con nosotros con la mayor tranquilidad y reconocimiento bajo una Constitución liberal y ventajosa.
“Pero luego vino el golpe militar y la actitud en Inglaterra cambió: no podía entregarse a la población malvinense a una dictadura militar; se pergeñó entonces el proyecto de buscar la autodeterminación de las islas para convertirlas en una nueva nación adherida a la OEA; entonces yo corrí a la OEA, se hizo una asamblea extraordinaria y se incorporó una disposición que no podía ingresar a ese organismo una comunidad cuyo territorio estuviera disputado por uno de los países miembros. Así fracasó la supuesta maniobra que tenía preparada Inglaterra”.
En documentos de su mano, Zavala Ortiz reconoció especialmente la labor patriótica de los diplomáticos de carrera José María Ruda y Lucio García del Solar y del excanciller Bonifacio del Carril, para avanzar en las negociaciones. A partir del primer diálogo entre los cancilleres argentino y británico, los documentos oficiales referidos a las islas llevarían doble denominación, Malvinas (Falklands) y Falklands (Malvinas) según fueran redactados en castellano o en inglés.
Conquistar a los isleños
El momento político era favorable a la negociación. Gobernaba en Gran Bretaña el Partido Laborista. Michael Stewart, un socialista fabiano, representaba a un sector de la opinión británica dispuesto a recortar gastos en la marina de guerra y poco interesado en mantener situaciones coloniales de alto costo.
Después del golpe militar de junio, las conversaciones bilaterales reservadas continuaron, ahora con el canciller Nicanor Costa Méndez del lado argentino. Este debió lidiar ese mismo año con el aterrizaje de los “Comandos Cóndor” en las islas. Dicho incidente contradecía la recomendación que acababa de recibir el encargado de negocios en Londres, Carlos Ortiz de Rozas, de labios de Henry Hohler, subsecretario del Foreign Office: “Hohler me dijo que las islas habían dejado de tener el valor estratégico que habían tenido para la marina británica en las dos guerras mundiales. Creía que había que resolver la disputa de soberanía ya que, tarde o temprano, la Argentina recuperaría las islas, pero no se podía hacer de una manera repentina. Es necesario que ustedes conquisten la mente y los corazones de los isleños, para que no haya resistencia de parte de ellos’. Esta conversación la trasmití a Buenos Aires y a partir de entonces comenzó un largo camino que fue la negociación para el acuerdo de comunicaciones de julio de 1971”.
Fragmento del libro “1966, de Illia a Onganía”, María Sáez Quesada
