viernes, 21 de noviembre de 2025

En los hechos, Vilas se convirtió en la autoridad política de la provincia. El gobernador justicialista Armando Juri, al que el ERP le había incendiado los cuatro tractores de su finca de Sauce Huacho, no tenía otra alternativa que recomendar a los tucumanos “prestar su más amplio apoyo a las operaciones militares”.

Los sindicatos peronistas, que se reunieron de inmediato con Vilas, también prometieron aportar información a la Brigada de Inteligencia sobre la “infiltración marxista” y adhirieron a la decisión militar de “combatir a los mercenarios de la antipatria hasta las últimas consecuencias”. En los comunicados gremiales, se hablaba de combatir hasta el exterminio.

Era evidente que la prioridad de Vilas estaba lejos del monte. Su guerra era social y cultural. Enseguida apuntó sobre la educación. Consideraba que “la acción psicológica del marxismo y sus agentes” se asentaba en colegios, claustros, parroquias, sindicatos, y buscó cercar la Universidad de Tucumán, a la que calificaba como santuario del marxismo donde se disimulaban las “acciones subversivas”. Vilas apuntó al fundamento ideológico.

Si hubiéramos permitido la proliferación de elementos disolventes -psicoanalistas, psiquiatras, freudianos, etcétera- que sublevan las conciencias y ponen en cuestión las raíces de la Nación y la familia, habríamos sido derrotados.

En ese contexto, se preocupó por controlar a los casi doscientos mil habitantes de los departamentos de Famaillá, Lules y Monteros, donde había establecido la zona de operaciones militares. Quiso saber cómo se llamaban, cuántos habitantes había en cada casa, qué cantidad de alimentos compraban, y para ello controló almacenes, ordenó allanamientos, requisó medios de transporte en los accesos de las rutas, a fin de cortar el abastecimiento y la comunicación de la población con el ERP.

Hasta ese momento, los sectores humildes tenían simpatía por la guerrilla. El ERP había acompañado las de- mandas de trabajadores azucareros desocupados tras el cierre de los ingenios, que, sin otras alternativas de empleo, trabajaban en colonias rurales, donde la guerrilla obtenía algún tipo de alimento.

Mientras realizaba inteligencia sobre la población, el Ejército intentaba ganar su confianza con campañas sanitarias, reparación de escuelas, reparto de comida, frazadas y útiles en zonas necesitadas. López Rega intentó ponerse al frente de esa acción y, apenas lanzado el Operativo, inauguró centros asistenciales y entregó subsidios con la presencia de Vilas. También quiso ponerse el uniforme: “Si pudiera, yo quisiera empuñar el fusil y ser el primero en combatir la subversión, porque detesto todas las formas de subversión”, comentó.

Sin embargo, Vilas intentaría borrar la huella de la intervención civil en la beneficencia. “Bajo ningún aspecto permití que la propaganda política del peronismo aprovechase la pobreza tucumana para ganar votos o los bienes que se entregaban en forma gratuita”, escribiría en su “Diario…” en 1977, después del golpe de Estado, para desprenderse de López Rega.

El primer combate llegó de manera temprana e in- esperada, en febrero de 1975. El Ejército cruzó fuego con guerrilleros que buscaban salir de la zona de operaciones en Pueblo Viejo. Un teniente murió en el tiroteo y el ERP sufrió dos bajas. El ERP esperaba que las tropas subieran al monte, pero los soldados se mantenían en el llano, cortando el suministro y esperando que descendieran.

Pasaron varios meses hasta que se produjo otro enfrentamiento armado. El ERP estaba empantanado en el foco rural, sin poder tomar contacto político ni logístico con la población. Sus colaboradores eran secuestrados por la inteligencia militar. Hacía unos meses había caído la cúpula del PRT en la capital tucumana. Santucho decidió bajar con un ataque.

El objetivo era ambicioso: copar la jefatura de Policía de Famaillá, secuestrar a Vilas, fusilar a los oficiales, liberar a los detenidos y apropiarse de las armas de guerra. La bandera del ERP sería izada en el cuartel policial. Era un mensaje político demoledor que se propagaría en todo el país. Lo programaron para las 2 de la madrugada del 29 de mayo.

El día previo, unos ciento cincuenta combatientes -habían sumado refuerzos de otras regionales que desconocían la geografía de combate- tomaron una finca ubicada quince kilómetros al sur de Famaillá. Y en la misma tarde, con dos camiones y dos camionetas, cuando llevaban recorridos pocos kilómetros, en el paraje de Manchalá, se encontraron con un grupo de soldados que arreglaba una escuela. Los tiros se precipitaron. La columna guerrillera, que imaginaba haberse encontrado con un cerco militar de magnitud, se desbandó y se fueron internando en un cañaveral mientras la V Brigada, con camiones y helicópteros, salía en su búsqueda. La guerrilla tuvo dos bajas y las fuerzas regulares, tres heridos. La bandera del ERP fue expuesta en la jefatura de Policía como un trofeo de guerra por Vilas.

Con el frustrado ataque, Santucho comprendió que no podía tomar la iniciativa contra el Ejército si este no se internaba en la selva. Era una derrota estratégica. Y, a su vez, las caídas del ERP se producían en el llano, cuando bajaban a buscar provisiones, a hacer contactos o buscar militantes para llevarlos al monte.

Sin embargo, con la caída de Saigón, en Vietnam, en manos del ejército comunista, la fuerza de los reclamos sindicales, la convulsión política y el desastre económico que provocaba la inflación prenunciaban el final del capitalismo.

El ERP seguía confiando en que la revolución en la Argentina era inminente.

 

Fragmento del libro “Los 70 una historia violenta” – Marcelo Larraquy

 

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