
El tránsito de Rosas a Roca fue mucho más que una transformación política: como decían orgullosamente aun los disidentes frente al orden político dominante, en la Argentina de 1880 no era posible reconocer la de 1850. La alternancia de etapas prósperas y crisis no lograba disimular una expansión que lo dominaba todo; en la provincia de Buenos Aires los ferrocarriles duplicaban el valor de la tierra, y al mismo tiempo contribuían a hacer posible una quintuplicación de los valores de las exportaciones. En el sur de Santa Fe y Córdoba, en torno a esa franja demasiado estrecha que entre dos territorios indios había comunicado al litoral y el interior, pequeños propietarios, y sobre todo arrendatarios en primer término italianos, comenzaban a crear la pampa cerealera, haciendo la riqueza de los comerciantes de Rosario, el puerto del trigo. Las ciudades crecían; Buenos Aires tenía hacia 1880 medio millón de habitantes (menos de cien mil en 1850); más de la mitad eran -lo mismo que en la pampa cerealera- extranjeros. Sin duda, lo principal de esa prosperidad recaía en las clases altas mercantiles y sobre todo terratenientes; pero su amplitud permitía el surgimiento de una clase media urbana y más limitadamente rural en el litoral argentino. En el interior, los resultados del cambio no eran tan felices: el ferrocarril lo incorporaba como consumidor al mercado mundial, cuando como productor tenía muy poco que ofrecer; sólo en Tucumán surge un oasis de economía moderna: se apoya en la expansión del azúcar, que beneficia a la aristocracia local, a la que su influencia política sobre Avellaneda y Roca concede crédito bancario y protección aduanera. (…)
Ese progreso económico ha sido acompañado de otros avances, limitados porque el Estado es el menos beneficiado por la nueva prosperidad: la opinión de hacendados y agricultores exportadores, comerciantes con ultramar y clases medias consumidoras de productos importados, es hostil a los impuestos inmobiliarios, a los aduaneros, a los de consumo; prefiere que el Estado se endeude, o acuda a la siempre condenada y no siempre eliminada emisión de papel moneda. Dentro de estas limitaciones, y las que impone el costoso mantenimiento del orden interno, el Estado gasta en empresas de fomento, y sobre todo en instrucción pública: Sarmiento, el “presidente maestro”, su sucesor Avellaneda, inauguran una política que Roca continuará con medios más amplios. (…) En otros aspectos el estado ha intervenido más intermitentemente: en tiempos de Avellaneda, cuando la crisis de 1873 interrumpe las inversiones extranjeras, toma a su cargo proseguir la construcción de la red ferroviaria, que en el litoral está predominantemente en manos británicas (…). Al lado de la inversión extranjera, alguna está a cargo del capital local, desde la construcción urbana en Buenos Aires hasta el mejoramiento de la explotación ganadera (…).

