
Otro circuito de la represión de la Zona 1 fue el denominado “ABO”, integrado por “El Atlético”, “El Banco” Atlético” – “El Club Atlético”- funcionó en el sótano- y “El Olimpo”, que funcionó desde 1977 hasta 1979. “El de la División Suministros de la Policía Federal, en Paseo Colón entre San Juan y Cochabamba, controlado por un grupo de torturadores de esa repartición, muchos de los cuales habían actuado en la Triple A. Se calcula que pasaron por el lugar alrededor de mil quinientos detenidos, aunque no permanecían más de cien o doscientos en la misma época.
Después del golpe militar, la Triple A se había ido diluyendo como organización criminal y todos los elementos parapoliciales y paramilitares que habían actuado de manera inorgánica y desordenada, a veces chocando entre sí en la caza de “un zurdo” o de un botín, tuvieron un ordenamiento mucho más definido y bajo el mando de una conducción. Después del Atlético, los detenidos eran llevados a El Banco, de la policía bonaerense, ubicado en avenida Ricchieri y Camino de Cintura (Puente 12), y luego llegaban a El Olimpo, en el predio de la División de Automotores de la Policía Federal, en Lacarra y Ramón Falcón, barrio de Floresta. El Olimpo funcionó desde agosto de 1978 hasta su cierre, seis meses después.
El 1º de junio de 1976, Santiago Cortell, propietario del local de Venancio Flores 3519/21, en el barrio de Flores, firmó un contrato de locación por dos años con dos personas, una de apellido Silva y la otra, Castell. Le dijeron que utilizarían el local para la importación y exportación de productos alimenticios.
De este modo, el Grupo de Tareas 5 (GT5), que integraba la Dirección de Operaciones Tácticas I (OTT) de la SIDE, obtuvo su base operativa.
La OTI, “actividad operacional antisubversiva” del espionaje estatal, reunía a personal militar y civil de inteligencia que también había operado como Triple A.
El centro clandestino, que luego fue conocido como “Automotores Orletti”, se convirtió en una “cueva” propia donde reunir a secuestrados. Su propio centro clandestino.
Orletti funcionó durante seis meses.
Los represores lo llamaban “El Jardín”. Pasaron por allí alrededor de trescientos secuestrados; la mayoría desapareció
Uno de los militares a cargo de Orletti era el teniente coronel Rubén Visuara. También participaban el capitán del Ejército Eduardo Cabanillas y los agentes de inteligencia civiles Eduardo Ruffo, Honorio Martínez Ruiz y Raúl Guglielminetti, entre otros. Pero el jefe de Orletti, que controlaba el día a día, era Aníbal Gordon.
Fue justo él, Aníbal Gordon, quien había ordenado el secuestro del actor Luis Brandoni en la noche del 9 de julio de 1976. Lo fue a buscar a la salida del teatro Lasalle con su grupo de tareas y finalmente lo sentó en una silla frente a su escritorio, en el primer piso por escalera caracol de Orletti, que había adornado con un cuadro de Hitler y otro del brigadier Juan Manuel de Rosas, y tenía a la vista un volante impreso en honor al comisario Alberto Villar.
A Brandoni lo secuestraron luego de que actuara en la obra Segundo tiempo. Fue arrancado junto a su esposa, Marta Bianchi, y una amiga de esta del automóvil en el que pensaba escapar, los tiraron contra la cortina de un comercio a punta de pistola y los subieron al “auto operativo”.
Dejaron abajo al comediante español Miguel Gila y a su esposa, que los acompañaban.
El grupo de tareas tenía tres autos. El que llevaba a Brandoni era un Renault 12 verde que conducía Gordon, quien tomó el walkie talkie y pidió “área libre” con el santo y seña “sapo verde”.
Tras un viaje de veinte minutos se abrió la cortina metálica de Orletti e ingresaron todos los móviles. Había un perro en el taller que olfateaba a cada secuestrado.
Brandoni estaba rodeado por siete personas, además de Gordon. Estaban expectantes, mirando y esperando órdenes. Gordon le dijo a Brandoni:
“Nosotros somos la Triple A. Te dijimos que te tenías que ir del país y después volviste. Te cagaste en la Triple A y ahora la Triple A se va a cagar en vos”.
Después de una larga demora, en la madrugada del sábado, Gordon volvió a la oficina del primer piso de Orletti y se enfrentó otra vez con Brandoni. Le dijo que festejara el 9 de julio porque acababa de nacer de nuevo. “De aquí nadie sale con vida…”.
Su caso iba a ser una de las pocas excepciones. Gordon había recibido una llamada que había salvado la vida de Brandoni. Apenas sucedió el secuestro, Gila llamó al actor Emilio Alfano y este, al general Arturo Corbetta. Fue durante la misma semana en que mataron a los curas palotinos. Corbetta ya había sido desplazado como jefe de la Policía Federal, pero conservaba influencia. Se preocupó por la suerte del actor, a quien había tratado en algunas reuniones sociales. Corbetta reclamó por su vida. Gordon lo dejó en libertad.
Brandoni y su esposa volvieron a su departamento en la calle República de la India. “Basta de amigos judíos y de obras bolches…”, les dijeron al bajarlos del auto.
Cuando se sacaron la venda, todavía no había amanecido.
Para entonces Orletti ya había sido adaptado como centro de torturas. Al prisionero lo colgaban de los tobillos con un aparejo, lo metían cabeza abajo en un tonel de agua hasta la altura del estómago y empezaban a golpearlo para impedir que retuviera el aire. Luego le aplicaban descargas eléctricas, lo vestían y lo llevaban vendado a la oficina de Aníbal Gordon, a quien sus subordinados llamaban el “Coronel”. Y luego, con una manta, lo ingresaban en una celda.
Las celdas no tenían ventilación, los detenidos estaban hacinados, sin asearse. Se escuchaban los gritos de los torturados, la música de Jorge Cafrune o Nino Bravo, el paso del tren Sarmiento y el murmullo de unos chicos en el recreo de un colegio.
Fragmento del libro “Los 70, una historia violenta”, de Marcelo Larraquy.
