Quiroga es partidario de institucionalizar la república. Así se lo señala una y otra vez a Rosas. “No conviene precipitarnos en pensar en el Congreso”- le contesta Rosas-. Primero es saber convocar la paz y afianzar el reposo; empezar la calma e inspirar reciprocas confianzas antes que aventurar la quietud pública” (Rosas a Quiroga, febrero 3 de 1831). Durante veinte años, Rosas repetirá los mismos argumentos. Nunca habrá de llegar, para él, el tiempo de la organización definitiva. Conseguido el objetivo, Rosas da un paso audaz: le pide a Quiroga que encolumne al interior para que autorizase al gobierno de Buenos Aires para dirigir las relaciones exteriores, si le parece bien” (mayo 19 de 1831). Como Quiroga insiste en la recreación del Estado Nacional, Rosas, sin desahuciar la idea, invoca obstáculos insalvables: “son muchísimos y absolutamente indispensables los embarazos actuales para entrar ya en una organización general. En primer lugar, los hombres todos de más capacidad, que son bien pocos, han quedado como aturdidos con este espantoso sacudimiento que aún no ha cesado del todo. En segundo lugar, han quedado los hombres tan intimidados los unos, tan exaltados los otros, y tan arruinados todos que no será al presente posible encontrar el número necesario de los que deban emprender esta tan grande como delicada obra con la serenidad de ánimo que es tan necesaria ni con toda aquella luz que solamente da la experiencia, el saber y la meditación. A todo esto agréguese que esta clase de reuniones es muy costosa a toda la República, y que en el estado de pobreza en que han quedado los pueblos, no hay como costearlas; y si antes Buenos Aires lo ha hecho, en el día no puede absolutamente hacerlo” (Rosas a Quiroga, octubre 4 de 1831). La propuesta de Rosas: que todas las provincias adhieran al Pacto Federal de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. Entre 1831 y 1832 todas las provincias firman su incorporación.
Quiroga y Estanislao López, enemistad por el famoso caballo Moro
López no es querido por Quiroga. Y pasa a ser aborrecido cuando se entera que su famoso caballo moro, que le han quitado los unitarios, ha sido recuperado por los federales y que Estanislao López lo tiene. Quiroga brama: “López declaró buena presa mis intereses. Ya bien veo que para usted es esta cosa muy pequeña y que aún tiene por ridículo el que yo pare en mi consideración por un caballo. Pero yo estoy seguro que pasarán muchos siglos para que salga en la República otro igual” (carta a Tomás de Anchorena, enero 12 de 1832). Rosas intenta que López lo devuelva. López se hace el desentendido.
Rosas aprovecha la desconfianza de Quiroga hacia López para desacreditar también el intento de Congreso General Federativo que está organizando Santa Fe. Estanislao López se queja amargamente ante Quiroga porque “el señor Rosas opinó por la no constitución del país (López a Quiroga, noviembre 22 de 1831).
En realidad, López y Quiroga son partidarios de la organización, pero Quiroga es disuadido de apoyar la propuesta santafesina. “Rosas, convertido en árbitro del triunvirato federal, sacará partido de esta rivalidad sumando definitivamente al riojano hacia sus tesis políticas” (Luna).
Por algo Don Juan Manuel elige ser llamado El Restaurador de las Leyes. Percibe el hartazgo nacional con las peleas intestinas, la interminable disputa por el poder, los sacrificios personales y materiales. Él se ofrece como el hombre capaz de terminar con tantos años de zozobra. Rosas manda parar. Con la excusa de extirpar la lucha facciosa, trata de liquidar toda política. El anzuelo es el restablecimiento del orden de los tiempos virreinales para que los ricos inviertan y ganen para que los pobres dejen de morir en los campos de batalla, para que las fuerzas de cada uno no se diluyan en guerras sin final.
Facundo Quiroga: “Yo no soy federal, soy unitario por convencimiento”
Quiroga no tiene pelos en la lengua. Y escribe a Rosas un texto sorprendente: “Usted sabe porque se lo he dicho varias veces, que yo no soy federal, soy unitario por convencimiento, pero sí con la diferencia que mi opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos con constancia contra los que han querido hacer prevalecer con las bayonetas la opinión constantemente pronunciada por el sistema de gobierno federal, por cuya causa he combatido con constancia contra los que han querido hacer prevalecer con las bayonetas la opinión a que yo pertenezco” (enero 12 de 1832).
Esta notable carta de Quiroga a Rosas muestra la decisión formidable de Facundo: combate a favor de la idea contraria a la suya, porque es la sostenida por el pueblo.
Rosas lo aplaude: “Aún siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de los pueblos fuese por la unidad” (febrero 28 de 1832).
Quiroga termina dándole la razón a Rosas; admite la imposibilidad de organizar la República “por lo inoportuno que es la reunión del Congreso” (abril 17 de 1832). Rosas lo ratifica: “cree el gobierno de Buenos Aires que sería funesto a los intereses de todos empeñarse en la reunión de un Congreso Federativo” (carta a Quiroga, diciembre 16 de 1832).
Pero al año siguiente, Quiroga vuelve a plantear la cuestión: “haré cuanto esté de mi parte para persuadir a mis compatriotas que ya es llegado el tiempo de que las provincias se ocupen de darse sus constituciones particulares, a fin de que puedan en seguida entrar a trabajar los cimientos de la gran carta nacional” (setiembre 12 de 1833).
A fines de 1833 Facundo entra en Buenos Aires. Devuelve los sobrevivientes de aquellos delincuentes convertidos en soldados con los que ha creado la División de Auxiliares de los Andes. Esta División ocupará guarnición en el centro del país y devendrá una fuerza militar leal a Rosas para ayudar amigos y amenazar adversarios.
Quiroga rechaza la oferta de Rosas de hospedarse en su casa, pero nombra apoderada a Encarnación Ezcurra, la esposa del Restaurador. “El año 34 -asegura Luna- asiste a la completa transformación de Facundo. Su intuición lo hace adaptarse rápidamente a las nuevas condiciones de vida. Él y su familia se relacionan con la sociedad porteña. Conservando solamente sus espesas patillas, bien trajeado y urbano como el que más, Facundo expone ideas de conciliación, defiende a sus adversarios en las conversaciones. De vez en cuando tiene diálogos ásperos con Rosas”.
Rosas no cede: los hechos, dice, demuestran que no corren tiempos de organización nacional y que, cuando ocurra, “el Congreso General debe ser convencional y no deliberante, para estipular las bases de la Unión Federal y no para resolverlas por votación”. Vuelve a insistir que Buenos Aires no pagará sueldos de los diputados, ni viajes, ni traslados, ni empleados, ni nada (diciembre 20 de 1834).
“Juan Facundo Quiroga pudo ser la gran figura de la organización nacional. Lo traicionó su salud, lo domesticó Rosas y Buenos Aires gastó su impulso vital” (Luna).
Fragmento del libro “Chacho”, de Oscar Muiño

