jueves, 11 de septiembre de 2025
Edificio de la Bolsa de Buenos Aires y Carlos Pellegrini

Los veintiséis meses del gobierno de Carlos Pellegrini estuvieron signados por los problemas financieros. Roca, el artífice de la presidencia de Pellegrini, vio en “el Gringo” al “piloto de tormenta” que sabría sacar adelante el país, a diferencia del “irresponsable capitán” Juárez Celman. De allí en adelante, el crecimiento económico acompañaría un período de consolidación. Las leyes, la educación, la nueva organización de la economía, permitieron al país llegar al Centenario con algunos traspiés, pero sólidamente plantado en un modelo agroexportador, muy conveniente para él y para los países centrales.

Pellegrini comenzó su gobierno en el pico más alto de la crisis. Los acreedores asediaban no sólo a los particulares sino también a los gobiernos municipales y al central. Había deudas por doquier, y ningún demandante dudaba de que la responsabilidad fuera del gobierno nacional.

Finalmente, el ministro López anunció un plan, a fines de agosto de 1890, que consistía en la emisión de 60 millones de pesos en billetes de tesorería y en la enajenación del 4,5 por ciento de los fondos públicos para garantir parte de la emisión de billetes del Banco Nacional. Se crearía también la Caja de Conversión de los Billetes de Banco y se proyectaba pedir un nuevo préstamo en el exterior, a través de la firma Baring, por un monto de 20 millones de pesos oro. Pero a fines de 1890 una desgracia se sumó a las ya existentes: la firma Baring entró en liquidación, precisamente cuando llegaba a Londres el representante del ministro de Hacienda, el doctor Victorino de la Plaza.

Hasta entonces el servicio de la deuda oficial argentina se había pagado puntualmente. Pero no sucedía lo mismo con los papeles privados, aquellos que ponían en peligro a la Baring. Comenzó entonces una serie de presiones sobre el gobierno argentino para que la firma inglesa se salvara y con ella el “honor nacional”, según se decía en la política de la época. De este modo, los recursos de la emisión, originariamente concebida para encaje del Banco Nacional, se aplicaron al pago de la deuda externa. El papel moneda, producto de dicha emisión, se utilizó para comprar oro que debía girarse al exterior.

La escandalosa reacción de la Bolsa de Buenos Aires hizo que se produjeran desórdenes, gritándose contra los “sindicatos” de especuladores y los bancos particulares. El gobierno suspendió las operaciones en oro, reemplazadas por operaciones en pesos moneda nacional. Pero la banca privada rechazó el pedido de auxilio de Pellegrini y López, negándose en algunos casos incluso a recibir papel de curso legal. Frente a esta situación, la casa central del Banco de Londres ordenó a su filial aceptar las leyes argentinas y participar en las soluciones adoptadas por el gobierno. En compañía del delegado argentino De la Plaza, los financistas ingleses habían resuelto que resultaba imprescindible poner primero al Estado argentino en situación de solvencia, revalorizar su moneda y luego reclamar la deuda.

Lo cierto es que, un año después de la Revolución del Parque, sombras ominosas caían sobre la gestión de Juárez. Como por ejemplo la cifra de 1,2 millones de libras invertidas en obras públicas, en conceptos absolutamente injustificables. Tanto Juárez Celman como Eduardo Wilde se defendieron públicamente de las acusaciones formuladas por la prensa argentina e internacional, pero no hubo pruebas concretas ni de su inocencia ni de su culpa. El 6 de marzo de 1891 el presidente convocó a una reunión de notables con el objeto de impedir la caída de los bancos Hipotecario y Provincia, pero ni siquiera el préstamo obtenido en esta ocasión pudo impedir que ambos cerraran el 7 de abril.

Fue así que el gobierno decidió la creación de un nuevo banco oficial, el Banco de la Nación Argentina, que atendería prioritariamente las necesidades de las industrias agropecuarias. El año de 1891 terminó felizmente: una excepcional cosecha de trigo aumentó el nivel de las exportaciones y contribuyó a resolver, por lo menos, la coyuntura. Nacía un nuevo país, “el granero del mundo”.

 

Fragmento del libro “La época de Roca”, de Félix Luna

 

Compartir.

Dejar un comentario