La campaña electoral resultó tal cual podía imaginarse.
El matonismo conservador obligó a don Marcelo, que podía ser ingenuo y aristocrático, pero que estaba muy lejos de ser personalmente un flojo, a echar sus discursos en las tribunas con el revólver en la mano, como ocurrió en la ciudad de Saavedra y en el pueblo de Suipacha.
Pero la bravura de Alvear no le hizo perder los refinados hábitos adquiridos desde su infancia. Supo cuidar sus manos de las molestas efusiones de los correligionarios humildes que le salieron al paso en esos desagradables pagos de provincia. Siempre previsor, adquirió una docena de guantes tejidos de algodón «que utilizaba al saludar a los amigos y correligionarios del interior. Después de usarlos los tiraba a la basura», dice un calificado testigo. El teniente coronel Cattáneo, viejo militante radical, que relata el episodio, agrega:
El contacto de la mano callosa y hasta sudorosa de un correligionario modesto que entusiastamente viajaba 15 leguas a caballo, o en su sulky o en un automóvil para ver de cerca a un futuro presidente, le produciría escalofríos y hasta náuseas al candidato radical y democrático.
¿El lector arderá de impaciencia por conocer los detalles del comicio del 5 de septiembre de 1937? Al caer la noche de ese glorioso día las urnas repletas de “votos libres” llegaron a las oficinas de Correos. Allí esperaban solícitos empleados de confianza, que las abrieron sin vacilar y colocaron en ellas las caudalosas boletas oficialistas. Acto seguido, las remitieron a la Justicia Electoral para el escrutinio. Así de sencillo.
En algunas provincias reinó la violencia. Fresco, médico de los ferrocarriles ingleses y fascista, compadrito y exhibicionista, hacía “votar a la vista” a punta de pistola. En Santa Fe, por ejemplo, le metieron un purgante en el mate al fiscal radical que en cierto momento, según era previsible, debió abandonar la mesa electoral por unos minutos. Estos minutos fueron suficientes para cambiar los votos. En otras provincias la policía enviaba a la cárcel a centenares de radicales.
La comedia electoral del general Justo dio el poder al doctor Ortiz. El golpe político recibido por el radicalismo fue irreparable.
Fragmento del libro “Revolución y contrarevolución”, de Jorge Abelardo Ramos