
Con las consignas de lealtad y apoyo a la Presidenta, el 27 de junio, la UOM organizó una marcha a Plaza de Mayo para presionar por la homologación del convenio, a la que se sumaron sectores gremiales de izquierda del norte del Gran Buenos Aires. La concentración fue masiva. López Rega aconsejó a Isabel que saliera al balcón y frenara el aumento frente a todos los obreros. Isabel tenía dudas. Adentro de la Casa Rosada se escuchaba el grito de los obreros desde la Plaza: “Isabel, coraje, al Brujo dale el raje”. Como Montoneros un año antes, ahora eran los metalúrgicos de Lorenzo Miguel quienes pedían “la cabeza” de López Rega. Inmersa en la tensión, sin saber cómo reaccionar, Isabel recibió un cachetazo de López Rega, quien enseguida sintió en la cabeza el caño de la pistola de un custodio presidencial. La Presidenta salió en su defensa: “Déjelo. Lo hace para devolverme a la realidad. A veces yo me confundo”.
Isabel salió al balcón y anunció que en los próximos días tomaría una decisión sobre las paritarias. Las bases obreras ya estaban desbordando a las cúpulas gremiales de la ortodoxia. En las fábricas había paros espontáneos, movilizaciones en los accesos a Buenos Aires. Isabel se mantuvo encerrada en Olivos con López Rega y asesorada por Celestino Rodrigo. El clima de conmoción social recorría el país.
Finalmente, el sábado 28 de junio, en un mensaje por televisión la Presidenta decretó un aumento del 50% en el salario básico y el 15% trimestral. Habló de la gravedad de la situación económica. “Si el gobierno homologara esas solicitudes que benefician a algunos gremios y dejan sumergidos a otros, cometería un error que llevaría a la Nación a un nuevo estado de desequilibrio”.
La UOM sacó a su hombre del gobierno. Esa misma noche renunció el ministro de Trabajo, Ricardo Otero. Presionado por las bases, el Plan Rodrigo no podría mantenerse mucho tiempo en pie. Pero sería Massera el que, advertido del momento de debilidad de López Rega por la presión gremial, decidió dar a publicidad la denuncia sobre el ministro. Tenía dos intenciones: cargar sobre él la responsabilidad única respecto de la Triple A y lograr su renuncia al gobierno.
El día 6 de julio, con papeles filtrados por Massera, La Opinión hizo pública la investigación. El texto se iniciaba así:
El Comando General del Ejército elevó al Poder Ejecutivo una denuncia concreta sobre la actividad de la organización terrorista de ultraderecha que se identifica como Triple A en la que se hace referencia al ministro de Bienestar Social José López Rega.
Un abogado se basó en el artículo para iniciar una causa por “asociación ilícita” contra el ministro y sus custodios. La Justicia se hizo cargo de la denuncia. Ese mismo día, la CGT, dominada por la UOM, llamó al paro por cuarenta y ocho horas para el 7 y el 8 de julio.
La ofensiva sobre López Rega ya estaba lanzada. Pero la preocupación de sindicalistas y militares era saber si Isabel aceptaría destituir al hombre que se había asentado en la cúspide del poder, tras casi diez años de relación cotidiana con ella.
Los reportes de la embajada norteamericana al Departamento de Estado -con fecha de 11 de junio- daban cuenta de que el “temor que recorre el espectro político de la Argentina es que la Presidenta renuncie si él es expulsado” y además consideraba que “su espacio para maniobrar ha quedado gravemente restringido”.
Cinco días después, en otro aerograma confidencial, la embajada observaba a la Triple A como, “la mayor amenaza terrorista, a pesar de que la guerrilla permanece activa”.
Cuando la denuncia sobre responsabilidad criminal pendió sobre su cabeza, López Rega se encerró con Isabel en Olivos. Durante cuatro días la Presidenta no recibió a nadie. Los ministros llegaban hasta la puerta y debían retirarse. La explicación era que tenía gripe. En la lectura política de los hechos, la Presidenta aparecía como “secuestrada” por su secretaría. El país estaba inmerso en un vacío de poder. Se creía que la Presidenta pediría licencia. El senador Ítalo Luder ya había sido puesto en la línea de sucesión presidencial. Pero no pudo presentar sus saludos en Olivos. La Presidenta no lo recibió. Finalmente las horas de incertidumbre institucional tuvieron una resolución forzada. En un operativo militar, el cuerpo de Granaderos de Sosa Molina redujo a los casi cincuenta hombres de la custodia policial y parapolicial que estaba recluida en la residencia presidencial. Los desarmaron. Las escopetas, Ithacas, ametralladoras Uzi, pistolas automáticas, granadas, formaban una montaña. Olivos había sido “liberado”. Esa misma tarde, Isabel aceptó reunir a su gabinete. También participaron los comandantes de las Fuerzas Armadas. Le exigieron la renuncia de López Rega.
El 11 de julio López Rega se fue del país con un supuesto cargo de “embajador plenipotenciario”. Tras él renunciaría Rodrigo.
Isabel quedaría sola con el control de la Argentina. El sindicalismo ganaría espacio en su gobierno con la colocación de nuevos ministros – Carlos Ruckauf en Trabajo; Antonio Cafiero en Economía, pero, subterráneamente, la salida obligada de López Rega significó el primer paso para que los militares asumieran en forma directa la estrategia de eliminación física del “enemigo subversivo”. Sería la continuidad y la ampliación del radio de ataque que había iniciado el Partido Justicialista en su lucha contra “el enemigo infiltrado”, pero con la dirección orgánica de las Fuerzas Armadas.
Para ese fin, a estas alturas, tenían dos obstáculos: necesitaban un decreto que les permitiera operar en todo el país, como el del Operativo Independencia de Tucumán. Y todavía debían ganar el control total del Ejército. El segundo obstáculo era el comandante en jefe.
Numa Laplane había asumido el 29 de mayo. Cargaba el lastre de haber sido designado por López Rega y no era respetado por los comandantes que conducía. En su gestión intentó eliminar la conspiración silenciosa de la línea “prescindente” y puso en situación de disponibilidad a los generales Videla y Viola.
Pero la conspiración fue creciendo. Cuando Numa Laplane intentó pasar a retiro a Videla y a Viola, el generalato se rebeló y presentó su renuncia.
Por consejo de Massera, al que Isabel escuchaba con cada vez más atención desde la salida de López Rega, el 29 de agosto de 1975 Videla asumió como nuevo jefe del Ejército. El poder político se inclinaba hacia los militares “prescindentes”.
Con su nueva conducción, con su “austeridad y profesionalismo”, su “compromiso con el proceso institucional y la defensa seguridad nacional”, las Fuerzas Armadas ya estaban cara a cara con Isabel Perón.
Fragmento del libro “Los 70”, de Marcelo Larraquy
