
Bahía Blanca, sede de guarniciones militares y de organismos de defensa y seguridad, fue el epicentro de la Zona 5. Dependía del V Cuerpo de Ejército. Cubría el sur de la provincia de Buenos Aires y la Patagonia. El general Osvaldo Azpirarte fue el primer jefe. El segundo comandante de la Zona 5 era el general tucumano Acdel Vilas, con mando sobre la Subzona 51. Su presencia fue saludada en editorial del diario La Nueva Provincia del 12 de agosto de 1976.
A esta altura existe solo una dialéctica: la del amigo-enemigo. Y al enemigo, el vencedor de Tucumán lo comprende mejor que nadie, debe tratárselo como tal. ¿O es que todavía vamos a creer que, mientras se conspira para destruir a la Patria, los delincuentes subversivos merecen acogerse al Tratado de Ginebra? Créanlo los cobardes, los cómplices… No lo cree así, afortunadamente, quien venció en Tucumán y hoy se empeña en limpiar a Bahía Blanca de elementos subversivos.
El V Cuerpo de Ejército había conformado “equipos de combate contra la subversión”, con fuerzas de tareas que dependían del Comando de Operaciones Navales y el Batallón Comando de Comunicaciones 181. Los secuestros se intensificaron desde la madrugada del 24 de marzo. En especial contra sectores obreros del puerto, que ya venían siendo objeto de inteligencia de la comunidad informativa local, en especial de la Prefectura. Eran operativos nocturnos, con autos sin identificación; los encapuchaban y los trasladaban en el piso de los vehículos.
En las desapariciones de Bahía Blanca, un circuito se cumplía de manera sistemática: el prisionero era llevado a la dependencia de la Prefectura en el puerto de Ingeniero White y desde allí, luego de interrogarlo, lo derivaban o al buque ARA 9 de Julio, en la base naval Puerto Belgrano, o a la base de Infantería de Marina, Base Baterías, o a “La Escuelita”, un edificio ubicado detrás del predio del V Cuerpo de Ejército. Tenía dos habitaciones con camas-cucheta donde alojaban a los prisioneros, vendados, con las manos atadas.
En el patio había una sala de torturas, una letrina y un aljibe que utilizaban para colgar detenidos durante horas y sumergirlos de vez en cuando.
En una oportunidad llevaron detenidos a La Escuelita a una docena de alumnos de la Escuela Nacional de Educación Técnica número 1. Habían sido secuestrados de sus casas en diciembre de 1976, delante de sus padres. Permanecieron casi un mes en el piso, golpeados y con las manos en la espalda. A dos los torturaron con picana eléctrica. Después de un mes, los estudiantes fueron liberados.
El motivo del secuestro había sido un incidente que habían tenido con un profesor de la Escuela Técnica, un militar de la Marina, que los apercibió por el desorden que produjeron en el final de clases, y luego fueron expulsados.
Los padres de los alumnos protestaron y pidieron la reincorporación. No cesaron sus reclamos, pese a la advertencia de las autoridades del colegio. Algunos días más tarde, un grupo de tareas fue a buscarlos casa por casa y los llevó al centro clandestino.
Mar del Plata estaba bajo jurisdicción de la Subzona 15, en la Zona 1, dependiente del Primer Cuerpo de Ejército que comandaba el general Guillermo Suárez Mason. Cubría partidos costeros y otros del interior de la provincia de Buenos Aires. Los secuestrados eran alojados en la base naval, casi sobre la playa, y en la base aérea, en “La Cueva”, un sótano debajo de la torre de radar de la Fuerza Aérea, junto al aeropuerto Camet, sobre la ruta 2.
Otros centros clandestinos estaban ubicados en la Base Naval, la Comisaría 4ª, el Destacamento de Batán y el Destacamento de Suboficiales de Infantería de Mar.
Una de las particularidades de Mar del Plata era que los represores militares contaron con la colaboración civil del grupo de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), de origen nacionalista. Habían tenido su bautismo de fuego en una asamblea de la Facultad de Arquitectura en diciembre de 1971. Entonces, en su disputa contra estudiantes de la Tendencia Revolucionaria, mataron a la estudiante Silvia Ana Filler.
Después, en la dinámica de la violencia, se sumaron a la ortodoxia peronista como colaboradores y guardaespaldas en los sindicatos Federación de Obreros y Empleados Telefónicos de la República Argentina (FOETRA), Sindicato Unidos Petroleros del Estado (SUPE), Unión Obrera de la Construcción (UOCRA), y actuaron como una regional de la Triple A, pero siempre con un perfil ideológico muy propio. También tenían mucha incidencia en las universidades – incluso en La Plata- y el Poder Judicial de Mar del Plata, y como agentes de inteligencia del Ejército o las fuerzas de seguridad.
En 1975, miembros de la CNU vengaron la muerte de su jefe, el abogado Ernesto Piantoni, con otros cinco crímenes que consumaron esa misma noche. Lo habían juramentado en el velatorio.
Tras el golpe de Estado, algunos miembros de la CNU colaboraron como informantes o en grupos operativos, y también en La Cueva, la torre de radar que la Fuerza Aérea utilizó como centro clandestino.
A La Cueva, en la semana del 6 al 13 de julio de 1977, llevaron a once personas, en un operativo conocido como “La Noche de las Corbatas”. Siete eran abogados del fuero laboral y de la gremial marplatense, que presentaban hábeas corpus sobre desaparecidos. Fueron secuestrados. También secuestraron a sus esposas. A otro lo trajeron desde Neuquén hasta Mar del Plata. De los once sobrevivieron cinco. Un solo cuerpo apareció en un camino vecinal.
Fragmento del libro “Los 70, una historia violenta”, de Marcelo Larraquy.
