sábado, 13 de diciembre de 2025

El fin de las campañas militares y la desaparición de la frontera interior en el sur argentino hacia mediados de la década de 1880 no resuelven el conflicto de los indígenas reducidos y su destino final, mantiene vigente el interrogante que en su momento ya se había planteado el gobierno del presidente Avellaneda: ¿qué hacer con la masa de indígenas que todavía queda bajo la tutela del Estado?

Si bien el sistema de distribución adoptado durante el período de beligerancia se había justificado por esta misma razón, el final de la etapa militar determinó un cambio substancial en la realidad y por ende ya no legitimaba ese sistema. Además, éste había permitido en su aplicación una serie de abusos e injusticias bastante llamativas, las que, a pesar de los intentos oficiales por detenerlas, se seguían sucediendo tal cual lo denuncia un largo artículo de El Nacional a propósito de la llegada al puerto de Buenos Aires en el vapor Villarino -hecho diferente de otro que ya se vio- de varios caciques con sus respectivas familias.

El diario señala que “la tristeza, la desesperación, y el llanto, a pesar de haberse presentado espontáneamente, no cesaron hasta algunos días después de la llegada”.

Según el artículo el procedimiento empleado era el correcto, ya que:

[…] algunas de las familias fueron entregadas a otras de nuestra sociedad. Así debe hacerse. Porque lo que hasta hace poco se hacía era inhumano, pues se les quitaba a las madres sus hijos, para en su presencia y sin piedad, regalarlos, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas que hincadas y con los brazos al cielo dirigían.

Este era el espectáculo en Retiro, y todos los que lloraban su cruel cautiverio temblaban de espanto, en vez de alegrarse y sonreír, en medio de nuestra gran civilización. Toda la indiada se amontonaba pretendiendo defenderse los unos a los otros. Unos se tapaban la cara, otros miraban resignadamente al suelo, la madre apretaba contra su seno al hijo de sus entrañas, el padre se cruzaba por delante para defender a su familia de los avances de la civilización, y todos espantados de aquella refinada crueldad, que ellos mismos no concebían en su espíritu salvaje, cesaban por último de pedir piedad a quienes no lo conmovían siquiera, y pedir a su dios la salvación de sus hijos.

Hoy se entrega toda la familia o nada. Muy bien hecho.

Pero, sin embargo, el artículo destaca que, aun con los cambios en el método empleado, igualmente se seguían produciendo irregularidades ya que a la redacción había llegado “el rumor de que después de llevarse las indias sus dueños las reparten entre el barrio, o más lejos, de donde resulta que la hija se despide de la madre quizás para siempre. Sería bueno averiguar esto, para evitar que se vuelvan a repetir las escenas pasadas”.

Finaliza su autor el artículo con el relato, como ejemplo, de un episodio que le tocó vivir a él mismo respecto del mal trato que recibían algunos indígenas que habían sido entregados a familias porteñas, exigiendo se termine ese tipo de tratamiento al que no duda en calificar de bárbaro.

Una de las chinas que fue dada a una familia de la calle Florida, se presentó el otro día, creemos al cuartel, toda llorosa, pidiendo socorro, pues su buena señora, según dijo el lenguaraz, le había dado unos palos, colaborando en esta tarea un sujeto de la casa con una patada certera.

Nosotros le hemos visto.

Estaba acostada y con cierta fatiga, teniendo a sus pies una ropa azul de marino con trencillas y moños de raso, que le habían dado en la casa.

La pisaba como una venganza al tratamiento recibido.

Sabemos que la distinguida señora del Ministro de Guerra ha dado órdenes severas sobre el modo de repartir las familias, y hasta creemos que va ella misma a entregarlas.

Para hacer más simpática y noble su conducta, debería averiguar si es cierto lo que se dice, y si lo fuera, poner un correctivo definitivo a esa barbarie. Así lo esperamos.

La interrogación acerca del destino final de los indígenas se planteo entonces en un contexto nacional y un clima de ideas diferente respecto de los existentes al comienzo de aquel proceso.

En efecto, el fin de la lucha contra las comunidades indígenas en el sur del territorio no sólo va a significar la desaparición de las fronteras interiores y, consecuentemente, la definitiva expansión y transformación rural, sino que de hecho va a plantear la desaparición de circunstancias negativas que se abatían sobre el conjunto de la campaña, desde el robo de ganado y las pérdidas de capital que sufrían estancieros y terratenientes hasta el reclutamiento arbitrario que era uno de los grandes abusos administrativos a los que estaban expuestos los pobres. Por lo tanto esos problemas, y entre ellos la cuestión indígena que había estado hasta ese momento en el centro de la atención colectiva, fueron rápidamente desplazados por otros que tenían su eje de giro en el mundo urbano y que tenían que ver con el fenómeno de la inmigración masiva.

El definitivo sometimiento de los indígenas y la eliminación de cualquier posibilidad de alteración del orden en el sur del territorio trajeron como consecuencia una sensación generalizada en la sociedad de que el problema indígena había llegado a su fin, y a su fin, y que por lo tanto dejaban de ser los indios un tema prioritario.

 

Fragmento del libro “Estado y cuestión indígena”, de Enrique Hugo Mases

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