
El futuro de Isabel Perón era una incógnita. En los reportes de la embajada norteamericana, entre el 2 y el 16 de octubre, al Departamento de Estado de los Estados Unidos se le indicaba:
Hay un vacío de poder en el centro de la estructura política argentina y la pregunta central es: ¿quién lo llenará? Seguramente no será, no puede serlo, la señora de Perón. Fuentes que se han comunicado con las esposas de los tres comandantes en jefe desde su retorno de Ascochinga la habrían descripto extremadamente nerviosa, irritable y anémica. Además, el 3 de octubre, el ministro de Economía [Antonio] Cafiero le dijo en confianza al embajador [Robert] Hill que la señora de Perón tiene úlceras sangrantes que no muestran signos de mejoría. Cafiero le informó al embajador que los planes actuales son que la señora Perón retome la presidencia el 17 de octubre sólo por unos días.
El peronismo confiaba en que Luder podría ser el hombre de reemplazo, pero una vez que el senador desechó esa posibilidad, el sindicalismo y el PJ presionaron para que Isabel no renunciara. Como en su momento lo había sido López Rega, ella era su único sustento para permanecer en el esquema de poder. El 17 de octubre, los gremios desbordaron la Plaza de Mayo. Isabel, desde el balcón de la Casa de Gobierno, prometió combatir “la guerrilla y la inmoralidad”. Aun con la invocación a la lealtad y cumpliendo con las representaciones clásicas del peronismo, la verticalidad del Movimiento se despedazaba día tras día. Los dirigentes políticos y sindicales estaban más atentos a las declaraciones e intrigas que provenían de las Fuerzas Armadas que a la búsqueda de una solución política que garantizara la institucionalidad.
En noviembre, tras otra internación de dos semanas, Isabel anunció que adelantaría las elecciones para octubre de 1976. Pero pocos creían que el gobierno pudiera sobrevivir un año más.
El 18 de diciembre un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea conducidos por el brigadier Jesús Capellini se sublevó contra su jefe, el brigadier Héctor Fautario. Era el único jefe de las tres armas que no había adherido al plan secreto del golpe de Estado. El Ejército y la Marina buscaban desplazarlo.
Fautario fue detenido en el aeroparque metropolitano por un brigadier insubordinado que le exigió la renuncia a punta de pistola. Aeroparque y otras bases aéreas habían sido tomadas.
Desde aviones que sobrevolaban la Casa de Gobierno se lanzaron panfletos que consideraban “agotado el proceso político”, desconocían la autoridad del gobierno y reclamaban el poder para el comandante en Jefe del Ejército, general Videla.
Pero el Ejército, que consideró la rebelión como un “problema interno” de la Fuerza Aérea, se declaró “prescindente” y prefirió esperar el momento adecuado. Isabel, argumentando trastornos de salud, permaneció en Olivos, y el peronismo tardó en reaccionar frente al movimiento sedicioso.
Por consejo de Videla y de Massera, Isabel ordenó el retiro de Fautario; de este modo, fue removido el único comandante que creía en la continuidad institucional. En su última reunión, Fautario le había anticipado a la Presidenta: “Cuídese, señora, porque a usted la van a echar en marzo”.
Fue reemplazado por el brigadier Orlando Agosti, que adhería al plan del Ejército y la Armada.
La tarea exploratoria de las Fuerzas Armada en favor del golpe de Estado había dado buen resultado.
Fragmento del libro “Los 70, una historia violenta”, de Marcelo Larraquy.