miércoles, 3 de septiembre de 2025

 

En la Argentina de hoy, donde el presidente Javier Milei y buena parte de los dirigentes que lo acompañan se permiten insultar y descalificar públicamente a periodistas, cosa que resulta totalmente opuesto a la ideología liberal, es inevitable mirar hacia atrás y encontrar en Arturo Illia a un ejemplo de respeto hacia los comunicadores y la libertad de prensa.

El expresidente radical, que gobernó entre 1963 y 1966, no solo fue respetuoso con los periodistas, sino que llevó esa convicción al extremo de prescindir de voceros oficiales o de una secretaría de Prensa. Para Illia, era demagógico e injustificable utilizar fondos públicos en propaganda. En tiempos donde el marketing político se confunde con la gestión, su postura aparece casi revolucionaria.

El origen de una convicción

La firmeza de Illia en torno a la libertad de prensa nació de una experiencia personal. En un viaje por Europa entre 1933 y 1934 fue testigo directo del avance del fascismo. En Berlín pasó dos días preso por negarse a saludar a una patrulla de las SS, presenció discursos de Hitler y los rituales multitudinarios de Benito Mussolini. Esa vivencia lo marcó para siempre: “¿Sabés por qué una gran nación como la alemana se desvió tanto en su manera de vivir? Fue por la propaganda y por el cerrojo a la prensa”, recordaría años después.

El contraste con las democracias nórdicas, Londres y París, reforzó su convicción de que la libertad de expresión es el corazón de una república sana.

Un presidente austero y respetuoso

Illia gobernó con serenidad, sin altisonancias ni mesianismos. No utilizó ni un solo peso de los fondos reservados para defenderse de las campañas de desprestigio que lo acusaban de “lento” o “carente de autoridad”. Al día siguiente de su derrocamiento, los militares encontraron $240 millones en la caja fuerte de la Casa Rosada, era el total de gastos reservados que recibió mientras duró su mandato y jamás los utilizó. “Para qué lo habremos sacado a este tipo”, admitió con cinismo el coronel Horacio Ballester.

Illia murió pobre, en un hospital público, lejos de los privilegios y fortunas que suelen rodear a quienes pasan por la presidencia.

Illia creyó en el valor pedagógico de la democracia: un gobierno honesto, austero y respetuoso de la ley era, en sí mismo, una enseñanza para la sociedad. Su trato hacia la prensa fue parte de esa pedagogía. El espejo que ofrece su legado es incómodo para los tiempos actuales, pero también es una brújula: sin libertad de expresión ni respeto a la labor periodística, no hay democracia que pueda sostenerse en pie.

El contraste con el presente

Medio siglo después, la política argentina parece haber naturalizado lo opuesto. Desde el gobierno nacional se responde a la crítica con agravios, las redes sociales oficiales se transforman en tribunas de ataque, y el periodismo es presentado como soldados a los que el “enemigo” compra son sobres que pasa por debajo de la mesa. El estilo confrontativo no solo degrada el debate público, sino que instala un clima de miedo y hostilidad hacia quienes cumplen con la tarea de informar.

 

Nota elaborada con datos extraídos del diario “La Prensa” y “Tribuna de periodistas”

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