lunes, 15 de septiembre de 2025

Las elecciones del 26 de octubre, ganándolas o perdiéndolas, no serán tan determinantes en el futuro de Javier Milei y su gobierno como el día después. Porque su gobernabilidad depende de ejercer una autoridad política que aún no demostró y reconstruir los acuerdos políticos que incomprensiblemente destruyó. En vez de ceder la política a quien llama “El Jefe”.

Karina Milei, secretaria General de la Presidencia de la Nación Argentina

“La cuestión política la maneja mi hermana, Karina. Yo me ocupo de la batalla cultural y la gestión”. Javier Milei entrevistado por Antonio Laje.

“Y si tu mano -incluso tu mano más fuerte- te hace pecar, córtala y tírala. Es preferible que pierdas una parte del cuerpo y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”. Versículo de la Biblia (Mateo 5:29-30) citado esta semana por Ramiro Marra en alusión a los hermanos Milei.

Solo sé que no sé nada
Ya en una semana se han hecho todos los análisis, interpretaciones y diagnósticos posibles acerca de lo que ocurrió el domingo pasado. Hubo acercamientos más o menos razonables a lo que pudo haber ocurrido, pero es imposible tener demasiadas certezas. Una elección provincial, por más nacionalizada que esté y por más que sea en una provincia que cubre el 40% del padrón del país, no alcanza para entender las múltiples complejidades y causas de un voto nacional legislativo de medio término, que recién se empezarán a vislumbrar con claridad luego del 26 de octubre. Simplemente, todo lo que digamos hoy, por más genial que sea, es más tentativo e hipotético que otra cosa porque nadie entiende demasiado bien lo que pasó, no por falta de inteligencia sino por carencia de elementos suficientes.

Sin embargo, hay cuando menos un par de cuestiones en las que podemos tener algunos indicios de mayor certeza: que el presidente debe volver a los acuerdos del primer año (que destruyó el segundo) porque con su sola fuerza política no podrá gobernar. Y que Karina Milei es efectivamente un problema de marca mayor. Y no por culpa de Karina, sino de Javier.

Más que el 26, lo que importa es el día después
Si la principal razón del voto negativo al gobierno nacional en Buenos Aires fue por razones económicas, del malestar material de la mayoría de la sociedad, es poco lo que se puede hacer de aquí hasta el 26 de octubre, salvo (y no es algo menor) mostrar una actitud de mayor comprensión ante la malaria reinante. Pensar y sentir que la microeconomía y que la gente que sufre, también existen para un gobierno cuyo líder, hasta ahora, parece haberlos ignorado olímpicamente.

Ahora bien, si razones menos objetivas y más subjetivas son las que indujeron al fracaso oficialista en Buenos Aires, es muchísimo lo que puede hacer el oficialismo nacional para lograr una mejor elección, aunque ya haya perdido una semana para intentarlo debido a que Javier Milei quedó paralizado frente a lo que no entiende y aún no se recuperó del shock.

No obstante, en las condiciones actuales del país, lo más importante no es lo que ocurrirá el 26 de octubre, sino lo que comience a ocurrir el día después. Porque, más allá de ganar o perder una elección legislativa, lo que por encima de todo debería preocuparle a Milei -y en general a todos los argentinos- es la gobernabilidad posterior. De cómo su ya de por sí debilidad de origen, multiplicada por todos los apoyos que luego de haber conseguido en el primer año, fue dejando de lado en el segundo, no se transformen en un problema infinitamente mayor si pierde las elecciones. Ese es el verdadero desafío, más que el electoral. A los argentinos de a pie, que gane uno u otro o un tercero, puede serle más o menos importante, pero nunca tendrá la gravedad (ni siquiera se le aproximará) que si en el país se vuelve a producir una tendencia a la anarquía, para lo cual las condiciones objetivas estarán dadas si al mileismo le va mal en octubre, y las subjetivas también, si sigue cometiendo los infinitos errores -del todo evitables- que ha cometido en estos últimos meses.

Duhalde y Macri pueden ayudar a Milei
Para fortalecer su gobierno, pierda o gane electoralmente, el presidente debería asumir un carácter y una personalidad política que hasta ahora no ha demostrado salvo a través de gritos, insultos, sectarismos e histerismos que no implican mayor autoridad política (que es lo que verdaderamente necesita el país) sino casi siempre todo lo contrario. Porque si la autoridad la reemplaza con insultos, burlas y venganzas hacia todo y hacia todos si llegara a ganar el 26, o con depresión e impotencia si llegara a perder, ganar o perder será peor de lo mismo.

Y para recuperar, o más bien construir una autoridad política que hasta ahora nunca mostró porque no la necesitó al poder tirar manteca al techo convencido de su indestructibilidad, debería aprender de experiencias ajenas, en particular, algunas que les tocó protagonizar a Eduardo Duhalde y a Mauricio Macri, que son aquellas con las que se podrían comparar sus actuales problemas, aunque ningún tiempo o situación sean iguales a otras.

En 2002, apenas asumió la presidencia luego de la debacle de De la Rúa, Eduardo Duhalde se encontró con un país hecho trizas y jirones, con la gente gritando que se vayan todos (incluso él mismo), con los ahorros en dólares confiscados, con una devaluación monumental, con una pobreza multiplicada al infinito. Duhalde llegaba todos los días a la Casa Rosada pensando si apenas sobreviviría un día más, hasta que, para peor, el 24 de junio de 2002, cuando su policía masacró alevosamente a dos piqueteros, Kosteki y Santillán, el presidente aterrado adelantó seis meses las elecciones para evitar caer antes. No tuvo un día de paz, pero, aunque el peronismo y el mismo Duhalde hayan tenido que ver en parte con la caída del anterior gobierno, lo cierto es que el presidente nombrado por Asamblea Legislativa, hizo lo único inteligente que podía hacer: convocó a cogobernar con él al jefe del radicalismo, Raúl Alfonsín, a la Iglesia católica y demás religiones, y, en particular, a todos los gobernadores del signo que fueran. Prácticamente no tomó ninguna decisión sin consultarla con todos ellos. El resultado fue que cuando dejó el gobierno, en mayo de 2023, el país había salido de la anarquía y de la catástrofe con que asumió. Todo el costo del caos y del ajuste lo pagó Duhalde, quien jamás logró la simpatía popular, pero le dejó a su sucesor, Néstor Kirchner, un país en condiciones de gobernabilidad. Luego Kirchner, por sí mismo, recuperó, por su personalidad, la autoridad política perdida a fines de 2001.

Mauricio Macri, cuando en 2019 fue derrotado en las PASO por el peronismo debido a razones básicamente económicas, en vez de resignarse, sacó todo el temple que le quedaba dentro y ni un día se mantuvo en shock, sino que salió a pelear con todas sus fuerzas, logrando una de las convocatorias más masivas en su apoyo de los últimos años (incluso superior en número a casi todas las peronistas). No le alcanzó para revertir el resultado, pero redujo a la mitad el porcentaje de derrota de las PASO, y además mantuvo viva su alianza, tanto que dos años después ganaría con holgura la elección legislativa. Logró que la primera fuerza política alternativa y competitiva al peronismo en toda la era kirchnerista, sobreviviera a una derrota, como no lo logró el radicalismo. Lo que ocurrió de allí en más es otra historia, pero no se puede negar que tanto Duhalde como Macri, en sus peores momentos, demostraron temple, decisión y autoridad políticas, aunque tuvieran todo en contra. Y mantuvieron junto a ellos, a todos los que podían mantener juntos. En las buenas y en las malas, no alejaron a sus aliados, sino que los acercaron. Cuestiones de elemental lógica política para todo el que se precie de ser dirigente o conductor.

Pero todavía hay más para que analice el presidente atosigado. Cuando, en 2023, Javier Milei perdió la primera vuelta con Sergio Massa (que estuvo a tres puntos de alzarse con el triunfo), quedó en estado de shock como está ahora. Fue Mauricio Macri el que vino en su ayuda, logrando que los votantes de JxC, a los que Milei había maltratado y ofendido como a todos los demás adversarios, le sumaran su apoyo y lo llevaran al triunfo. Durante su primer año, de algún modo, renegando de su naturaleza personal, siguió aceptando -a medias- la ayuda y el consejo de Macri por lo que consiguió las alianzas legislativas y federales (gobernadores) necesarias para llevar a cabo sus principales proyectos. Pero, en su segundo año, decidió deshacerse de todas esas alianzas e incluso de Macri, al que destrató de todos los modos posibles, convencido no sólo de que él solo podía con todo, sino que debía quedarse con todo construyendo un partido único compuesto nada más que por él, su hermana Karina (¡presidente del partido y su armadora nacional!) y todos los obsecuentes que les besaran las manos a los hermanitos del poder. Los demás, abstenerse.

En esas pésimas condiciones subjetivas llegó Javier Milei a las elecciones bonaerenses. Lo que no previó es que al intentar castrar o destruir a todos sus aliados del primer año, no sólo no acabaría con ellos, sino que además no logró quedarse con los votos de ninguno de ellos. Pocas veces en tan poco tiempo, un presidente coyunturalmente exitoso, decidió demoler todas las razones políticas de su eventual predominio. Y ahora le costará horrores recuperar a los dirigentes que agredió, a unos porque los humilló tanto que los redujo a nada, aunque se hayan quedado con él, y a otros porque al negarse a ser humillados, ahora no van a aceptar tan fácilmente volver. Lo mismo le ocurrirá con los votantes, porque a los que logró enojar con sus arranques de furia y sus caprichos destemplados, no se fueron al kirchnerismo, sino que se quedaron en sus casas, desilusionados. Quizá sea porque no ven mejorías económicas en sus vidas, pero también por un presidente que no hizo nada en medio de tantas dificultades, para comprenderlos, interpretarlos, conducirlos. Gritó e insultó mucho, pero no construyó autoridad política, que es lo que más necesitará después del 26 de octubre. Gane o pierda las elecciones nacionales.

No es ni Karina ni Lule, es Javier
La expresión más gráfica que resume todos los errores de Milei se traduce en el papel político que le dio a su hermana Karina. La definición del presidente (dicha en febrero de este año) de que él se ocuparía de la gestión (léase económica porque en el resto, excepto seguridad, no hubo gestión) y que delegaría en su hermana la cuestión política, es desde todo punto de vista inconcebible. Es difícil encontrar en la historia una frase tan desafortunada y errónea dentro de lo que a teoría política se refiere (Maquiavelo, Napoleón, o sus admirados emperadores romanos, deben estar saltando horrorizados en sus tumbas). Que un hombre elegido presidente, quien apenas sabe de política (precisamente por eso fue elegido, porque la mayoría de la sociedad consideró que la causa principal de sus desgracias eran la política y los políticos), designe como “jefe” político a alguien que sabe aún mucho menos de política que él, es un despropósito a todas luces. Era inevitable, entonces que quien asumió ese papel sin tener la menor idea del mismo. se haya convertido en lo único que se podía convertir: un elefante en un bazar. Donde, sea culpable o no, casi ninguna derrota electoral y casi ninguna sospecha de corrupción, le son ajenas a Karina.

Sin embargo, la culpa no es ni de los secuaces menemistas de Karina, ni siquiera de la propia Karina, sino pura y exclusivamente de Javier Milei, que puso a conducir la política a quien tenía para ello cero de preparación intelectual y menos cero de experiencia concreta. Así, Karina, en su afán de crear en todo el país un imposible partido único unipersonal solamente para su hermanito, dinamitó todo. Poniéndose en contra de aquellos con los que debía ir en alianza en Capital Federal (allí, el triunfo mileista fue pírrico porque hizo que, a partir del mismo, todos sus potenciales aliados del resto de las provincias se protegieran de la invasión de LLA que pretendía ocupar sus territorios, arrasando no tanto con sus enemigos, sino principalmente con sus aliados, porque sus votos eran los que querían robarles). Y humillando en Buenos Aires a sus aliados vencidos, pintarrajeándolos ridículamente de color violeta, con lo cual hizo que casi ningún votante de la ex JxC los votara y ganara el peronismo. En el resto del país, la “jefe” Karina no logró alianzas en casi ningún lado y armó un partido delirante compuesto por lo único que encontró, personajes aún más delirantes.

Si Karina sigue teniendo el mismo protagonismo que tuvo hasta ahora, el presidente estará en problemas. Sin embargo, no necesita ni echarla ni castigarla ni nada parecido, sino ponerla discretamente de secretaria privada o si quiere de asesora informal, pero si ella es la encargada de hacer por él la política, el fracaso ya está escrito, y no sólo electoralmente. Tampoco se trata de cambiar a Karina por Santiago Caputo, quien siendo un mero consejero monotributista, se hizo el dueño de medio gobierno. Sus ideas son espeluznantes y su gente está rematadamente loca. Tanto que hasta se le han sublevado. Entre ellos el gordo Dan, quien quemó el cajón atacando a la hija de Luis Juez en vísperas electorales, y que ahora dice que perdieron porque no le dieron cargos electivos a él y a sus trolls. Por lo tanto, ni Karina ni Santiago. La conducción política debe ser pura y exclusivamente de Javier Milei, que para eso lo eligieron.

En fin, el presidente hoy debería tomarse un instante de reflexión y analizar comparativamente lo que hicieron otros presidentes cuando les tocó la mala como esta vez le tocó a él. Porque en las malas se ven los “pingos”. Si Milei posee algo de instinto y valor político, puede salir adelante, pero si es nada más que un invento de los programas de la tevé chismosa, del odio antipolítico de la gente y del solo apoyo de Macri, no lo salvará ni Dios. En cambio, si tiene alguna idea de “política”, esa cosa que dice aborrecer, es mucho todavía lo que puede hacer. En particular, y no nos cansamos de repetir lo que para nosotros es la idea esencial: ganar o perder la elección del 26 de octubre es un hecho infinitamente pequeño frente al gran desafío del actual presidente, construir la autoridad política y reconstruir todas las alianzas perdidas, sin las cuales la gobernabilidad se le complicará mucho el día después, como ya se le venían complicando los meses anteriores. Y no sólo por las ínfulas destituyentes de importantes sectores del kirchnerismo (lo cual no es ninguna novedad), sino por sus propias torpezas.

Para muestra basta un botón
Lo único que hizo Javier Milei en la primera semana después de la derrota electoral, fue ascender un viceministro a ministro, el cual convocó a una reunión a tres gobernadores aliados pero a la media hora se excusó y dejó plantados a los mandatarios provinciales que él mismo invitó, porque tenía que ir a un acto proselitista en Tucumán a hacerle de claque a Karina Milei, quien pronunció un discurso donde cometió errores catastróficos de expresión como decir “habramos” o “pudiéramos poder”.

Para colmo, la reunión con los gobernadores fue convocada el mismo día en que el presidente vetaba uno de los dos principales reclamos del país federal: la redistribución de los ATN.

En esta anécdota política, está resumido todo lo que quisimos expresar en esta nota.

 

Por Carlos Salvador La Rosa para Los Andes

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