
Desde tiempos inmemoriales cuando el hombre comenzó a hacer uso de los recursos naturales se las ingenió para crear sus herramientas y métodos que le permitieran acceder y trasladar esa materia prima que requería para cubrir sus necesidades inmediatas, o bien, para intercambiar o comercializar.
La Comarca Andina del Paralelo 42 ha sido bendecida por sus bosques, ríos y lagos, que si bien hoy son parte de un valiosos patrimonio turístico, en aquellos tiempos, de rudos pioneros que se iban estableciendo, el bosque representaba una fuente de medicinas por la diversidad de su flora, pero también una fuente de recursos madereros que le posibilitaban acceder a sus viviendas y también poder vender a los industriales de los primeros aserraderos que transformaban esos rollizos en vigas, tablas y tirantería.
Hoy para nosotros toda esa labor parece fácil o por lo menos accesible, teniendo en cuenta las tecnologías, las rutas, los medios de transporte y las nuevas herramientas. Sin embargo, no siempre fue así, el trabajo de la madera en las parcelas en tiempos en los que nada de lo citado existía, hacía de la actividad un oficio sacrificado y peligroso.
Hay registros, ya a principios de la década de 1930, que evidencian el trabajo de la madera en los bosques andino-patagónicos y su traslado en grandes balsas por los lagos que salpican la geografía cordillerana.
Así como el bosque era una fuente de recursos, también representaba un obstáculo a la hora de ir poblándolo y abriendo potreros para la cría de ganado o el cultivo. Es así que a los incendios forestales surgidos por razones naturales, le siguen los incendios provocados por el hombre de manera intencional para el desmonte de los campos.
Producto de diferentes siniestros fueron surgiendo amplias áreas de bosques quemados que pronto los organismos oficiales fueron entregando en concesión para su explotación a los aserraderos existentes.
Es entonces, que comienza el trabajo de la madera con los obrajeros contratados para tareas diversas en el rubro.
Hay evidencias fotográficas que dan cuenta de que hacia 1930 ya se realizaban en el paraje El Turbio (al otro lado del lago Puelo), extracción de rollizos los que luego se trasladaban en balsas hasta la costa Norte del lago para finalmente ser trasladados a El Bolsón y otros aserraderos de la comarca.
En las entonces aldeas de Lago Puelo y El Bolsón los primeros aserraderos, propiedad de familias pioneras como Azcona, Solari, Ponce, Pozas, Prieto, Morado, accedían a concesiones de Parques Nacionales y antes de Nación para extraer la madera del ciprés de la cordillera de las áreas afectadas por los incendios.
Uno de los sitios en el que se habían entregado las autorizaciones de extracción era el paraje El Turbio al que se accedía en bote cruzando el lago Puelo desde el pueblo homónimo. En aquellos tiempos se utilizaban botes o chalupas a remos, recién en los últimos tiempos se accedió al uso del motor. “Los industriales”, como los obrajeros llamaban a los propietarios de aserraderos, armaban varias cuadrillas en el pueblo, los dotaban de las herramientas, los trasladaban y allí se quedaban varios meses hasta reunir una cantidad importante de rollizos para armar las balsas y trasladarlos al pueblo.
Sobre la actividad y su experiencia en la misma relata don Sabino Muñoz, nacido en 1927, hijo de pioneros de estas tierras, a quien tuve la suerte de conocer y entrevistar, me contó: “A partir del año 40 yo empecé a tener conocimiento de lo que era el trabajo en la madera. Los madereros iban en botes a remo y buscaban un lugar para trabajar para Don Cándido Azcona que era la firma más poderosa en lo maderero. Se ubicaban en algún campamento más allá de lo que se conoce como Puerto Bonito y Puerto Bueno, estaban Puerto León, Puerto Bayo, La Rinconada y ahí se distribuían.
A nosotros con mi padrastro, don Ireneo Contreras, nos tocó la zona de Puerto Bayo así que ahí cortábamos la madera en rollizos, se partían los palos más gruesos para hacer tejuelas y se trabajaba. En el área de donde nosotros bajábamos la madera había un botadero. Todos esos lugares mencionados se encontraban a la orilla del lago, del Cerro Cuevas hacia El Turbio, la llamábamos la cordillera del Turbio, eran bastante los lugares donde se trabajaba.
Yo era un peoncito como cualquier otro, muy jovencito, y trabajaba, si podía, trozando madera con la trozadora que había en esos tiempos ya que no habían motosierras como ahora. También solía trabajar con los bueyes arrimando la madera para bajarla al lago, los rollizos y los palos para partir las tejuelas. De otras cosas yo no me ocupaba porque no me daba la fuerza y la habilidad tampoco ya que era muy chico.
Yo trabaje con la madera, también con otros patrones, hasta el año 1952 que me vine a trabajar en parques nacionales. Yo me inicie en ese trabajo cuando tenía unos 12 o 13 años (sería en los años 1939 -40). Supe trabajar mucho con mi padrastro don Cirilo Moraga, era un hombre que en esos tiempos no tenía familia, era un muchacho solo, mayor que yo y él es quien me enseño muchas cosas del oficio. Él llegó al Puelo medio huérfano, lo terminó de criar don José Luis Melo en Chile, cerca de los Hitos, en Segundo Corral. Cuando murió don José Luis y se quedó solo, ahí se vino para aquí (a la Argentina) y lo recogieron mis familiares. Después se casó ahí en El Turbio.
En esos tiempos había mucha gente trabajando en la madera en El Turbio, estaban los hermanos Águila que vivían dentro del Parque y que de ahí se fueron hacia las tierras de la provincia, un poco más arriba, estaba Pedro Cerda, habían muchos que ahora no recuerdo
Bueno, como le decía, a nosotros nos tocó trabajar en Puerto Bayo que estaba ubicado más allá de Puerto León (yendo hacia El Turbio desde Puelo) entre Puerto León y la Rinconada. Primero se localizaba la madera, en el año 1944 se había quemado toda esa cordillera del Cerro Cuevas desde el Límite mismo con Chile hasta parte de El Turbio, entonces se elegía la madera de ciprés y se trozaban los rollizos y lo que servía para tejuelas.
Azcona que era quien proveía los bueyes, las trozadoras, y todas las herramientas para trabajar, más el alambre para atar las balsas, exigía para las tejuelas que sean de 70 cm de largo por 15 o 20 cm de ancho.
El incendio del 44 vino desde Chile y se supone que fue por causa humana ya que en ese tiempo Chile autorizaba a los propietarios de las tierras a realizar el “roce” en la primavera para quemar en otoño, y ahí era cuando el fuego se escapaba provocando grandes incendios.
Todas estas explotaciones madereras eran adentro de Parques Nacionales porque era la única zona que producía más cipreses buenos para madera. Azcona tenía permiso para explotar ese sector, también estaban Solari y Ponce, pero ellos sacaban de más adentro de las poblaciones y de las orillas del río Turbio, de por ahí sacaban, no se superponían con las áreas de Azcona.
Nos trasladábamos hasta los campamentos en bote a remo, no habían motores, para todos los traslados de víveres, herramientas, para ir y venir era en bote.
Los bueyes que proveía Azcona, para arrimar los rollizos, los llevaban cruzando la cordillera del Currumahuida y cruzaban el río Turbio y seguir por la otra orilla del lago hacia los campamentos donde estábamos nosotros.
Para juntar toda la madera estábamos 3 o 4 meses. Se sacaba mucha madera en las balsas de cajón, eran balsas que se les colocaban y en las cabeceras (…) como le llamábamos nosotros, eran de madera y los remos medían de 12 a 15 metros de largo y bien contrapesados. El cajón tenía unas estacas para arriba sujetos con cadenas y alambres y la tapareal que era la vara de arriba que sujetaba todo eso a lo que después se le ponía un mástil para poner una vela.
Habían varios madereros, algunos venían por un par de meses y se iban, hubo mucha gente ligada a la madera, a veces los jefes de campamento contrataban más gente. Hubo gente en estas tareas anterior a nosotros y también posteriormente.
Yo pienso que ya a principios del poblamiento de Puelo se comenzó a trabajar con la madera muerta que había en el bosque. Se sacaba solo ciprés, no había alerzales, salvo en la cabecera del río Turbio, alguno por ahí llegaba al lago por las crecidas del río y entonces sí se lo utilizaba, era madera más fácil de trabajar. La madera que nosotros trabajábamos estaba metida en los cañadones y bastante arriba, incluso no se llegaba, a veces, en el día con un rollizo para abajo, era un problema con los botaderos. Nosotros teníamos dos botaderos, primero se arrimaba la madera con los bueyes y se desbarrancaba desde el botadero más alto, y unos 50 metros más abajo había que volver a moverla con los bueyes y se volvían de desbarrancar, los dos botaderos que teníamos eran seguidos. Era bastante alto, llegábamos hasta las mismas lengas que están pasando los 800 metros de altura.
Todos esos trayectos los hacíamos caminando, y a veces llevábamos el almuerzo porque nos quedábamos arriba trabajando, arrimando lotes de 50 rollizos hasta los canchaderos y los botaderos que habían. De ahí los tirábamos hasta llegar al lago. Los canchaderos eran los lugares donde dejábamos los rollizos que bajábamos de la cordillera. No podíamos hacer muchos rollizos por día porque primero había que limpiar el lugar para trabajarlos y cortarlos.

No había una fecha exacta para empezar los trabajos, había gente que se pasaba el año redondo trabajando. Más que nada trabajábamos en invierno para evitar los calores. Cuando había que hacer tejuelas se hacía un ranchito para protegernos de las lluvias.
Los rollizos tenían 4 metros de largo y de espesor de 5 pulgadas para arriba. Los árboles los cortábamos con hacha, por lo general era mi padrastro el que hachaba, cuando eran árboles muy grandes entonces sí metíamos dos hachas, a veces para bajar un árbol el hachero estaba el día completo.
Primero se llegaba al lugar donde estaba el árbol y se miraba y calculaba para que lado se quería que cayera y si habían otros al lado que le obstaculizaran la caída, entonces se hacía el corte calculando esa situación. Primero se hacía un corte grande del lado que iba a caer para que se resintiera y después se cortaba del otro lado. El viejo Contreras, mi padrastro, era un hombre muy curtido para el hacha y muy baqueano para las tejuelas, él, teniendo la madera preparada se hacía más de 1000 tejuelas en el día.
Se realizaba el volteo a pura hacha y luego se desganchaba y se lo trozaba con las trozadoras de dos manijas. Luego se movían los rollizos con palancas de tal manera que los bueyes pudieran entrar para sacarlos. Se trozaban de 4 metros de largo y en oportunidades un poco más, de un ejemplar de ciprés se sacaban unos 4 o 5 rollizos. Por lo general para los rollizos no se buscaba la madera buena – de carpintería – si eran muy nudientos como decíamos en aquel tiempo se utilizaba igual para sacar tablas. Ahora cuando se trataba de madera para hacer tejuelas tenía que ser muy buena.
Generalmente se usaban las trozadoras grandes, las más largas que eran para los rollizos, las otras más cortas se utilizaban para hacer leña. A veces sobraban unos 30 cm de cada lado de la trozadora y ahí había que estar tironeando uno de un lado y otro del otro lado hasta completar el corte, a veces se tardaba mucho.
Con el hacha se desganchaba, derraparlo, o desgastarlo como se dice. Era muy difícil de hacer más de un ciprés por día de manera completa. También se utilizaban los cipreses caídos naturalmente, habían muchos, desraizados como le decíamos nosotros y esos se cortaban todos.
Siempre éramos los mismos los que trabajábamos 2 o 3 personas por árbol. Cuando yo anduve trabajando con mi padrastro éramos solo nosotros dos y Moraga para hacer todos los trabajos. Teníamos delimitado un sector a ojo que era el que nos tocaba a nosotros para trabajar.
Después de nuestro campamento seguía, como quien dice hacia El Turbio, el de Antonio March, el hermano de doña María March, el campamento de la Rinconada de March como le decíamos. Del otro lado estaba Nicolás Muñoz, un primo mío, del lado de Puerto León estaba Nicolás y en la Rinconada estaba March. También era él y uno o dos peones nada más.
Por Marcelo Daniel Giusiano para La Voz de Chubut