
Muchos sueños de la fecunda década de principios del siglo habían quedado truncos; otros se habían desarrollado lenta y parcialmente. A lo largo del año 1934 ocurrieron tres acontecimientos que tuvieron decisiva influencia en el futuro desarrollo, tanto material como espiritual, de la región que rodea al Nahuel Huapi: la terminación del ferrocarril, la creación de Parques Nacionales y el establecimiento de la diócesis de la Patagonia.
La construcción del ferrocarril entre San Antonio Oeste y Bariloche estaba incluida en la ley 5.559 sobre fomento de los Territorios Nacionales sancionada en 1908 y, aunque los trabajos se iniciaron de inmediato, por diversas circunstancias políticas y económicas, para 1933 la obra se encontraba paralizada en Pilcaniyeu, faltando aproximadamente unos 75 kilómetros de vías para su terminación. En el año mencionado Ferrocarriles del Estado firmó un convenio con el Ferrocarril del Sud (inglés) para la finalización del tramo faltante y el 5 de mayo de 1934 los pobladores de la zona pudieron presenciar el arribo de la primera locomotora a vapor. El pequeño convoy partió desde Pilcaniyeu conduciendo al personal técnico argentino que dirigió la construcción. Al ser avistado, luciendo en su tope la bandera argentina, las lanchas del lago hicieron sonar sus sirenas en señal de jubiloso recibimiento. Era realidad un sueño largamente acariciado: unir el Atlántico con la Cordillera y se había abierto una nueva e importante ruta de turismo.
Para la población el hecho constituyó un acontecimiento excepcional. Puede decirse -afirman las crónicas periodísticas- que nadie permaneció en su casa, todos acudieron a la estación para ver el coloso de hierro, para no pocos era la primera vez que veían una locomotora y se acercaban para tocarla con supersticioso temor.
En la siguiente temporada veraniega se iniciaron los viajes regulares desde Buenos Aires. El viaje inaugural llegó a Bariloche el 12 de diciembre y acotamos como una curiosa coincidencia que el boleto número 1 del primer tren salido de Plaza Constitución para San Carlos de Bariloche lo adquirió el arquitecto Alejandro Bustillo, hermano del Director de Parques Nacionales, autor de los proyectos de numerosas construcciones levantadas en la zona.
Otro acontecimiento de significativa trascendencia lo constituyó la creación de Parques Nacionales. En 1903 el Gobierno Nacional donó a Francisco P. Moreno 25 leguas de tierras fiscales por los patrióticos servicios prestados al país en la cuestión de límites con Chile. Moreno devolvió tres leguas cuadradas que comprendían la laguna Frías y sus alrededores para la formación de un parque nacional en la región del Nahuel Huapi. Esta extensión fue posteriormente ampliada y en abril de 1922 se nombró una Comisión Pro Parque del Sur, para cuidar y administrar esa área. El 30 de setiembre de 1934, en la última sesión correspondiente al período ordinario de ese año, el Congreso sancionó la ley orgánica de Parques Nacionales (ley Nº 12.103). Fue designado presidente del nuevo organismo el Dr. Exequiel Bustillo que de inmediato se entregó, con su característico dinamismo, a darle forma a fin de convertirlo en un ente eficiente y le imprimió el ritmo de acción que exigían las urgencias del momento. Al mismo tiempo preparó un plan de obras para 1935 de acuerdo con las posibilidades iniciales. Emilio Frey fue el primer Intendente del Parque Nacional Nahuel Huapi. Como este Parque Nacional estaba emplazado en una zona esencialmente indicada para fomentar el turismo, lo más urgente era crear una infraestructura básica que ofreciera las mejores condiciones que pudieran atraer turistas, como hoteles y caminos, complemento indispensable y natural del ferrocarril que en ese preciso momento había llegado a Bariloche.
La ley 12.103 establecía que “los municipios situados dentro de los Parques Nacionales conservarían la autonomía que les confieren las leyes de la Nación”; en consecuencia, la ciudad de Bariloche se convertía en un recinto vedado para la Dirección de Parques Nacionales. Sin embargo, el Dr. Bustillo entendía que no se debía dejar de lado la ciudad; el turista debía encontrar junto a las bellezas naturales una hermosa ciudad dotada de todos los adelantos modernos, lo cual significaba transformar ese villorrio en una moderna y pujante ciudad. Para la realización de ese plan incorporó al equipo técnico de Parques Nacionales al arquitecto Ernesto de Estrada, especialista en urbanismo. Él completó el proyecto que ya tenía esbozado Alejandro Bustillo de un Centro Cívico, es decir, agrupar en un conjunto edilicio todos los edificios públicos que marcara el centro de la ciudad y fuera como su símbolo ideal. En principio la ubicación estaba prevista a unos 500 metros hacia el este de su emplazamiento actual, para que coincidiera con el centro comercial de entonces, según el primer trazado urbano de 1906. A causa del elevado precio de esos terrenos se optó por otro perteneciente a Primo Capraro ubicado más hacia la periferia. El 17 de marzo de 1940 fue inaugurado este primer Centro Cívico del país. Se compone de cuatro cuerpos principales alineados en forma de U, alrededor de una plaza seca, que se abre hacia el lago. Alberga las instalaciones de la Municipalidad, Policía, Aduana, Correo, Museo de la Patagonia “Francisco P. Moreno” y Biblioteca “Sarmiento”. Enfrente se había construido el muelle que fue destruido por el terremoto de Valdivia en mayo de 1960.
La realización de esta obra se vio facilitada porque ejercía el cargo de Intendente Municipal el ingeniero Emilio Frey, plenamente identificado con la labor que cumplía Parques Nacionales y colaboró sin inconvenientes en la realización de varias obras de interés general. Lo mismo ocurrió con otros Intendentes, aunque no faltaron los encontronazos. Así se logró la instalación de aguas corrientes, red cloacal, pavimentación, hospital, avenida Costanera, iglesia, museo… “El Bariloche actual, no es sino la creación feliz de esa política de colaboración conducida por ambas partes con desinterés, espíritu práctico y patriotismo”.
Estas obras y otras que les siguieron modificaron la imagen urbana de Bariloche haciendo que las construcciones de madera de los primeros tiempos quedaran relegadas o subvaloradas, aunque todas tenían la misma aspiración: la valoración del paisaje y la necesidad de adaptar a él las edificaciones en una concepción integral. La acción del hombre ha de tender a mejorar la belleza natural para hacer más agradable la vida.
Fragmento del libro “La cruz en el lago”, de Clemente Dumrauf