Más de un autor clama contra el “enorme privilegio” que Hernandarias dio a los descendientes de pobladores. No fue tanto ni sirvió de mucho a la verdad. Cubrían las exportaciones lícitas de los “navíos de registro”, que no eran las más numerosas; las otras -las clandestinas estimuladas por el contrabando- no necesitaban acciones de vaquear ni concesiones de licencias. “(Nuestro privilegio) se vende a los navíos de permiso, y faltando éstos -clama un accionero- hemos de perecer de hambre o pasar desnudos y descalzos”. Ni siquiera el escuálido beneficio del comercio lícito, aun dejando la parte del león a los prestamistas que hacían factible la “vaquería”, quedó en pleno goce a los descendientes de pobladores. En 1614, el Cabildo cayó bajo el control de los mercaderes portugueses y los permisos de vaquear no serán repartidos en estricto derecho: en 1674 la distribución de 40.000 cueros a transportar por los navíos de registro se hará con tanta injusticia, que los accioneros se quejarán dolidos al gobernador: Esteban de Esquivel protesta por haberse hecho el reparto “a costa de la penalidad y miseria de los pobres”; doña Potenciana de Añasco clama haber sido olvidada “por ser pobre, siendo así que me dan acción mis parientes, y sin reparar en otros que no tienen acción y los han puesto con cantidades de cuero”.
Ya no había diferencia entre pobladores viejos y nuevos, o vecinos accioneros y no accioneros: sólo entre pobres y ricos. Estos últimos -que tenía el Cabildo- no se limitaron al estropicio del derecho de accionar para apoderarse del privilegio de los viejos pobladores; más ganancia encontraron en la diferencia entre el precio que pagaron la corambre a los accioneros y su venta a los exportadores.
“Según noticias generales y pública voz -dice el Consulado de Sevilla en 1678-, los magnates del Cabildo (de Buenos Aires) quieren hacer monopolio de esta mercancía del corambre, queriendo ellos en género de estanco hacer un cuerpo de toda la corambre de los vecinos pobres comprándosela al precio de la tierra, para volver a venderla a los dueños de los navíos al precio que quieren”.
Los mercaderes y registreros consiguen del Consejo de Indias en nombre de la libertad que se pueda comprar el cuero a quienes no fuesen accioneros “para que en todos los vecinos sea común la libertad de vender cada uno la corambre que tiene, al precio que pueda concertar”, que estimulaba las matanzas clandestinas. Empieza la “libertad de comercio” arruinando las pocas vaquerías que podían hacer los viejos pobladores. Tanto el monopolio de la exportación como el de vaquear quedó prácticamente en mano de los mercaderes.
Una petición de los accioneros para que sólo pudiese comprarse a ellos, es desestimada por el Consejo de Indias en 1695 por “ir contra el derecho de gentes”. Pero la exageración de los registreros restablecería el privilegio: en octubre de 1695 el capitán Gallo y Serna ha podido cargar su navío con la corambre comprada “a las personas que le pareciese y que con más conveniencia se la pudieron dar”, en tanta cantidad que prosperaría una solicitud de los accioneros al Consejo de Indias para el restablecimiento del privilegio y la fijación del justo precio de venta a los registreros. Así se acordó al año siguiente, 1696.
“Por la presente -dice la correspondiente cédula- concedo facultad al Cabildo secular de ella (Buenos Aires) para… hacer los repartimientos de cueros entre sus vecinos accioneros… (y) pueda también sólo el dicho Cabildo, y no otro alguno, abrir y ajustar los precios con los dueños o capitanes de los navíos de registro”.
Relativamente terminaron “las auras de libertad”, que según Julio V. González hubo entre 1677 y 1696, pues el Cabildo no procedió con estricta justicia. Pero ya había pocos cimarrones, mermados más por la matanza clandestina que por la escasa de los accioneros. En 1689 se suspendieron las “acciones de vaquear” por seis años, dejando la matanza sólo a los clandestinos; en 1700 fueron cerradas nuevamente las vaquerías por cuatro años. No había más cimarrones La libertad a los registreros de comprar “a quien pudiera sin ponerle gravamen alguno” que el Consejo restablecerá en 1732, ya no podía perjudicar a los accioneros, incapacitados de accionar. Desde 1715 no se concedieron más licencias de vaquear, y un agente del asiento inglés de Buenos Aires recorrió la pampa hasta el Tandil sin encontrar un solo ternero.
Fragmento del libro “Historia Argentina” de José María Rosa