Recuerdos del pasado que quedaron grabados en mi memoria, algunas veces por lo trágico otros por lo cómico.
De los primeros éste comienza por el año 1946, en oportunidad que se estaba efectuando la señalada de corderos en la estancia “San Jorge”, en el mes de setiembre: estábamos en el cuadro denominado “Cañadón Davis” en plena tarea y con la presencia del dueño Don Iwan Tschudi, cuando llegaron dos pasajeros de a caballo pidiendo trabajo.
Ellos eran de apellido Domínguez uno y Torres el otro. Domínguez, era un paisano grandote, venía montado en un caballo tordillo de mucha alzada y la cola la tenía cortada a ras de la última vértebra, lo que le daba un aspecto ridículo. Fue el comentario de la peonada, los cuales aprovecharon para hacer algunos chistes de mal gusto. En estas pullas terciaba el compañero de viaje Torres y que posiblemente fuera la causa que desencadenara la tragedia.
Integrados al grupo de peones se terminó la señalada en “San Jorge” y a continuación se procedió a la misma tarea en “El Verdín”, también propiedad del Señor Tschudi.
Una vez concluida ésta, Don Iwan decide que Domínguez y Torres continúen trabajando por día en el cuadro “Aguada Leones” del Verdín, como leñateros.
El Señor Tschudi me dice que lo lleve a Torres en la camioneta junto con un carrito de pértigo hasta el lugar donde procederían a sacar la leña. Mientras tanto Domínguez como era conocedor del campo llevaría los caballos hasta el campamento.
No habían transcurrido más de dos días sacando leña, cuando se presentó Domínguez en la estancia “San Jorge” pidiendo que lo lleven a la Comisaría de Camarones, ya que había peleado con Torres.
Me encontraba en ese momento en el galpón de esquila, cuando Don Iwan me pide que lo acompañe a Camarones para llevar a Domínguez.
Al pasar por la casa del Personal, lo veo a Domínguez y le pregunté qué había pasado, a lo que me respondió textualmente; “tuve una pelea con mi compañero: le pegué cuatro tiros y esperé media hora para ver si resollaba… pero no resollaba”. Don Iwan me aconseja que lleve el revólver por las dudas y nos dirigimos a Camarones, en la cupé Mercury; el Señor Tschudí con su hijo Pedro volante y en el asiento de atrás, el que suscribe con el peón Domínguez.
Una vez alojado en la Comisaría el reo, emprendimos viaje a la estancia “El Verdín”, llevando al Juez de Paz, de aquella época Don César Ramírez Calderón, que haría también de médico (por ausencia del Dr. De Luca), y un agente de la policía, Federico García.
Llegados al Verdín en un momento de espera observé que el Juez, Ramírez Calderón, cortaba una ramita de tamarisco sacándole la corteza.
Del casco del Verdín continuamos hasta la “Aguada Leones”, y más precisamente el lugar donde estaba instalado el campamento de los leñateros que yo conocía.
En el campamento no había nadie, así que comenzamos a buscar por los alrededores, tocándome a mí, encontrar el cuerpo de Torres. El agente García procedió a sacarle la ropa al muerto, y cortarle los cabellos con una tijera de esquilar. Todo esto para constatar las heridas que eran como sigue: El cráneo había sido golpeado ferozmente, quedando deformado con la pérdida de masa encefálica, un disparo le había fracturado una rodilla, otros dos en el tórax y el cuarto en la mano. Además tenía las palmas de las manos con muchos tajos, como consecuencia posiblemente de atajarse del ataque de Domínguez con el cuchillo. El juez Ramírez Calderón detallaba la forma de las heridas, y con la varita del tamarisco se guiaba en la dirección que habían entrado los disparos de revólver.
Terminado el macabro reconocimiento me tocó llevar al muerto a la Comisaría de Camarones en la F100, de San Jorge, quedando depositado en un calabozo de la misma.
Tiempo después un pasajero que pasaba por la Estancia, formuló la siguiente pregunta: “¿¡Aquí mataron a Torres?”… al recibir la respuesta afirmativa comentó, “Bien hecho”. Parece que el muerto no tenía buenos antecedentes. En cuanto a Domínguez, que haciendo honor a la verdad, era un buen trabajador, años más tarde terminó su vida en Trelew, después de un duelo criollo y a cuchillo, muriendo ambos contrincantes, uno en la puerta del boliche donde había comenzado el duelo y Domínguez al llegar a la Comisaría. El bar estaba situado en el Pasaje Córdoba y 25 de Mayo, y era conocido como el “callejón de la puñalada”.
Fragmento libro “Recuerdos de Camarones y su gente” de Isabel y Víctor Heinken