Las consecuencias de la invasión española se hicieron sentir en el seno de la cultura araucana a través de una organización social más rígida, jefaturas más poderosas y un arte de la guerra más perfeccionado.
El territorio estaba dividido en cuatro distritos o regiones llamados mapu lo que hizo pensar a los españoles en la existencia de un “Estado” incipiente
Las armas tradicionales eran arcos y flechas, lanzas y temibles mazas de madera pesada con trozos de piedra afilados e incrustados en uno de los extremos. Contra los españoles incorporaron armaduras, yelmos y escudos de cuero. Las aldeas se fortificaron mediante la construcción de fosos y empalizadas.
En 1550 Valdivia instaló el fuerte La Concepción a orillas del río Bío Bio quedando el centro de Chile en manos de los españoles. Gran parte de picunches y huilliches fueron sometidos mediante el reclutamiento como mitayos en los lavaderos de oro y como criados domésticos. Los mapuches mantuvieron encendida la llama de la resistencia, logrando entre sus triunfos la muerte del propio jefe invasor.
Pero la situación era de tensión constante. El territorio había sido ocupado y mancillado por un conquistador que ya no se iría. La resistencia mantiene dignos a los mapuches que luchan por su libertad. Pero el desgaste y la perspectiva de una guerra eterna hacen que algunos de ellos busquen un nuevo hogar.
Hacia el oeste era imposible porque el océano era infinito; hacia el este las enormes montañas nevadas parecían infranqueables. Sin embargo sabían por tradición que algunos de los hermanos las habían traspuesto, descendiendo hacia un lugar encantador de pinares, nieves y lagos. Y más allá la llanura, también infinita como el mar, con la diferencia de que en ella se podría vivir libremente.
Allí estaban, pisando los umbrales de la tierra tehuelche.
La penetración araucana había comenzado desde tiempos prehispánicos, aunque en forma esporádica y a partir de grupos pequeños.
A mediados del siglo XVII la “cuña intrusiva” se va haciendo más pronunciada a partir del comercio con los grupos tehuelches septentrionales.
Poco a poco, los araucanos van incorporándose cada vez más a la realidad cultural de Pampa y Patagonia, que estaba en pleno proceso de transformación pues los tehuelches comenzaban a apropiarse del caballo.
Ya en el siglo XVIII los tehuelches se organizan sobre la base de la guerra que llevan a cabo contra los enclaves españoles de la frontera, mientras los araucanos continúan penetrando.
Sin embargo, el predominio tehuelche septentrional, en lo que se refiere a la autoridad y a la capacidad de conducción de las diferentes bandas por sus caciques, continúa hasta fines del siglo XVIII.
Poco después, los araucanos acceden al poder de la región por dos vías:
* la extinción de los caciques tehuelches en La Pampa y Río Negro
* las victorias militares
En la zona de Chubut, los tehuelches habían resistido, pero son derrotados definitivamente en las batallas de Tellien, Languiñeo y Pietrochofel. La consecuencia de estas derrotas es el comienzo de la dilución de la cultura, acelerada por la mestización, fruto de la unión entre vencedores araucanos y cautivas tehuelches.
Más al sur, en Santa Cruz, el contacto con los araucanos es pacífico, aunque el mestizaje da como resultante el predominio de los intrusos, que en el norte se ve favorecido por el desequilibrio demográfico producto de los enfrentamientos.
Este conjunto de fenómenos por el cual la cultura araucana penetra primero lentamente y luego en forma decidida y masiva en territorio tehuelche produciendo la absorción cultural paulatina de estos y la consiguiente supremacía propia es lo que ha sido descripto como la “araucanización de la Pampa”.
Esta dinámica singular de cambio cultural que se suma en la región de la Llanura a la presencia del complejo ecuestre culminará en pleno siglo XIX hacia 1830, con la llegada del gran toqui Callvucurá (Piedra Azul), que sellará la hegemonía definitiva de los araucanos.
Lo que había comenzado con la recepción más o menos amistosa de nuevos contingentes que venían bajando de las montañas se transformó de improviso en el avance incontenible de una cultura decidida a ocupar la llanura, tomar las mujeres y hacerse cargo de la vida de la región.
Entre españoles y araucanos, los tehuelches intentaron la preservación cultural. Pero poco a poco fueron cediendo, imposibilitados de sostener tanta presión. De todas maneras, su presencia como cultura fue muy fuerte hasta el último momento y aun después.
En este sentido creo que es menester consignar que aunque los araucanos -por otra parte siempre en su vertiente mapuche, que fue la que ingresó a nuestro territorio- fueron absorbiendo a los tehuelches hasta hacerlos prácticamente desaparecer hasta fines del siglo XIX, el proceso tuvo una característica digna de mención.
En efecto, llegados a nuestro territorio, los araucanos mantuvieron muchas de sus costumbres principales (la platería, los tejidos, los rituales), pero reemplazaron su original patrón agricultor y pastor por el de cazador, que era tehuelche. Este último hecho me parece lo suficientemente importante como para reflexionar acerca de la tan mentada araucanización.
Fragmento del libro “Nuestros paisanos, los indios”, de Carlos Martínez Sarasola