martes, 8 de julio de 2025

El floreciente negocio de estos saladeros concitó el encono de los ganaderos porteños, los que no veían con agrado que el ganado que les era robado en la frontera surbonaerense fuese comprado por los empresarios de El Carmen, para ser salado y luego reexportado con pingües ganancias. A raíz de este enfrentamiento de intereses en 1821 se dictó un decreto por el cual entre otras cosas se prohibía la compra de ganado que llevase la marca de hacendados de Buenos Aires. En 1824 se llegó a prohibir todo comercio con los indios, pero la orden no fue acatada por el comandante del establecimiento, convencido -con razón- de que su cumplimiento provocaría la falta de interés de los indígenas en mantener el Fuerte a salvo, lo que podría aparejar su erradicación. Luego, los comerciantes bonaerenses se convencieron de que era preferible soportar el robo de ganado antes de quedarse sin la sal provista por Patagones, por lo que finalmente se eliminó la interdicción, retrotrayéndose la situación a la imperante en 1921. La importancia de El Carmen se fue incrementando hasta convertirse en un verdadero centro cosmopolita, en el que varias naciones indígenas se daban cita. Al visitar el establecimiento en 1833, el naturalista francés Alcide D’Orbigny encontró que:

“Había tres tolderías o reuniones distintas de tiendas: una de los puelches y patagones, ubicada cerca del caserío; una segunda, más alejada, donde vivían los aucas o araucanos, y una tercera, mucho más importante, de patagones o tehuelches, las órdenes de un cacique llamado Churlakin […].” (D’Orbigny 1999:299)

De esta forma, Patagones estaba rodeado por distintos pueblos indígenas interesados en preservar su seguridad, pero a la vez expuesto a presiones y ataques expropiatorios, en el caso de que no recibiesen lo esperado. Así sucedería dos décadas después, cuando en junio de 1854 “… indios chilenos o Huiliches y Tehuelches, invadieron a Patagones, arreándose el ganado vacuno y yeguarizo de la parte sur del Río Negro […]. Los invasores pertenecían a la tribu de Chulaquin y Chegayo [Chagallo], con indios chilotes”.

Durante los dos años posteriores a este ataque, otros puntos de la región sufrieron invasiones encabezadas por el poderoso jefe pampa Llanquetruz. A partir de entonces se buscó restablecer la paz con los caciques del sur por lo que se celebraron varios tratados. El más importante se firmó en 1857 con el mencionado cacique, a cuya celebración asistieron 840 hombres y 8 capitanes. Al año siguiente de su muerte, acaecida en 1858, se formalizaría el tratado con su hermano y sucesor Chingoleo, y en 1860 se celebraron otros tantos acuerdos con Paillacán, Quincagual, Chagallo, Sinchel y Colohuala.

Pero a pesar de estos acuerdos, durante la década siguiente Patagones continuaba en una precaria situación y en estado de alarma casi constante. En 1863 Guillermo Cox daba cuenta de “los malones que daban los indios en las vecindades de Patagónica y los repetidos ataques contra el pueblo” (1999: 242). Cuatro años después, el 1º de marzo de 1867, el comandante Julián Murga, informaba sobre invasiones de indios al Partido de Patagones y proponía, como medida preventiva, que se erigiese un fortín en la costa del río Colorado.  Al año siguiente (marzo de 1868), el jefe de este nuevo puesto daba cuenta del ataque sufrido por parte de indígenas y la persecución que se había realizado. Dos años más tarde (1870) Casimiro, designado cacique general de pampas y tehuelches, acordaría con Sayhueque en las Manzanas, que ambos caciques defenderían Patagones, desechando la invitación que les efectuara Calfulcurá para sumarse a su plan de dar un ataque masivo sobre ella.

Como vemos, para la época de la instalación y primeros años de la Colonia Galesa en el Chubut, Patagones vivía en un dedicado equilibrio entre el conflicto y la negociación, equilibrio que perduraría hasta que la “Conquista del Desierto” pusiera fin a la soberanía de los pueblos indígenas. Como concluye Bustos: “A lo largo de cien años las relaciones de los maragatos con los aborígenes estuvieron sujetas a una dinámica signada por una serie de variables de distinta jerarquía. En primer lugar, la fuerza que cada entidad podía exhibir ante la otra. En segundo término, las características de sus respectivas economías, lo que a la vez planteaba diversos grados de articulación. Por último, la incidencia de cuestiones políticas, tales como alianzas o conflictos entre tribus de igual o distinta etnia, el grado de beligerancia con los blancos del establecimiento, con los del interior de la frontera de Buenos Aires o los de Chile, la capacidad política de las autoridades del Fuerte, etcétera.”

En el siguiente apartado nos centraremos en las variables planteadas en segundo término por Bustos, esto es en el grado de articulación económica alcanzada por las sociedades indígenas, tanto con Patagones como con los establecimientos de la Frontera Sur; es decir los distintos escenarios de complementariedad o competitividad económica, para luego explorar los diversos modos de relacionarse emergentes en los diferentes contextos.

 

Fragmento del libro “Chupat-Camwy, Patagonia” de Marcelo Gavirati

 

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