Vale la pena recordar que en 1899 el presidente Julio A. Roca, ante la solicitud del cacique Miguel Nancuche Nahuelquir, otorgó un total de 125.000 ha a las familias que componían la comunidad reconocida que él lideraba. Fueron estas las tierras que quedaron al margen de la gran cesión realizada por el Estado Nacional en 1887; que conformaron el grupo ASLCO (Argentine Southern Land Company Ltd).
Así describe el censista la historia de esta concesión que, en el momento del censo de Territorios Nacionales (1919- 1920), ya llevaba veinte años de otorgada:
“Por decreto de 5 de julio de 1899 y como consecuencia de las gestiones iniciadas por D. Miguel Nancuche Nahuelquir y Rafael Nahuelquir y otros se reservó para fundación de colonias una gran extensión de campos fiscales. Por el artículo 2º del citado decreto se fundó desde luego bajo el nombre de Cushamen, una Colonia Pastoril regida por la ley de octubre de 1884, la cual debía ocupar la parte de dicha zona situada en el territorio del Chubut, inmediatamente al sur del Paralelo 42 hasta comprender una superficie de 125.000 ha (ciento veinte cinco mil hectáreas).
La mensura y subdivisión de la tierra destinada para la mencionada Colonia, comenzó el 27 de diciembre de 1899. Por esta operación de trazaron 200 lotes de 625 ha cada uno, los que en total comprenden la extensión indicada en el decreto de referencia. Procediendo de acuerdo con la autorización correspondiente, el agrimensor operante dio posesión de 52 lotes a otras tantas personas de las que solo 24, (veinticuatro) figuraban en la nómina agregada al contrato de mensura y las otras 28 manifestaron la voluntad de acogerse a los beneficios de la Ley del 2 de Octubre de 1884. Tanto la operación de mensura en sí misma como la entrega de los lotes según las actas de posesión respectivas fueron aprobadas por decreto del 14 de febrero de 1902.
(…) Con posterioridad a la realización de la mensura han sido ocupados otros lotes de la Colonias por indígenas descendientes de los primeros pobladores, sea por indígenas y pobladores chilenos, o de otras nacionalidades, siendo muy reducido el número de argentinos no autóctonos. En la actualidad la mayor parte de los lotes se hallan poblados (…) es necesario y ecuánime decirlo de inmediato que una serie de factores contrarios, se han opuesto, aunque indirectamente, a la realización de los buenos propósitos, que siempre han tenido los jefes más destacados de las familias indígenas. Autoridades poco celosas y hasta complicadas en hechos delictuosos, comerciantes más que deshonestos, escuelas desatendidas, falta de autoridades del estado que indujeran a la mejor y más inteligente producción, han contribuido a retardar este primer núcleo de población indígena, que sin temor se puede decir que está llamado a ser un buen centro de producción, cuando se corrijan ciertas deficiencias relacionadas principalmente con la administración de la tierra pública y la justicia y el orden general.”
“Cuando enfrenté el cerro Tres Picos dimos una vuelta brusca hacia el este en busca del valle de Cushamen, donde tenía que proveerme de animales frescos para seguir en zigzag mi viaje hacia el sur. Iba llegando a los dominios de mi buen y gran amigo el cacique araucano Nancuche Nahuelquir, hombre deseoso de civilizarse unidamente a su tribu, y al cual en el año anterior había conseguido que el gobierno entregara cincuenta leguas de campo para la fundación de una reducción indígena. (…) Estos indios, en tan solo un año habían hecho prodigio de cultura y progreso, haciendo pensar si esta tribu es una excepción a la apatía y al faquirismo indígena, o sí no sería bueno que el gobierno ensayara educar a las demás tribus con el aliciente de la tierra donada. De todas maneras, en un estudio de ciencias sociales, esta tribu, como las culturas en suero de los gabinetes, sirve de patrón o testigo para demostrar que tiene más aptitudes para el progreso que los otros sujetos colonizadores de la comarca, sean ingleses, galeses o criollos, que, a pesar de disponer de campos más fértiles y capitales más importantes, presentan una inmunidad a toda prueba, contra los sueros de la civilización y el progreso”.
Fragmentos del libro “Lelek Aike, del destierro a la comunidad”, de Liliana E. Pérez