
La actividad principal de la colonia era la agricultura, volcada casi exclusivamente al cultivo del trigo, el que ocupaba una extensión sembrada de 259 acres (un poco más de 103 hectáreas); 489 la cebada unos 9 acres (3,6 hectáreas) y las papas sólo un acre (0,4 hectáreas). En relación con el riego, los pobladores habían hecho “correr el agua del río por un antiguo cauce”, el que utilizaban para regar una gran extensión de tierra, la que era sembrada en común.
También se habían sembrado algunos forrajes destinados a la cría de caballos y vacunos, de los que poseían una exigua cantidad. Si bien el ganado mayor se había quintuplicado en relación con el que poseían en 1865, el stock total apenas alcanzaba a unas 300 cabezas (entre vacas, terneros, bueyes y toros), promediando sólo ocho animales por cada chacra. El ganado caballar estaba compuesto por 178 ejemplares, entre caballos, yeguas y potros. Prácticamente no tenían ovinos, apenas unos 10 ejemplares entre carneros, capones, ovejas y corderos, en toda la colonia. Cada familia poseía algunas aves de corral, pero también en muy pequeña cantidad escasez de grano para alimentarlas.
Para suplir el déficit de ganado ovino Lewis Jones estaba intentando importar algunos rebaños. En cuanto al ganado vacuno, se estimaba que su cría progresaba, previéndose que en un par de años la ganadería vacuna se convertiría en una fuente de carne para la Colonia, objetivo que todavía no se alcanzaba. Por el momento, el aprovechamiento que se hacía de este ganado estaba volcado hacia una modesta industria láctea, con la elaboración de manteca y queso, que escasamente había logrado pequeños saldos exportables.
El trabajo agrícola en las chacras era familiar, empleándose en ocasiones a otros trabajadores, cuyos salarios se pagaban en bienes y productos. La habilidad para la caza, adquirida por préstamo cultural de pampas y tehuelches, hizo que algunos colonos, sobre todo los más jóvenes, se especializasen en dicha actividad. Al mismo tiempo, otros comenzaron a satisfacer la demanda de servicios y oficios que había crecido al aumentar la construcción de casas en el valle. Esta incipiente especialización hizo que las tareas agrícolas se fueron concentrando en manos de los colonos más capacitados para éstas, produciéndose de este modo un cierto grado de división del trabajo.
No obstante las dificultades registradas, ningún colono le habría expresado al capitán Dennistown deseos de abandonar la Colonia. Por el contrario, todos le manifestaron su optimismo de que ésta finalmente alcanzaría el éxito, más allá de algunos problemas que esperaban se pudiesen resolver pronto; sobre todo en materia de comunicaciones y de abastecimiento. Lo que más reclamaban era la instalación de un almacén donde poder proveerse de los artículos necesarios para su consumo, especialmente ropa, la cual escaseaba y no tenían forma de reponer. Este pedido implicaba, lógicamente, la necesidad de una comunicación marítima mucho más fluida con el mundo exterior, en especial con Patagones y Buenos Aires, de lo cual dependía el tráfico comercial indispensable para abastecerse, tanto de sus bienes de consumo como de los que necesitaban para intercambiar con las tribus que los visitaban.
El único medio de comunicación que podría conectarlos con Buenos Aires era un barco que hacía la carrera con Patagones, pero no se contaba con una embarcación que uniese a esta última con la Colonia. La alternativa de realizar el trayecto por tierra era impracticable, ya que implicaba atravesar más de trecientos kilómetros por territorio desconocido, con escasas o nulas posibilidades de obtener agua en determinadas épocas del año, complicación agravada por la sequía sufrida durante los años anteriores. Como vimos, los colonos ya habían intentado realizar dicha travesía en dos oportunidades sin éxito. Lo que necesitaban era, entonces, conseguir una goleta con la cual poder mantener una comunicación directa con Patagones y Buenos Aires. Entre tanto, plantearon como opción que el vapor Patagones, el que una vez al mes unía Buenos Aires con El Carmen, llegase hasta la Colonia al menos cada seis meses.
Luego de un meeting se resolvió enviar a Lewis Jones a Buenos Aires para gestionar una solución al respecto, informar al Gobierno sobre el estado de la Colonia y renovar el acostumbrado subsidio para la educación. Junto con Jones viajó a Buenos Aires David Williams Oneida, aprovechando para ello el viaje de retorno de la Cracker. Ambos se ocuparían de obtener las provisiones más requeridas, además de algunos rebaños para suplir la carencia de ganado, papas para sembrar y una apropiada cantidad de implementos agrícolas que esperaban por ellos en la capital. La asamblea confiaba en que las provisiones, dejadas por la Cracker para los más desposeídos, serían suficientes para mantener a éstos y al resto de los colonos hasta el regreso de Lewis Jones, sin tener que solicitar nuevas raciones gratuitas al Gobierno. Dada la epidemia de fiebre amarilla que asolaba Buenos Aires, Jones no pudo arribar allí antes de mayo, y cuando finalmente lo hizo se encontró primero con todas las oficinas públicas cerradas a causa de la epidemia y más tarde con las dilaciones y falta de interés del Gobierno.
“Ni un peso más para la colonia”
En el mes de junio el propietario del vapor Patagones estimó que el monto del subsidio adicional, que se requeriría para extender su itinerario desde El Carmen hasta la Colonia Chupat, dos o tres veces al año, sería de $F3.000. Frente a este presupuesto Lewis Jones sugirió al Gobierno que con un subsidio de cuatro o cinco mil pesos fuertes se podría comprar un barco para ponerlo al servicio de la Colonia. La propuesta fue aceptada en principio por el Ministro del Interior pero, luego de algunas dilaciones, el 2 de agosto se le informó que el Presidente de la Nación había resuelto no invertir un peso más en la Colonia, a menos que quisieran trasladarse a otro lugar.
Fragmento del libro “Chupat-Camwy, Patagonia”, de Marcelo Gavirati