sábado, 27 de julio de 2024

Un inmigrante italiano, de apellido Conti, recorre bares, comercios y domicilios del pueblo pidiendo dinero para producir una revolucionaria máquina que produciría energía eléctrica en forma gratuita. Asegura que tiene los planos de una productora de energía con movimiento continuo, sin necesidad de combustible ni otro agente impulsor.

En pleno 1925, con las excesivas tarifas que imponen los hermanos Ibarguren y las poco amables condiciones del servicio, muchos hacen su aporte al inventor.

Cuando tiene los fondos suficientes, Conti comienza a darle forma a su invento en el terreno de Rivadavia y Moreno de la Compañía Mercantil de Chubut.

Tras intensas jornadas de trabajo, por fin tiene el aparato tan esperado: una máquina de dos metros por cuatro, con varios pilotes. “Elemento extraño”, según lo califican muchos, confiados en que de todas maneras servirá para iluminar los hogares.

Pero algo falla porque no logra producir energía y, más allá de lo llamativo del aparato, quienes habían puesto sus esperanzas y dinero en él comienzan a molestarse. Consciente de que no sería fácil aplacar los ánimos, el italiano decide irse y dejar su máquina en el mismo lugar donde la fabricara.

No se sabe más de la vida de Conti y su “revolucionario invento” pasa al olvido y –con el transcurrir de las décadas- quedará enterrado.

Recién en noviembre de 1981, cuando se construya el edificio Santa Clara, se redescubrirá esta máquina ante la incrédula mirada de los obreros de la construcción.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001

 

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