domingo, 24 de agosto de 2025

También está el hotel Miramar. Según el relato de aquellos tres jóvenes viajeros que llegan luego de dormir varios días en la proa del buque. Es adonde caben los que no tienen otro lugar, escapando de un Buenos Aires empobrecido y en busca de una tierra que promete una nueva oportunidad. Y al llegar, los muchachos, escuchan las palabras mágicas de don Guillermo Efratti:

-¿Pieza, muchachos? Agarren sus cosas y síganme… Y los jóvenes, entre los que está Luis Sicardi, que años después será un destacado periodista de El Rivadavia, se deslumbran al entrar a la pieza modesta, pero con tres “camas auténticas”, que hasta tienen colchón, al que desesperan por saborear después de las noches pasadas sobre una planchuela de acero.

– Y… ¿Cuánto se le debe…?-, preguntan los muchachos llevando la mano al bolsillo con timidez, temerosos de que la escasa moneda que traen consigo no abra las puertas a la felicidad de una cama.

-Tranquilos, muchachos. Cuando trabajen, me pagan.

Y el Comodoro de esos tiempos, parece que por muchos años ha sido así. La confianza no sólo en que el otro pagaría, sino en que conseguiría un trabajo. Y tal vez el recién llegado, después de años de arraigo en la tierra, hará lo mismo por nuevos recién llegados; así durante décadas. Así, tal vez, durante un siglo de vida.

Lo único que se negará, entonces y casi siempre, será el bien más preciado del pueblo:

-Ah, no, muchachos… baño no hay. El agua cuesta mucho, ¿saben? Y aunque pudiéramos pagarla, hay tan poca…

Y al otro día, los jóvenes porteños se sorprenderán por la leche en un tarrito de lata de 5 centímetros de alto para el desayuno: leche condensada, porque las vacas del tambo de Pico Salamanca están para los niños y los enfermos.

Y al salir a caminar por la calle San Martín, ésta les resultará parecida a una “boca de viejo”: un diente aquí, un espacio vacío al lado. Un negocio, un terreno baldío:

“La Anónima, donde está hoy. Pero envuelta en chapas de cinc pintadas de un amarillo del más pésimo gusto. Al lado, el Colón, el mejor hotel del pueblo. El único con baño (que generalmente no podía usarse por ausencia de agua). En la esquina, el Banco Nación, poniendo la nota arquitectónica que una cuadra más allá pretendía repecharle el edificio Arizabalo, algo así como el Cavanagh comodorense. Como que tenía planta alta”.

Así, hasta llegar a Belgrano, que marca el comienzo de una gran loma. Los viajeros deciden volver por Sarmiento, un “tobogán de tierra”.

 

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